Por Gustavo González |
“Yo no vine a ser presidente, vine a residir en la Argentina, a vivir tranquilo, ser referente, ocuparme de la macropolítica y que Cámpora gobernara. Seguí el consejo de Evita, ella siempre me decía que era la persona más leal que teníamos. Pero Cámpora se dejó copar por los zurdos. Así que yo, que no vine a ser presidente, tengo que hacerme cargo de todo este quilombo”. La frase es parte del diálogo entre Perón y Carlos Seara, uno de los médicos que lo atendió al final de su vida.
Héctor Cámpora gobernó cincuenta días. Esa versión del Perón en sus últimos días no es la misma de la historia oficial del peronismo por la cual siempre se supo que esa presidencia sería de transición, hasta que se pudieran celebrar elecciones sin la proscripción de Perón.
Pero en cualquiera de las dos versiones, la imagen de Cámpora se limitaba a la de un hombre cuyo mayor valor era la lealtad y que, tras renunciar a la presidencia, se retiró en su casa de San Andrés de Giles.
Ese odontólogo políticamente gris, que nunca esbozó un pensamiento ideológico propio, jamás se habrá imaginado que sus cincuenta caóticos días en la Casa Rosada sirvieron de inspiración para que, con la posmodernidad, unos jóvenes usaran su apellido como señal de identidad. Y La Cámpora se transformara en uno de los ejes centrales del primer gobierno multiperonista de la historia y de sus cada vez más fuertes debates internos.
Poder. Con una pandemia que no cesa y una economía que no termina de arrancar, en los últimos días recrudecieron esos debates junto a rumores de cambios de gabinete y ciertos delirios institucionales que incluirían reposicionamientos de figuras como Máximo Kirchner y Sergio Massa.
En estos tiempos difíciles, en medio de un frente peronista sin un liderazgo hegemónico, cruzado por temores e hipersensibilidades, el off the record es la mejor técnica para entender lo que piensan.
La Cámpora no representa al cristinismo todo (que suma a ex comunistas, radicales, independientes y peronistas varios), pero sí constituye su estructura mejor organizada. Con poder político y económico que le permite llegar a todo el país: Ministerio del Interior, Anses, PAMI y Aerolíneas. Además de cinco intendencias, 14 diputados nacionales, 7 senadores y dos gobernadores que consideran propios: Alicia Kirchner y Axel Kicillof.
La historia de la mayoría de ellos no viene del peronismo tradicional. Reivindican una épica setentista que incluye sus luchas revolucionarias, aunque –por edad– ninguno de ellos participó de la resistencia ni de combates armados, como tampoco lo hicieron sus máximos referentes, Néstor y Cristina Kirchner.
Se podría decir que es el menos peronista de los tres peronismos que integran la coalición oficialista que completan el albertismo (con el massismo y el lavagnismo) y el peronismo clásico de gobernadores, intendentes y sindicalistas.
Diferencias. Los camporistas dicen que su principal virtud es la lealtad, como la que Cámpora tenía con el general, y que hoy son leales con el mandato de Cristina de apoyar a Alberto Fernández. Por eso se cuidan de no criticar directamente al jefe de Estado, aunque reconocen sentirse defraudados por la posición de la Cancillería sobre Venezuela o dicen no entender la supuesta cercanía de algunos funcionarios con el grupo Clarín.
Y hablan de la lealtad de Alberto hacia Cristina como espejo de la que Cámpora tuvo con Perón. El problema para ellos es que Fernández no es Cámpora. Ni Cristina es Perón.
Uno de los funcionarios bonaerenses que mejor conocen a la vicepresidenta señala “la incapacidad de nuestra coalición de no poder hacer una síntesis política que se vea reflejada en la elaboración de una agenda propia”. Para él, un ejemplo de esa incapacidad “es la que permite que una cuestión menor como las diferencias que podemos tener por Venezuela se constituya en debate nacional”. Y se queja de la inacción de una parte del gabinete: “Es un equipo pensado para jugar un partido, pero el juego cambió y hoy les toca jugar otro partido para el que algunos no están preparados”.
Otro alto funcionario nacional, que creció políticamente con Cristina y hoy se siente representado por Alberto, entiende que el desafío de unos y otros es “administrar la diversidad, pero esa es una enseñanza que se aprende con el tiempo”. Para él, el camporismo “debe aprender a aceptar que quien gobierna es Alberto, apoyar y no seguir reclamando cosas en las que Alberto no cree”.
Volver a las fuentes. Los albertistas son peronistas que aún reivindican cierta mitología partidaria, pero que aspiran a representar una versión superadora, republicana y más socialdemócrata del movimiento creado por Perón.
Transformados en conductores ejecutivos de la alianza multiperonista, intentan minimizar las diferencias con los herederos de Cámpora (“la diversidad nos enriquece”, dicen sin pretender ser irónicos).
Explican que en las últimas dos semanas el Presidente retomó un camino propio de conducción con tres ejemplos: logró que el país no quedara aislado del mundo apoyando la declaración crítica de la ONU sobre Venezuela, inauguró la mesa de diálogo entre empresarios y sindicalistas, y volvió a la comunicación de las medidas sanitarias mostrándose junto a líderes opositores como Rodríguez Larreta y Gerardo Morales. También incluyen en este regreso a las fuentes las visitas presidenciales al interior (“agenda federal”) y su presencia en las inauguraciones de fábricas o nuevas líneas de producción (“agenda productiva”).
Pero al mismo tiempo están quienes dentro del Gobierno se sienten escrutados por “los Cámporas” y suponen que “después le llenan la cabeza a su jefa”: “A veces pierden más tiempo en controlar lo que hacemos para ver si pueden reemplazarnos en nuestros cargos, que en cumplir sus funciones y colaborar”.
Desde La Cámpora descartan cualquier insurrección dentro del oficialismo y no quieren hablar del futuro electoral: “Hace un año dijimos que todavía no era nuestro tiempo. Hoy seguimos diciendo lo mismo, nos toca apoyar y consolidar esta coalición”.
Conducción. Entre los peronistas más tradicionales vinculados con los gobernadores y la pata sindical del oficialismo, crece la preocupación por cómo el albertismo y el cristinismo resuelven sus internas. Al punto de mencionar a Massa como esperanza superadora. Uno de los principales organizadores del acto virtual del 17 de octubre, refleja el fondo de la preocupación de este sector: “La crisis no es económica, es de conducción política y se refleja en lo económico, en lo social y en lo internacional”.
Los tres peronismos que conforman la alianza oficial coinciden en algo: las soluciones las deben buscar dentro de la coalición. Hoy ninguno se imagina generando un consenso amplio que incluya a líderes empresariales, sindicales, sociales y políticos de distintos espacios para enfrentar la crisis de confianza que atraviesa al país. Prefieren debatir cómo terminar de ensamblarse, a qué ministro reemplazar, qué espacios de poder les corresponde ocupar y cómo aprovechar los flancos débiles de la oposición.
Hasta empiezan a pertrecharse para la inminente lucha por los lugares en las listas del próximo año electoral.
En pos de sobrevivir, corren el riesgo de naturalizar la política como un estado de permanente equilibrio entre fuerzas internas en pugna.
Y pierden la oportunidad de aprovechar este momento de excepción para buscar soluciones excepcionales que miren más allá de la polarización argentina.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario