Por Roberto García |
Antaño, un veterano de la política decía en la Casa Rosada: “Prefiero los perros que ladran afuera, a los perros que ladran adentro. Los de adentro son más peligrosos”.
Para el Gobierno, ni siquiera hay opciones: lo alborotan las mascotas de afuera con la voz de Farinelli, pero les teme más a los dogos de adentro, los que disfrutan con el tarascón en lugar del ladrido.
Estos canes asustan más por la imprevisibilidad que por la rabia presunta. Y el símbolo obvio de esta alegoría interna es Cristina, quien no responde llamados ni señales de humo de la Presidencia, obliga desde el romántico ejercicio epistolar de la pluma –curioso en quien fue estrella de la palabra–, hasta esperar un cartero como antes se aguardaban los mensajes de Perón que traía un comandante de Aerolíneas Argentinas. Para muchos, la dama nunca más hablará tête à tête con su compañero de fórmula y, como muestra de su irritación, le ha vaciado de comensales hasta las tertulias gastronómicas de los martes en Olivos. Nadie crea que las ausencias han sido por culpa del Covid-19. En apariencia, irrecuperable la relación. Aunque, si ella fuera Néstor, quizás en dos o tres meses habilitaría el celular y, como si se hubieran visto ayer, volvería a charlar con Alberto. Lo mismo que solía hacer el sureño, disgustado con algún periodista, dirigente, inquilino o socio luego de mantenerlos una temporada en el congelador. Finalmente, la política es una cuestión de conveniencia más que de principios.Piensa la viuda ahora en Calafate, retozando en su lugar en el mundo con la nieta Helena y más cerca de los otros nietos, rumiando contra una red judicial impenetrable que la complica más que la libera. A pesar de su poder. Se estancan sus causas y la comisión reformista que presidía su abogado personal, Beraldi, produjo un despacho que solo alegra al negocio de los estudios: más escalas, más contratos, más lentitud. Si hasta se pronunció en contra de la reforma que ella misma había impuesto al Consejo de la Magistratura. Solo disgustos, destino de mujer. Hasta le arrojan el tema del aborto que, en lo personal, es lo último que se propondría discutir, sobre todo cuando mira los escarpines que le regaló el papa Francisco. Para colmo, le endosan el impuesto a los ricos luego de que su gente, De Pedro, Máximo, Guzmán, Massa obviamente, les reportaran a los empresarios que el tributo estaba parado en Diputados. Y no saldría. Pero en el día del militante (rentado), en el Congreso, le aplicaron un golpe letal a la confianza del ahorrista, al que vive en la Argentina y no se persuade aún de que “los que trabajan pagan; y los que no trabajan cobran”. Parecía que los empresarios se iban a revelar, alguno hasta pareció guapo, pero junto al obligado impuesto llegó un gracioso premio otorgado por el ministro de Economía: en secreto le propuso a la AEA –tema que se discutió bajo siete llaves el martes pasado– que ese instituto encabezado por Clarín, Techint y Arcor lo acompañe en un viaje con otras comparsas del rubro, a un acto de argentinidad ante el Fondo Monetario Internacional para que se apiade del Gobierno y no le cobre la deuda hasta dentro de 4 años, mientras le facilita gastos para vencer en las próximas elecciones. Y, después, aplicar nuevos impuestos o aumentarlos, como viene ocurriendo con 13 tributos en la gestión de los Fernández. Sobre pisado, mojado.
Si uno confronta los pedidos de Cristina en las cartas públicas a Alberto, advertirá que, al mejor estilo del Pechito Argentino –aquel simpático personaje que supo acompañar a Tato Bores–, el mandatario se hace cargo, comparte, pero se distrae de las demandas (mientras ella hasta concede recibir a Martín Redrado, a quien le había hecho la cruz). Y se cubre de esa falta de obediencia con anuncios incumplibles, opina de lo que sabe y no sabe, algo excedido, nervioso, descontrolado a veces: se asusta por la rabia entre los perros de adentro, como si no fuera él quien los azuza.
Lógico: es su entorno y quienes movilizan intendentes por la reelección prohibida en la provincia de Buenos Aires –prometen obras, obsequian plata, computadoras, sin pasar por Kiciloff– y tratan de seducir gobernadores para ubicar diletantes propios en las listas electorales y restarles poder a Cristina y a sus autómatas seguidores de La Cámpora. Pechito Argentino tiene sus pretensiones, el aire de Olivos excita instintos dormidos, utopías de barrio.
Seguro que a su iniciativa podrá acoplarse el bloque opositor, aunque la reelección de los intendentes fue ley por iniciativa de María Eugenia Vidal y Sergio Massa. Pero se trata de una cuestión interpretativa, dicen, no de modificar la norma –siempre habrá un juez para mirar con esos ojos– y, mucho menos, de favorecer a los barones del Conurbano. Se supone. Porque además se beneficia en este ejercicio a varios hombres del PRO deseosos de continuidad (Grindetti en Lanús, el primo de Macri en Vicente López, por ejemplo). En las intendencias nadie confía ni en sus hijos. En ese núcleo de oposición también se perfilan perros, adentro y afuera, aunque los dos máximos jerarcas sellaron una tregua: Macri quiere ser la Cristina de Rodríguez Larreta. Y el resto se allana, reivindica no solo la reelección en los municipios, proponen inclusive la suspensión de las PASO al igual que el peronismo: la pandemia, los costos, son excusas para la deserción democrática. Reclaman, eso sí, otras condiciones a incorporar: l) separar las elecciones bonaerenses de las nacionales, como soñó alguna vez la Vidal y, 2) utilización de boleta única, electrónica o de papel. Parte de este manifiesto se conversó en la semana, justo en un encuentro en un antiguo club de polo, Indios Chapaleufu. Asistieron a la ronda amistosa Miguel Pichetto por Macri, y por Horacio Rodríguez Larreta cantaron presente Emilio Monzó y Hugo Santilli. Hubo un elenco complementario importante, hasta el radical Manes como muestra de unidad. Todos potenciales aspirantes en el distrito. Pero no fue Mariu Vidal, quien guarda silencio sobre su candidatura, ya que también se la menciona para la Capital Federal. Y de Elisa Carrió se evitaron comentarios: ha estado inestable, provocativa y disidente en sus ladridos contra Mauricio Macri que hasta sus partidarios se atemorizan por quedar desplazados. Y eso que cuesta encontrar simpatizantes del ingeniero. Pero ella, durante la gestión presidencial del boquense –período en el que vivía como una reina dentro de la República, conmilitona de los abogados de Macri, aplaudiendo las milanesas de Juliana– nunca se le ocurrió insinuar objeciones tan despreciativas. Y su problema, sea por el Covid, la edad o la conveniencia electoral, es que ya no se puede ir a ningún otro lado.
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