Por Fernando Savater |
Según el catecismo los pecados de la carne pueden ser de pensamiento, palabra y obra. Las dos últimas categorías me parecen bastante claras, pero la primera siempre se me resistió. Cuando el confesor preguntaba si tenía malos pensamientos yo sabía que se refería a algunos que me parecían buenísimos porque eran performativos (a los diez años no conocía esta palabreja) es decir que realizaban la acción imaginada.
De pecados de pensamiento no habla la creativa macroencuesta sobre violencia de género —el pecado nefando— del Ministerio del ramo pero añade las miradas lascivas, que son sin duda su preámbulo. Con esas ojeadas comienza el círculo infernal al que el pensamiento aporta su combustible para desembocar en actos... ¿violentos? Sólo si se considera que el arrebato sexual siempre es violento, es decir, que hay que incluirlo en la sección de sucesos y no en la fisiología.
Dudo que las miradas lascivas, de las que me reconozco entusiasta, sean exclusiva masculina. Delatan apetito y fruición, por lo que lamento no haber sido objeto de ninguna (salvo quizá en un paseo por un parque de cocodrilos cerca de Bangkok), pero los mozos en tanga que animan las despedidas de soltera pueden dar mejores noticias. Aunque si eso es una agresión sexual, el personaje de novela que “desnuda” a la chica con la mirada y el villano que la desviste a trompazos deben ir al mismo correccional.
Ni las miradas asesinas matan de veras ni se viola a nadie con los ojos: decir lo contrario beneficia a los criminales y a los maltratadores. Además, son defectos que traemos de fábrica. Animosamente, hay quien propone replantear la identidad masculina. ¿Por qué dejarlo a medias? Cambiemos toda la identidad humana. Después de la vacuna de la covid nos ponemos a ello...
© El País (España)
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