Por Pablo Mendelevich |
Quién sabe cuánto vamos a aprovechar el salvavidas lexicográfico que nos acaba de arrojar la Real Academia Española (RAE) con urgencia inusual, se ve que interesada en demoler resabios de reputación paquidérmica.
Cuarentenar, supimos al comenzar la semana 577 millones de personas, las que hablamos español, significa ahora de manera oficial poner algo o a alguien en cuarentena. La RAE lo ejemplifica con "cuarentenaron un hospital".
Por algún motivo prefirieron poner en la oración un hospital y no un país entero. Que fue lo que puso, con perseverancia, filminas y ataques a Suecia y otros reinos descarriados, el presidente Alberto Fernández, por lo menos hasta el día en que desmintió a su propia lapicera y explicó que cuarentena no había más. También aparece encuarentenar ("si alguien se infecta, habrá que encuarentenar a toda la colonia").
Parecido, pero no igual, es cuarentenear: pasar un período de cuarentena, se informó desde España. Lo que nos tocó a todos nosotros, cualquiera fuere la abnegación de cada Carlitos y de cada Carlota. Verbo este, el que viene con la e, al que se ilustra en el mataburros tuneado con una sentencia que los que hicieron crecer un 35% desde marzo las mediaciones predivorcio seguramente estarán ansiosos por discutir: "es más llevadero cuarentenear con alguien", asegura la RAE en bastardilla.
Pocas veces los mandamases del idioma -a diferencia de los de los siglos anteriores, los filólogos del siglo XXI, ufanados de su humildad, se presentan como meras esponjas del habla viva-, han estado tan a tiro para hacerle un service a la lengua. No por la frecuencia, que sigue siendo anual, sino por el ostensible trabajo en caliente. Ellos denominan a los retoques con la misma palabra con la que nuestros celulares y computadoras nos imploran no apagarlos mientras regurgitan: actualizaciones. Y las actualizaciones lexicográficas 2020, huelga insistir, tienen a la omnisciente pandemia dando indicaciones desde atrás.
Lo que más impresiona de las 2557 novedades es que se precipitan al baúl de Cervantes palabras que en la última Navidad ni soñábamos, como coronavirus, coronavírico, COVID (que para regocijo de los que hablan haciendo inventario de género ya viene doble). Y otras, de cosas que están pasando en estos tiempos raros, y que de algún modo hace falta nombrar, como desescalada. Desescalada le cae como anillo al dedo a la laxitud cuarenténica de ahora (perdón, lo de cuarenténica no va, por lo menos en esta horneada no salió).
Si uno no solo es académico, sino también Premio Nobel de Literatura lo más probable es que cuando se actualizan las palabras su opinión pesa. Fue lo que sucedió con Mario Vargas Llosa y el término confinado (más toda su familia). Vargas Llosa escribió al comienzo de las cuarentenas una columna que basta para confirmar las enormes implicancias que tienen las palabras y los significados que se les reconocen. Allí decía: "es importante establecer una clara diferencia entre el "confinamiento" como pena o castigo infligido por una dictadura a un opositor y una medida democrática, aprobada de acuerdo a ley, que se propone proteger a una población civil amenazada por una súbita catástrofe que podría acarrearle muchas más desgracias sin esa merma momentánea de su libertad de desplazamiento".
Ahora la RAE resolvió que confinado tenga tres acepciones: una persona "obligada a vivir en un determinado lugar", una persona "sometida a un confinamiento" y, "en algunos países, persona que sufre la pena de confinamiento". El confinamiento es un "aislamiento temporal y generalmente impuesto de una población, una persona o un grupo por razones de salud o de seguridad". Confinar es "encerrar o recluir algo o a alguien en un lugar o dentro de unos límites" (en bastardilla aparece "se confinó en su casa"). Pero, por suerte, para oxigenarnos está la letra D. Ahí se lee desconfinamiento y desconfinar, levantar las medidas de confinamiento.
En los rincones hispanohablantes en los que con pandemia se discute el aborto (se trata, en verdad, de un solo rincón) destelló en las últimas horas al "legalizarse" el término provida. Por momentos la nueva colección de la RAE más que una porción de diccionario parece un noticiero.
Hay un montón de novedades para democracia. Puede ser casualidad, pero justo cuando en el mundo se debate el impacto pandémico (perdón, a esta tampoco la reconocieron) sobre los sistemas políticos la RAE le mete a la palabra democracia cinco precisiones. Una de ellas consagra la democracia popular, sistema de gobierno de las dictaduras comunistas. Hay, además, novedades ideológicas. Nace izquierdizar (no requiere que descifremos el significado, ¿no?), fascistoide, derechoso e izquierdoso, adjetivos despectivos por si hiciera falta prevenir a los usuarios. Está parafascista (que tiene semejanza con el fascismo o con lo fascista) y llega, por fin, una voz que ya Perón, siempre adelantado, usaba en 1945 para despotricar contra aquellos que según él lo llevaron a responder con la creación del peronismo: partidocracia. La RAE no menciona a la abominable Unión Democrática ni nada de eso, define partidocracia como "situación política en la que se produce un abuso del poder de los partidos". Hay enmiendas de acepción para bolchevismo, bonapartismo y -preparen los oídos, esto puede doler- candidatizar. Para decir que se va a retirar del acceso público un contenido en un entorno digital ahora hay un verbo: despublicar.
Llega, por fin, una voz que ya Perón, siempre adelantado, usaba en 1945 para despotricar contra aquellos que según él lo llevaron a responder con la creación del peronismo: partidocracia
Como se les señala a los niños el 6 de enero cuando hay regalos en los zapatos, "¡Oh, los Reyes deben haber pasado por acá!", los lingüistas reales se ve que acaban de estar en la Argentina. Oficializaron, por fin, la palabra prebendismo. "Especialmente en política, práctica consistente en favorecer a determinadas personas concediéndoles prebendas (//empleos lucrativos y poco trabajosos)".
La siguiente de la lista es presentismo, no solo la "acción y efecto de estar presente" sino "proyección de los valores del presente en el pasado". Un presentista (por si hiciera falta echar mano a esta voz que ahora consiguió el DNI) no es otro que un "interesado solo en el presente". ¿Alguno a mano?
Fondo Monetario
A medida de este país endeudado cuyos senadores oficialistas vienen de abofetear al acreedor, la RAE bendijo esta semana el verbo refinanciar. Sépanlo, capitostes del FMI, tendrán que aceptar nuestras condiciones. Bueno, no dice exactamente eso la RAE, pero define sin rodeos refinanciar: financiar nuevamente una deuda "revisando las condiciones previas por las que se regía".
Endeudamiento ya existía, claro, en el diccionario y en la costumbre. Pero ahora apareció enfeudamiento, que también puede resultarnos muy útil: significa "subordinación o sometimiento, especialmente en política". A los europeos siempre les tocan palabras continentales. Salió euroesclerosis, que viene a ser la estancación política o económica en las instituciones de la Unión Europea. Por suerte no tenemos esos problemas con las instituciones.
Por si algún partido estuviera pensando en no presentarse a las elecciones de 2021, la RAE le hizo un retoque a abstencionismo. Ahora es "actitud o práctica consistente en no ejercer el derecho a participar en determinadas decisiones, especialmente en un proceso electoral".
En fin, se trata esta vez de una actualización candente. Tanto que el artículo textil hoy más usado consiguió no una sino dos entradas: barbijo y mascarilla.
© La Nación
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