sábado, 26 de diciembre de 2020

Ayuda

 Por Isabel Coixet

La estupidez es una de las cosas más democráticas del mundo: se reparte equitativamente entre todas las clases sociales. Pero, a la hora de pagar las consecuencias de ésta, los pobres siempre tienen las de perder. Nieva en Benidorm, mi última película, que se estrena el 11 de diciembre, empieza con una secuencia en la oficina de un banco: un matrimonio de origen hindú suplica a un empleado, Peter Riordan, el protagonista interpretado por Timothy Spall, que les aplace unos meses más el pago de la hipoteca, de la que deben ya seis meses.

Vemos la desesperación de los que piden una tregua y la vergüenza del que se ve abocado a negársela y que, cuando intenta ayudarlos, es despedido abruptamente del banco. Me preguntan los que ya vieron la película por qué quise empezarla así. Y creo que la única razón es porque no hay nada que me duela más que ver a personas que han sacrificado su vida en un trabajo que no les gusta al servicio de una institución que detestan.

He conocido y conozco a muchas personas atrapadas en trabajos así. Veo sus caras contraídas entre el esfuerzo por levantarse cada mañana y ganarse la vida y la amargura de verse convertidas en alguien a quien les cuesta reconocer. Yo quería empezar así la película para dar, de alguna manera, una especie de esperanza, de aliento, de luz. Afirmar que a veces, cuando crees que ya todo está perdido, que has echado tu vida a los cerdos, todavía estás a tiempo de vivir de otra manera, más difícil, más arriesgada, más dura quizá, pero también más plena. Creo que es de las pocas cosas que la vida me ha enseñado: que tan cierto como que hay momentos en los que sientes que ya no hay nada que hacer, hay otros en los que remontas y ahí estás, algo magullado y maltrecho pero vivo, en la casilla número uno, dispuesto a jugar, a luchar, a dar guerra y a vivir de nuevo. Sé que es más fácil escribirlo que llevarlo a la práctica. Soy consciente de toda la gente que se queda en el camino, en una especie de limbo que, aunque cómodo, no les deja asomarse a esa otra vida que está ahí agazapada esperándoles. Y también sé como la cabeza y el cuerpo nos juegan malas pasadas y nos abocan a auténticos callejones sin salida.

Las fechas que se acercan son también fechas en las que la voluntad de acabar con todo coincide con los buenos deseos y las canciones sentimentales formando un combo implacable, al que, si uno es un poco sensible, cuesta sustraerse. Este año, los suicidios se están multiplicando y las autoridades sanitarias temen que se agudicen más en las fiestas: una razón más para olvidarnos de las cenas y comidas familiares, de la pompa y el esplendor y hasta de los buenos deseos de cara a la galería. Y, sin embargo, hay algo que me gustaría decir a toda la gente que estos días se siente más triste, más desvalida, más vulnerable: no os creáis más débiles que los demás, no creáis que todo el mundo es más feliz que vosotros. Aprovechad los chispazos sencillos de felicidad momentánea: una cucharada de sopa caliente cuando hace frío, la mirada cálida que se adivina por encima de una mascarilla, una nube de forma caprichosa que cruza el cielo a toda velocidad. Guardad esos momentos para esos otros en los que parece que nunca volverá a salir el sol.

Y buscad ayuda. Sobre todas las cosas, buscad ayuda…

© XLSemanal 

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