domingo, 18 de octubre de 2020

Una misión para Alberto Fernández

Por Gustavo González

Perón tuvo un relato mítico que comenzó un 17 de octubre de hace 75 años: la fidelidad del “pueblo trabajador” al líder y la construcción de un país con “independencia económica, soberanía política y justicia social”.

Menem también tuvo un relato para esa alianza social que heredó de Perón (con más establishment financiero que industrial) y sumó a sectores medios seducidos por la estabilidad monetaria, los créditos hipotecarios y el turismo internacional.

Néstor y Cristina Kirchner volvieron a la narración más nacionalista del primer peronismo y la completaron con una impronta de derechos humanos más la reivindicación de cierto relato setentista, pero light.

No se sabe todavía si Alberto Fernández podrá ser el constructor de un relato que lleve su impronta. Lo que sí se sabe es que a esta alianza multiperonista le falta un relato propio que abreve en sus raíces, pero que le aporte elementos superadores que absorban el nuevo clima de época.

Ethos. El relato no es sinónimo de verso, sino de exposición racional y emocional de una misión. El “para qué” de un presidente. Pueden existir malos gobiernos que tengan en claro su misión (el caso extremo de las dictaduras). Pero no existen buenos gobiernos que no hayan transmitido bien cuál es la suya. Después se sabrá si esa misión es correcta o incorrecta, pero antes se necesita tenerla y escenificarla.

La misión es el ethos de un presidente, no es un plan. Los planes son posteriores, son las técnicas aplicadas para lograr los objetivos, pero antes las sociedades necesitan entender bien cuál es el espíritu que los motivó y el que justifica todos los esfuerzos.

Sin explicitar bien hacia dónde se va, no se va.

Un político como el Presidente sabe esto. Su problema es cómo definir “la” misión de un gobierno que está integrado por grupos y líderes que tienen misiones distintas o, en algún caso, ni siquiera tienen misión.

Fernández esbozó desde el principio el concepto de la antigrieta, con el que sumó los votos necesarios para estar donde está. Supuso con razón que, después de tantos años de relato agrietado, una nueva mayoría ansiaría un discurso de consenso y que ese podía ser el signo de su mandato.

El comienzo de la pandemia le sirvió para escenificar los beneficios de la unidad. De ahí las conferencias rodeado de gobernadores oficialistas y opositores. Fue el momento en que su imagen positiva rondó el 80%.

La realidad confirmaba que había una sociedad predispuesta hacia un mandatario que consultaba con especialistas, que priorizaba lo sanitario por sobre las disputas políticas, que en general no buscaba culpables en el pasado, abierto a hablar con el mundo, que aceptaba entrevistas y que, cuando daba conferencias, no gritaba.

El problema es que, antes, durante y después de esos mensajes de consenso, se escucharon otros que iban (o parecían ir, para el caso es igual, porque lo importante es lo que se percibe) en sentido contrario: expropiación, advertencias a la Corte, reforma judicial sin consenso, exabruptos de funcionarios y la no negociada quita de coparticipación al líder opositor que más lo había acompañado en su “misión” moderadora, Larreta.

¿Por qué un presidente que parecía haber encontrado un relato superador por el que recibía la aprobación de un porcentaje tan alto de la población comenzó a enviar mensajes contradictorios que le restaron popularidad?

La respuesta es que él se expone como síntesis de distintas misiones, la suya más las de los otros miembros de su alianza, en especial de Cristina. En la práctica, el resultado no es “una síntesis superadora”, como explica el oficialismo, sino un relato confuso, un no-relato. Frente a eso, cualquier medida coyuntural de la economía resultará nimia, incapaz de llenar ese vacío.

Idea. El martes 13 pasó desapercibido un mensaje de Gustavo Beliz, el secretario de Asuntos Estratégicos, en la reunión anual del CARI. Beliz fue el primer ministro de Justicia de Kirchner: se quedó sin trabajo un año después tras denunciar el sistema de espionaje ilegal. Es un peronista que pasó por la función pública en distintos períodos y cuya honestidad nadie puso en duda. Tras años de distancia, en 2019 se reencontró con Fernández.

Su mensaje parece un primer intento por terminar de definir un relato de gestión y aportarle contenido ideológico. Habrá que ver si el Presidente cree lo mismo.

Plantea el sello de “capitalismo solidario” frente al “capitalismo casino” (Beliz titula y escribe como periodista que es) y le suma dos ideas fuerza fáciles de comunicar: la antigrieta y la anticorrupción. Dos ideas sensibles en el oficialismo, pero que nadie se atrevería a rechazar en público. Tampoco los opositores.

Lo sintetizó así:

• “No hay opción estratégica con un país fracturado por el odio. Es imposible vincularse con el mundo si no desarrollamos una prudencia, una sabiduría estratégica. Es importante evitar dos polos igualmente perniciosos: la politización de la Justicia y la judicialización de la política”.

• Unidad en la diversidad: “Que el odio no ciegue de un lado y del otro”.

• Competencia: “El enemigo de un capitalismo solidario no es el comunismo, son los monopolios, los oligopolios, los subsidios mal enfocados y las condiciones poco transparentes entre actores estatales y empresariales. Todos sabemos de lo que hablamos cuando hablamos de esto”.

• “Un sistema nacional que asegure la competencia económica es la sala de máquinas de un capitalismo solidario”.

• Obra pública vinculada a medio ambiente y conectividad virtual y física con el 5G y la hidrovía, desarrollada con “competencia y transparencia”.

• “Transformar la ayuda social en trabajo estable y productivo con alfabetización digital”.

• Equilibrio económico: “No creemos en una economía populista de especulación financiera, ni endeudamiento tóxico ni recetas mágicas y cortoplacistas, propias de un ‘capitalismo casino’. El desafío es construir un ‘capitalismo solidario’ de triple impacto: económico, social y ambiental”.

• Además reivindicó la ley de Economía del Conocimiento como una política de Estado que superó todas las barreras ideológicas desde 2003, resaltó el acuerdo con los acreedores con apoyo de los distintos sectores, abogó por la concreción del Consejo Económico y Social, y la consolidación de un mercado nacional de capitales.

Un porqué. Como se ve, no se trata de un programa detallado de gobierno, sino de conceptos básicos que representen un camino.

Cruzado de referencias al Papa, el mensaje de Beliz revela un espíritu socialcristiano que siempre atravesó al peronismo y que es un lugar ideológico amigable tanto para los peronistas clásicos, como para los nac & pop y los más socialdemócratas. Pero también resulta cercano para la mayor parte de los opositores.

En todo caso, el Gobierno necesita mostrar una misión convocante que lo identifique. Esta u otra, la que crea mejor.

En medio de esta emergencia excepcional y antes de cualquier plan de acción, debe convencer de que su existencia tiene un porqué.

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