Por Nicolás Lucca
Uno escribe un pliego de condiciones, lo publica en sus redes y lo acusan de salir a destiempo. Luego concede entrevistas y le reprochan haber demorado. La otra escribe una carta, la publica en sus redes, y desata una cadena de reacciones inesperadamente esperables.
El primero contesta la carta de la otra. A través de sus Twitter personal, claro. Y en el medio, los números de ambos -expresidente y actual vicepresidente- que no resisten ningún sondeo de opinión pública.
“Cuesta entender las motivaciones de la carta de la vicepresidenta dirigida al Presidente y las versiones que sostuvieron que hubo acercamientos con gente de mi entorno”, afirmó Mauricio Macri el viernes, y tuvo miles de retuits y compartidos en las distintas redes sociales en las que se encuentra presente. Asimismo, el expresidente negó «rotundamente esa información y cualquier acercamiento».
Sin embargo, desde hace por lo menos una semana, Sergio Massa incorporó a su fluido diálogo con Horacio Rodríguez Larreta un pedido de Alberto Fernández: tender puentes con el Jefe de Gobierno porteño. Sin embargo, Alberto Fernández sostiene que “si quiere hablar con Larreta” lo llama y listo. Eso se llama balance de egos políticos.
El propio jefe de gobierno contó en una conferencia de prensa que le clavó el visto. Tras el guadañazo a los fondos coparticipables de la Ciudad de Buenos Aires para darle aire a Axel Kicillof, la tarea de Massa por ahora no ha dado resultado. Si es que a Massa le interesa hablar con Rodríguez Larreta de esas cosas, claro.
“La relación entre Mauricio y Horacio es inquebrantable” sostuvo a este medio hace no más de quince días uno de los hombres que más conoce de cerca a ambos protagonistas. Entonces, si sumamos las partes, hay algo que no cierra: ¿Sabe Macri que Rodríguez Larreta habla cotidianamente con Massa, con quien lo une una relación más que cordial y de muchos años? Si no lo sabe alguien le oculta algo; si lo sabe, mintió. Y si lo sé yo, que lejos estoy de tomarme un cafecito con ninguno de los dos políticos, dudo mucho que el expresidente lo desconozca y puede que volvamos al dilema de si sale a hablar para que le peguen a él en vez de a Rodríguez Larreta, o si quiere marcarle la cancha.
Tampoco es una mentira de esas que hagan daño, seamos honestos y miremos el vaso medio lleno. Salvando todas las distancias, Cristina dijo en su misiva del lunes pasado que entregó una economía casi escandinava a Macri y nadie hizo escándalo.
Entonces surge la pregunta obvia: ¿A quién le hablan cuando escriben? ¿Quiénes son los destinatarios de las misivas?
Ya vimos que Cristina generó heridos entre el gabinete de Alberto Fernández, provocó la bronca de Massa, chamuscó la relación entre el presidente de la Cámara de Diputados y Máximo Kirchner, y generó un efecto confuso al pedir un acuerdo para solucionar problemas que, según ella, necesitan de todos los sectores y, según los hechos, el oficialismo tiene todas las herramientas en su poder para combatir: inflación, dólar, generación de empleo, impuestos, confianza, etcétera.
La confusión queda en evidencia cuando pretende empoderar al Presidente, pide un acuerdo y el Presidente convoca al mismo al día siguiente. ¿Quién manda? Según dice Cristina, el Presidente “nos guste o no” ¿Cristina lo hizo a sabiendas de que Alberto convocaría? Las fuentes lo confirman: sí, lo sabía. ¿Para qué dinamitar la posibilidad de un encuentro entre oposición y oficialismo desde el disfraz de la concordia que nunca pregonó? ¿A quién le hablaba Cristina en realidad?
Al día siguiente de la carta de Cristina, Alberto Fernández se sacó una foto con Massa, Vilma Ibarra y Santiago Cafiero. En otra podía verse a Claudio Moroni, Matías Kulfas y María Eugenia Bielsa. El club de los heridos por Cristina se mostró en scrum tan solo 24 horas después de las críticas sin nombre.
Ya que hablamos de imágenes, en la provincia de Buenos Aires ocurrió un encuentro más que interesante este último viernes: Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal visitaron a Elisa Carrió en su casa de Exaltación de la Cruz. E hicieron correr la foto.
