Por Almudena Grandes |
Al final, estoy empezando a pensar que la pandemia en sí misma, con toda su carga de sufrimiento y muerte, será más fácil de exterminar que las abundantes patologías que surcan y estrujan nuestra sociedad en todas direcciones. La vacuna tardará más o menos, pero llegará, y llegarán los tratamientos eficaces, que no habrán podido salvar a millones de personas, pero salvarán a muchos más.
Cuando esto ocurra, me pregunto qué pasará en este atormentado país nuestro, que ni siquiera ha logrado ponerse de acuerdo sobre si conviene primar la salud sobre la economía o lo contrario.
Vivimos encadenados a un carrusel frenético de imágenes sensacionales, en el que las cifras de contagios acaparan la misma atención que las protestas de los hosteleros, que increpan a un Gobierno, al que toque, como si el virus sólo fuera una excusa para hundirlos. Luego están las fiestecitas de los pijos que viven peligrosamente y se graban con sus móviles para subir a las redes el testimonio de su temeridad, las guerras intestinas entre Gobiernos autonómicos y/o el central, las manipulaciones e intoxicaciones de toda clase, las maniobras judiciales, las mentiras. ¿Cómo vamos a sobrevivir a eso, cuando hayamos sobrevivido al virus?
A finales de 2017, cuando la pandemia no existía ni como hipótesis remota, en Estados Unidos empezó a circular en Internet la noticia de una conspiración de líderes demócratas, actores de Hollywood y el Papa, entre otros, que secuestraban a niños para violarlos, asesinarlos y beberse su sangre, aunque Trump acabaría con ellos y los encerraría en Guantánamo.
La otra noche, en un debate, no quiso desmentirlo. Con todo el respeto hacia el dolor de las víctimas, hay cosas que me dan mucho más miedo que el virus.
© El País Semanal
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