Por Pablo Mendelevich |
Adivinanza sencilla para usuarios entrenados en argentinidad mediante la mera rutina de ver caer las hojas del almanaque: ¿En qué se parecen el impuesto al viento, la idea de derogar las PASO, el nuevo índice jubilatorio y la embestida contra el traslado de los jueces?
Ya adoptadas o en proceso de desarrollo, estas medidas o acciones, de rubros diversos (puede haber más, claro), tienen algo en común muy importante: cambian las reglas de juego en el medio del partido.
Independientemente de que se las considere pertinentes o desacertadas generan imprevisibilidad, porque contravienen los marcos de actuación previamente acordados. Son incompatibles con un plan de gobierno, con una mirada de mediano plazo. Responden a la determinación de sumar parches -a veces parches con aspavientos- para paliar la realidad adversa sin importar que la confianza social se debilite.
La previsibilidad es un valor esencial en un empleado, un gerente, un socio, un proveedor, un piloto, un médico y, desde luego, en la economía, la política, el derecho, la administración de un país. Claro, podría pensarse que casi cualquier decisión de un gobierno cambia reglas de juego. Pero una cosa es cambiar, en forma extraordinaria, las reglas para el próximo campeonato y otra, modificar cada vez el tamaño del arco del partido que se está jugando.
Muchos análisis de estos días coinciden en señalar la falta de confianza como el problema número uno, el factor común de los fracasos gemelos (antes era un poco mejor, hablábamos de superávits gemelos), los de la economía y la pandemia. Falta de confianza en las autoridades, en la institucionalidad, en el gobierno de dos cabezas.
Pues bien, he aquí uno de los corrosivos intrínsecos de la confianza, la liviandad con la que se asume que quien dispone de la mayoría es el dueño de las reglas. Las reglas entendidas como accesorios vitales de la política, una plastilina capaz de tomar la forma de las necesidades del oficialismo.
En algunos terrenos, como el electoral, esta manera argentina de ver la institucionalidad llega a ser grotesca. De una elección a otra se supone que lo que debe renovarse es la oferta: los candidatos, eventualmente los partidos, las alianzas, las propuestas. Pero en la Argentina suele ser más intensa la discusión camuflada de las nuevas reglas, o las viejas reglas repuestas. Sucede con la fórmula para calcular la movilidad jubilatoria.
No existen en las últimas décadas dos elecciones presidenciales consecutivas bajo la misma normativa (entendiéndose por normativa el conjunto de disposiciones legales y resoluciones judiciales impuestas por los distintos estamentos del Estado a los participantes). Si los cambios estuvieran motivados por un anhelo de mejorar cada vez más el sistema habría que hablar, tal vez, de un perfeccionismo frustrante. Pero es peor: la causa del desvelo casi siempre consiste en acomodar las reglas al servicio del que manda, desviación culturalmente legitimada. Ahora mismo todo el mundo en la política sabe que la idea oficialista de suprimir las PASO en 2021 se debe en primer lugar a la intención de perjudicar a Juntos por el Cambio, bajo el supuesto de que es la oposición la que necesita que el Estado organice primarias obligatorias para ordenar su pelea interna por las candidaturas.
La causa del desvelo casi siempre consiste en acomodar las reglas al servicio del que manda, desviación culturalmente legitimada
Nadie espera que una reforma electoral sea un asunto técnico. Es obvio -y está muy dicho en la literatura específica- que toda modificación electoral involucra una visión determinada de la política y de la sociedad. Pero la supeditación directa de las reglas a un objetivo partidario particular sería algo así como el otro extremo de la asepsia.
El peronismo tiene mucha experiencia en esto desde que en 1951 introdujo las circunscripciones uninominales con el simple objetivo de encoger la representación legislativa opositora. Le salió bien: con un tercio de los votos ese año la oposición apenas consiguió 14 bancas, en una cámara que tenía 149. Perón hasta inventó en 1954 una elección vicepresidencial (algo que no está previsto), no porque quisiera formalizar la designación de Alberto Teisaire, quien ya llevaba dos años ejerciendo como vicepresidente (y al año siguiente lo traicionaría) sino porque necesitaba revalidar al régimen con alguna excusa. Aquella fue la quintaesencia de la partidización de las reglas. ¿Acaso habría sido plausible la hipótesis de que llegara Crisólogo Larralde a ser el vicepresidente del régimen peronista, candidato de una oposición que ni siquiera tenía acceso a la radio?
"Lo que está pasando en el mundo es mucho más grave de lo que aparece en la televisión o en los medios. Miles de personas se quedan sin trabajo todos los días, se pierden casas, los bancos no saben cuánto van a durar, nadie puede predecir dónde termina esto". Tal el tremendismo que recitó en 2009 la presidenta Cristina Kirchner para justificar un adelanto de las elecciones de ese año, artificio que exigió modificar el Código Electoral. Néstor Kirchner calculó que para ganar le convenía adelantar varios meses las elecciones (calculó mal, las perdió) y para eso mandó hacer una ley y usó el argumento de que el mundo había estallado por la crisis económica y había que apurarse a votar para sacarse el tema de encima. Lo extraño fue que ese mismo 2009 hubo elecciones en otros 35 países y ninguno alteró su cronograma.
Ahora con las PASO de 2021 es más o menos lo mismo. El oficialismo dice que la pandemia impide hacerlas. Solo hay una diferencia que complica las cosas: también para buena parte de la sociedad las PASO son un incordio que debe ser cancelado. Y para unos cuantos especialistas.
Pero estas opiniones son ajenas a la pandemia, se basan en la evidencia de que las PASO no sirven para lo que dicen ser. O en todo caso tienen efectos colaterales que minimizan los beneficios. Está fresco lo ocurrido el año pasado. Provocaron un desbarajuste formidable, travestidas en una primera vuelta. Macri sufrió en esas "primarias" una derrota irremontable y su gobierno perdió prematuramente, con costos catastróficos para el país, el control de la economía. Sin embargo, lo que se discute ahora no es la eficacia de este aperitivo electoral sino si conviene combinar PASO con pandemia o es mejor suspenderlas. La trampa está en este verbo, suspenderlas "por única vez", que consagra la idea de que en la Argentina lo que se va amoldando son las reglas.
Algo no muy distinto a lo que sucede cuando se suman impuestos oportunistas, sea por conceptos absurdos, como el del viento en Puerto Madryn, o grandilocuentes, "por única vez", como el de la "contribución" que tiene a los ricos por sujetos solidarios involuntarios, mientras la reforma fiscal necesaria o la ley de coparticipación federal esperan al Año Verde. Ese año, se estima, habrá un modelo de país consensuado. Un rato antes se descubrirá que las reglas de juego estables son algo habitual en los países que lograron desarrollarse.
© La Nación
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