No solo la imagen circulaba por las mismas redes en las que estaban las declaraciones de Mauricio Macri, sino que todavía rebotaban en los bytes las palabras de Lilita, que comenzó a hablar luego de un largo silencio. Por ahora se limitó a pedir que el oficialismo apoye la candidatura del juez federal Daniel Rafecas a la Procuración General y dijo que «Macri ya fue» además de llamarlo “Marcelo Torcuato de Alvear”.
No es un detalle menor: el presidente radical era de altísima alcurnia, fue el último no peronista en terminar un mandato hasta la llegada de Macri, dejó una de las mejores gestiones económicas de la historia argentina y sin embargo es recordado como un hombre ajeno al pueblo como sí lo era el personalista Hipólito Yrigoyen. Una Carrió jubilando a un Mauricio. Tranqui.
Desde la mesa de Juntos por el Cambio emitieron un escueto comunicado en el que afirmaban que lo de Rafecas era una posición de Lilita. La contradicción de esta Carrió pro Rafecas con la Carrió que denunciaba al juez federal y pedía su juicio político fue justificada por la dirigente de la Coalición Cívica como un «mal menor»: no vaya a ser cosa que el kirchnerismo ponga un procurador aún peor.
El tema es que, si para ser procurador, Rafecas necesita de los votos de la oposición, cualquier otro candidato –mejor o peor– también necesita de esos votos. Salvo que el kirchnerismo modifique la ley. No son pocos los que en los pasillos del Congreso –en los propios despachos de la oposición mayoritaria– afirman que eso es un costo político difícil de dimensionar para un oficialismo tan debilitado que pide gancho y diálogo.
En cuanto a lo de «Macri ya fue» no deja de ser una bomba de neutrones detonada entre los simpatizantes duros de Juntos por el Cambio. Nadie puede negar hoy la defensa a capa y espada que Carrió hizo de la gestión de Macri desde su banca en la Cámara de Diputados. Y para quien tenga algún problema de memoria, también hay que recordar que la balanza de 2015 comenzó a cambiar cuando una Carrió ofendida se levantó de un acto mientras hablaba Pino Solanas y comenzó a tender puentes hacia el radicalismo y el PRO para conformar un frente electoral que pudiera derrotar a la fórmula Daniel Scioli-Carlos Zannini.
Así como la relación entre Macri y Larreta «es inquebrantable», cierto es que la mimada de Rodríguez Larreta es María Eugenia Vidal desde los tiempos en que el ahora Jefe porteño la propuso para el ministerio de Desarrollo Social de una gestión a la que prejuzgaban por la supuesta lejanía que tendrían hacia los sectores más vulnerables. Fue el comienzo de una carrera que, tanto Vidal como Larreta, no evalúan como terminada: no existió un gobernador bonaerense no peronista desde 1987 y nunca había estado una mujer sentada en el sillón máximo de La Plata. La imagen pública de Vidal también cotiza.
Los que vieron en la pintura de Larreta y Vidal con Carrió un mensaje para Mauricio Macri tienen razón, pero hasta ahí: fueron a poner paños fríos. Lilita siempre necesita que se la valore y tuvo que llamar la atención para que se acuerden de quién es. Y Carrió es demasiado importante para el votante de Juntos por el Cambio como para que nadie se preocupe por una ruptura. Y es demasiado importante para el sueño de Rodríguez Larreta, que no es otro que dormir en la Quinta de Olivos. Si quedaba alguna duda del proyecto del jefe de Gobierno quedó despejada cuando tuiteó sobre los desalojos en las usurpaciones más mediáticas de los últimos tiempos. No ocurrieron en su distrito, pero se hizo escuchar, como lo hacen los candidatos.
Macri y Cristina coincidieron sin quererlo en dos cosas. La primera en meterle presión a Alberto Fernández con imposibles. Cristina pidió la cabeza de funcionarios, algo que sólo hacen los gobiernos débiles. Y también pidió un acuerdo con todos los sectores, algo que… bueno, lo mismo. El imposible, para Alberto, es que no puede ni quiere convocar a todos los sectores. No sin que se produzcan grandes faltazos. Los principales empresarios del país ya dieron su parecer del gobierno mientras el presidente hablaba en el coloquio de Idea y volaban los mensajes en los grupos de Whatsapp. Y además repiten sus deseos cada vez que dan una entrevista: que no cambien las reglas cada tres días y que bajen los impuestos.
