Por Juan Manuel De Prada |
Pero esos ‘jóvenes en el limbo’ a los que nos referíamos en un artículo anterior, formados en el desprecio de los oficios manuales y sin dotes auténticas para el estudio, acaban generando una gangrena social devoradora, como siempre ocurre con las generaciones empachadas de ideologías prometeicas. Con la ayuda de un sistema educativo degradado, se les ha brindado un ‘ascensor social’ ficticio, que les hace creer petulantemente que han subido de categoría social, en el corto plazo de una generación, por completar unos ‘estudios’.
Pero este ‘ascensor social’, a la vez que los aburguesa fatalmente, los priva de los conocimientos técnicos que a sus padres les sirvieron para desempeñar un oficio manual (y, en muchos casos, prosperar económicamente) y les proporciona unos títulos universitarios que en la mayoría de los casos sólo les sirven para convertirse en nuevos parias, adiestrados en las ‘habilidades’ (inglés, informática, etcétera) que convienen a la ‘movilidad’ y ‘flexibilidad’ de los mercados.
Luego, esa generación aburguesada, cuando se tropieza con la cruda realidad que se esconde en ese ‘ascensor social’ de pacotilla que les han vendido las ideologías prometeicas, reacciona de las formas más variadas: hay quienes se resignan al destino inexorable que los ‘mercados’ les han adjudicado; otros, en cambio, se entregan al resentimiento o a la holgazanería (o a ambas cosas a la vez, y entonces se meten en política). Pero casi ninguno de ellos recupera los oficios manuales a los que se dedicaron sus padres, que para entonces consideran denigrantes e indignos de personas de su ‘categoría’. Y, en parte tienen razón, aunque no en el sentido que les inspira su vanidad fatua. Pues, entretanto, mientras las ideologías prometeicas los engañaban con su ‘ascensor social’ de pacotilla, mientras los entretenían con una educación birriosa y enferma de igualitarismo, los oficios que a sus padres les permitieron vivir dignamente y en muchos casos prosperar se han depauperado de forma dramática, de tal modo que ya sólo los aceptan trabajadores extranjeros, con frecuencia sin formación técnica, pero necesitados urgentemente de una calderilla para sobrevivir.
El problema, además, se agrava con el paso del tiempo, pues a su vez estos trabajadores extranjeros que asumen los oficios manuales cada vez más depauperados no quieren que sus hijos los hereden, sino que se esfuerzan por conseguirles un hueco en el ‘ascensor social’ de pacotilla que brinda una educación degradada. Así que, inevitablemente, se tiene que recurrir a nuevos trabajadores extranjeros que cubran las plazas vacantes, en una avalancha inmigratoria creciente que poco a poco va provocando una especie de reemplazo civilizatorio (pero, como nos enseña Will Durant, ninguna civilización es conquistada desde afuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro). Y todo ello hasta que la aglomeración incontenible de ese ‘ascensor social’ de pacotilla acabe provocando que se desplome, arrastrando consigo a esas generaciones aburguesadas. Aunque, desde luego, las ideologías prometeicas traten de retrasar ese desenlace fatal cuanto puedan, mediante el reparto de subsidios entre los jóvenes defraudados y el expolio fiscal de la menguante población que todavía tiene una renta digna. Y, mientras expolian a esa población menguante, hacen creer a los jóvenes atrapados en el ‘ascensor social’ de pacotilla –cada vez más resentidos y rabiosos, cada vez más holgazanes y degenerados– que el expolio fiscal es justicia social.
Y, como reacción a estas ideologías prometeicas que han devastado nuestras sociedades y corrompido a sucesivas generaciones de jóvenes, surgen reacciones paulovianas que tratan de engatusarlas señalando a los inmigrantes como raíz de sus males, cuando no son sino su consecuencia natural e inevitable. Es decir, desviando el resentimiento que previamente les han instilado las ideologías prometeicas hacia gentes que, en la mayoría de los casos, no hacen sino aceptar oficios que, previamente, fueron depauperados por los ‘mercados’ y desdeñados por las generaciones jóvenes que se subieron al ‘ascensor social’ de pacotilla con que las halagaban las ideologías prometeicas. Urge, desde luego, restablecer una economía nacional que revalorice los oficios manuales y combata sin remilgos el aburguesamiento de una juventud envilecida por las ideologías prometeicas, que son la mejor fábrica de holgazanes y resentidos. Pero para acometer esta dolorosa labor de regeneración social hace falta algo más que la demagogia de las reacciones paulovianas, que sólo cambian al destinatario del resentimiento, conformándose con mantener la gangrena social que lo alimenta.
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