Por Roberto García |
La pitonisa dijo: con la carta, Cristina le hizo un golpe de Estado a Alberto Fernández. Pero desde entonces el Mandatario subió varios escalones en ese sordo conflicto con la viuda de Kirchner. Como si no le alcanzara ese vaticinio dudoso, la hechicera Elisa Carrió agregó para su rebaño: “Macri ya fue”.
Era, obvio, otro golpe de Estado. En este caso, ella como protagonista en lugar de Cristina, y contra la conducción del ingeniero boquense en Cambiemos.
Hablaba, la exilada en Exaltación de la Cruz, en nombre de Horacio Rodríguez Larreta, originario autor del putsch, ya lanzado a la candidatura presidencial de 2023 en el acto de homenaje a Rogelio Frigerio, álter ego de Arturo Frondizi. Tampoco aquí se sabe si Carrió logró el propósito de subvertir su interna, apenas la enardece. Como la Pitia del Oráculo de Delfos, no siempre acierta en sus pronósticos. Pero, acostumbrada a moverse entre escombros –luego de derrumbar los muros–, Lilita hizo una contribución incendiaria al reñidero de los dos grandes conglomerados políticos que se reparten el país.
Por un lado, Macri espera contener la sublevación interna sin episodios traumáticos, con un control a distancia. “No quiero un parricidio”, parecía confesar como si alguna vez hubiera atravesado el humor negro de Ambrose Bierce y pensara que Larreta dispone de una sexta forma para liquidar a los padres sin grandes derramamientos. Pero no pudo ser: los emancipados van por la sangre como los tiburones, ni invitan al ingeniero a su propio cumpleaños. Hasta le provocaron una confusión en su cercanía: Patricia Bullrich, su delfín más explícito, cuando conoció el fallo de la Corte Suprema sobre los traslados de dos jueces, se mostró satisfecha y sostuvo que Cristina no debía estar contenta. Sin embargo, horas más tarde, el viento alteró la veleta y convocó a una marcha para protestar contra la decisión judicial. Casi surrealista.
Abundaron otros desacomodos y acomodos en el bloque opositor. El telón finalmente se corrió al consagrarse el desasosiego interno: Larreta acompañó al ex ministro Rogelio Frigerio (uno de los traidores, junto a Monzó y Massot, según el macrismo de raza aria) en el recuerdo a su abuelo, el “tapir” Frigerio, figura clave de la política del siglo pasado, que supo ser mentor, a su vez, del padre del alcalde porteño (aunque su hijo nunca pareció hacerle demasiado caso en materia desarrollista). La nostalgia enternecedora sirvió para el lanzamiento presidencial del intendente y el apartamiento de Macri.
Quedan pendientes otros objetivos: en el PRO insisten en que María Eugenia Vidal debe encabezar la lista porteña, blindar el distrito y que no vaya como postulante a la provincia de Buenos Aires, aunque allí sea la dirigente con mayor aceptación. En todo caso, le reservan al radicalismo el espacio bonaerense, suponen que Facundo Manes podría ser un buen candidato. Pero esa propuesta no debe conformar a otro radical, Lousteau, quien tiene los rulos hechos imaginándose jefe de Gobierno porteño.
Temblor. Por el lado oficial, se advierte otro terremoto: Alberto Fernández /(jaqueado por el estrés y los artificios de su cura que se manifiestan en el agrandado físico) marca diferencias con Cristina desde que esta difundió la famosa carta reclamando el fin de “los funcionarios que no funcionan” (atenta lectora a los juegos de palabras de Cabrera Infante, uno cree). Quizás se sintió arrinconado por la esquela femenina, y su primera reacción consistió en una provocación infantil: se hizo fotografiar de inmediato con Massa y Vilma ibarra, dos cuestionados por la ex mandataria.
Otra manifestación contestataria: la ministra Losardo volvió a respaldar a Rafecas –otro cercano al estudio que tuvo con Alberto– para la Procuración, un desafío directo a una Cristina que se desencantó con el personaje. Tuvo la Casa Rosada, además, la fortuna de que se detuvo el alza del dólar y, ahora, decidió un acto superior en señal de independencia. De alta temperatura: prometió apoyar la reelección de los intendentes bonaerenses, seguramente a partir de una libre interpretación de la ley que lo prohíbe, norma que impusieron la Vidal y Massa y, sobre todo, se consideraba una joya sagrada para el crecimiento del cristinismo en la jurisdicción. Lo dijo AF en un acto a numerosos intendentes al tiempo que empezó a recorrer esos distritos con pasión proselitista. Si se fortalece esa iniciativa, la mayor dañada parece Cristina, el mismo Máximo y su cohorte de La Cámpora, a quienes les repugna esa posibilidad de reelección porque limitaría su eventual expansión en la provincia más importante del país.
Tocó Alberto con su enunciado el mayor órgano de la vicepresidenta: el bolsillo de los votos. Hay manifiesta unanimidad con esa declaración de los actuales barones del Conurbano –quienes no confían ni en sus propios hijos para cederles la sucesión–, quizás hasta haya apoyos de gobernadores y parte importante del peronismo. Se ha desatado un conflicto. Si hasta le atribuyen a Mario Ishii, un devoto habitual de Cristina, esta frase: “Alberto se ha puesto los pantalones”. Sea por la nueva situación o por otros acontecimientos, Máximo produjo un hecho infrecuente: no dio el discurso como titular del bloque al presentarse el presupuesto y desapareció de los lugares que solía frecuentar. Como se sabe, rechaza la reeelección de los intendentes, dicen que cuestiona la forma en que se resolvió la ocupación de terrenos en Guernica y su celular se descompuso para atender ciertos llamados.
Ese distanciamiento no produjo conmoción, hubo falsas expectativas al respecto. Y, por si fuera poco, circulan comentarios sobre desavenencias con su propia madre. Enojos, caprichos juveniles, la falta de consejos, relata el cancionero. Más de uno piensa que se trata de interferencias domésticas y no políticas. También el vástago, igual que Alberto, debe estar apremiado por el estrés y la búsqueda de artificios para nivelar los nervios de la crisis. Aunque madre e hijo, por ahora, disponen de una ventaja en cualquier reyerta con el jefe de Estado: son ellos quienes habrán de confeccionar las listas de diputados del año próximo, sus candidatos serán los nominados, difícil que haya otra intervención en esas designaciones. Y Fernández deberá luego gobernar con esos elegidos en la Cámara que le responden a la dama. Nadie augura sencillez a esta situación, ni la sacerdotisa más famosa.
Las rebeldías, de baja o alta intensidad, en las dos coaliciones, ofrecen una singularidad común: se realizan contra quienes, hasta ahora, son los que más votos propios escrituraron. Léase Macri y Cristina. Ninguno de los dos se puede ir a Sevilla para arriesgar la silla, lo que antes parecía clandestino ahora es público.
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