Pero el principal problema que tiene Alberto para llamar al diálogo es, precisamente, Cristina. ¿Cómo se podría confiar en lo acordado si ella ha demostrado una y otra vez tener poder de veto? Como si estuvieran las funciones invertidas, en vez de ser el Presidente el que modifica parcial o totalmente las leyes emanadas del Congreso, es el Congreso el que modifica parcial o totalmente los proyectos enviados desde el Ejecutivo.
A este detalle ahora se suman las condiciones de Macri, que dio a entender que no tiene drama en sentarse a dialogar siempre y cuando se respeten una serie de condiciones como la Constitución Nacional –ese listado de sugerencias que todos hemos escuchado mencionar alguna vez– sobre la mesa, dar de baja el embate a la Justicia, al procurador, a la Corte y a la propiedad privada.
Alberto no considera que haya un embate a la Justicia. Si así fuera, no habría propiciado una reforma judicial. En cuanto a lo de la propiedad privada lo salvaron los dichos de la Conferencia Episcopal. Difícil tener que elegir entre Grabois, el Papa y el Estado de Derecho en un país en el que los que se llaman progresistas están cada vez más cerca de un matrimonio entre la Iglesia y el Estado, una relación que los llamados oligarcas del siglo XIX divorciaron.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿A quiénes les hablan Mauricio y Cristina, Macri y Fernández de Kirchner? A su grupo duro, a ese que siempre los va a bancar en las buenas y en las malas, a ese 30% inamovible. Alberto sabe que la tiene difícil si Cristina le quita el favor real. ¿O acaso entre los que lo llevaron a la Presidencia no se encuentra ese 30% que lo calificaban de traidor quince minutos antes de que su ahora vice lo ungiera heredero? Quien cambia de parecer tan rápido, bien puede hacerlo dos veces.
Y Mauricio hace lo mismo. Así como las palabras de Carrió respecto de Rafecas merecieron un comunicado de Juntos por el Cambio en el que se aclaró que no fue consultada la mesa interpartidaria, lo mismo tendría que haber ocurrido con los dichos de Macri al hablar en nombre de Juntos por el Cambio. Hubo un comunicado, pero no en esos términos. Y eso que la presidencia del PRO está en manos de Patricia Bullrich, no de Macri.
De gobernadores e intendentes. Ante este panorama se imaginarán cuál es la situación entre los responsables de administrar territorios. Son poquísimos los gobernadores que mantienen todavía una estrecha relación con Cristina, aunque varios más se suman al grupo de chanfle por una sencilla razón que supo explicar un ministro provincial: “Si para pedirle al Presidente hay que esperar a que lo consulte con Cristina, hablamos directamente con ella y ahorramos tiempo”.
Los intendentes del conurbano, en cambio, manejan otras vías. Al principio de la cuarenterna se encontraron con un serio conflicto de comunicación con el gobernador Kicillof. Fueron tiempos en los que intendentes del Frente de Todos le pedían a Rodríguez Larreta que les llevara los mensajes al Presidente. Luego del distanciamiento comenzó a jugar en los distritos el único del frente de gobierno que fue intendente: Massa. Tiene competencia en la pesca: un compañero de militancia de la campaña Duhalde-Ortega hace lo mismo. Y no se pisan. Primero, porque se conocen mucho y segundo porque tienen intereses a futuro bien distintos: Diego Santilli pretende la gobernación bonaerense y Massa ya no se conforma con otra cosa que no sea la presidencia.
Y así, Macri contiene al votante duro, Larreta contiene a Carrió y levanta el perfil de una alicaída Vidal, Cristina satisface a sus seguidores ansiosos por saber de ella y Alberto, por ahora, levanta a sus caídos y les corta el párpado para que puedan seguir.
La incógnita que cada vez toma más fuerza en todos los espacios políticos es quién es el líder. Porque habrá quienes pretendan mesianismos salvadores, pero incluso en un equipo de fútbol se necesita un director técnico, alguien que encolumne y ordene los egos. Por ahora, el sistema democrático argentino se parece más a una enorme reunión de consorcio que debate sobre el administrador.
© Infobae
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