Por Roberto García |
Risueña la reflexión cristinista: difícil gobernar desde una coalición en la que deben coincidir tres partes o personas, ese método atrasa o paraliza las decisiones. Un justificativo falso para impulsar un personalismo fuerte o para evadir cierta responsabilidad durante ocho meses de gestión y explicar, como un conjunto, el parcial derrumbe del Gobierno: nadie cree que el poder se reparta en forma igualitaria, menos que representen el mismo peso individual Cristina Fernández, Alberto Fernández y Sergio Massa.
En todo caso, sería una remake del 33% de la Junta Militar de los años 70, otro falso antecedente histórico: nunca existió esa similar distribución de roles entre los uniformados, eran categorías diferentes. Lo más probable, ahora, es que la crisis arrincone en la marginación a un miembro del terceto, Massa, quien viene de enfriar su vínculo con el Presidente hace más de un mes y, desde que tuvo un cruce con Máximo Kirchner, resintió su frágil relación con la reina Isis que, como todo el mundo sabe, es mucho más que una arquitecta egipcia. Broma de un culterano anónimo.
Junto a este proceso, se desencadena otro: la aspereza ambiental que separa a los Fernández, el franco disgusto que divide a esas partes comunes del consorcio. De ahí que se impulse el acceso de figuras balsámicas o irritantes, más profesionales, para encarrilar el Gobierno: conversaciones varias con Aníbal Fernández (crítico, por ejemplo, de la tardanza de un mes para instalar al nuevo secretario de Energía), alguna otra en Puerto Madero con Florencio Randazzo. No hay mucho más en el banco de suplentes. Y lo singular es que ambos podrían apuntar a un mismo cargo, la Jefatura de Gabinete, que el bisoño Cafiero ha llevado a los tumbos y como portador de carpetas (aunque se piensa en su apellido para competir electoralmente el año próximo en la provincia de Buenos Aires, de acuerdo a las dinastías imperantes en el país). Justo ocurre este movimiento cuando hace horas el funcionario discurrió sobre su gestión ante el Senado y la atenta vice: cambiarlo este fin de semana sería como haberlo reprobado en el examen.
El rumoreo mayor se centra en Massa, al que le quisieran aplicar una máxima católica (“promover para remover”) para que a fin de año abandone la titularidad de la Cámara de Diputados y ocupe la Jefatura de Gabinete dejando en la línea de sucesión al hijo de Cristina. Ni los K más fervientes han imaginado este proceso que, además, dispone de una traba: Massa, previsor, se hizo elegir por dos años al frente de la Cámara y, para arrancarlo de allí, van a tener que llamar a los marines. En todo caso, si continúa la presión, lo más probable es que traten de quitarle algún área que tutela, en especial si su caja es voluminosa. Típico desenfado kirchnerista: juntar plata para hacer política.
Los pecados de Massa que trascienden son, por lo menos, cuatro:
1) conservar la rabia por haber sido prescindido del presunto éxito de la negociación de la deuda cuando fue bastante activo negociando con determinados fondos;
2) roces por el impuesto extraordinario que, debe pensar, rechaza la inversión en lugar de atraer capitales;
3) su posición sobre Venezuela, hoy más discreta, pero opuesta a la que manifiestan los amigos de Cristina (léase Hebe de Bonafini, Alicia Castro, o el embajador Raimundi), ya que alguna vez le dio albergue a la esposa de uno de los dirigentes perseguidos por Maduro;
4) el lagrimeo de Kicillof por considerar que en la Provincia el tigrense hace hand off con los intendentes cuando la gobernación lo necesita.
Pero Massa no es el conflicto de la coalición: el centro del litigio transcurre en la doble cabeza, entre la dama y el caballero, en la sucesión de reproches mutuos por el marcado deterioro del Gobierno (hasta cuestionan que, por distenderse, en lugar de atender la crisis un domingo Alberto pasó el día jugando a la pelota y tocando la guitarra con amigos). Justo cuando Ella está más ofuscada que nunca con la Justicia por el último fallo de la Corte y sus acólitos piensan en represalias a la corporación: de volver a discutir el tema de Ganancias a expandir el número de integrantes a once, sin olvidar el juicio político ya lanzado contra Rosenkrantz, imputación que no prospera pero que abre el buzón para que le lluevan otras denuncias y lo estropeen. Una forma de bloquear su propósito de persistir como titular del instituto el año próximo.
Tampoco comparte Cristina la intención del Presidente por liderar el PJ, acompañado por sindicalistas, intendentes y gobernadores. Ella prefiere a Capitanich, aunque el chaqueño no pasa ningún filtro de los compañeros, o a Sergio Berni, incansable susurrante en el oído de la dama con novedades a comprobar. Más que el título en el PJ, a ella la afecta la eventual apoyatura a Alberto: vive esos actos como un complot en su contra. Y no le falta razón, ya que el próximo 17 de octubre, una CGT fragmentada organiza un acto a favor de Fernández sin presencia de camporistas, el Presidente puede agradecer con un discurso conmemorativo in situ o por Zoom en el salón Felipe Vallese (del cual casi nadie sabe nada, sean presentes o ausentes). Para colmo, Duhalde organiza una misa donde solo podrán ingresar peronistas –habrá hisopados al respecto– y Guillermo Moreno lanzara el partido Principios y Valores para competir el año próximo en la Provincia. Oficialistas abstenerse. Un renacer del peronismo en situacion de riesgo, el contagio llega hasta el PRO: Miguel Pichetto, ese día, piensa emitir un documento para demostrar que la llama del general no se apaga en ningún sector. También está por crear un partido. Las elecciones del año próximo son una tentación para todo el mundo.
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