sábado, 24 de octubre de 2020

Luis XIV de La Paternal

Por Roberto García

Empezó con la disposición ególatra de Néstor Kirchner y Mauricio Macrino necesito ministro de Economía, el ministro soy yo. Un Luis XIV de La Paternal. Faltaba algo más: no es necesario tener un plan económico, sostuvo, repitiendo una consigna de Lavagna en otros tiempos. 

Pero la arrogante tómbola económica de Alberto Fernández no acertó, le demandó un cambio, y Martín Guzmán, que ostentaba el título de ministro pero no ejercía –se dedicaba solo a la negociación de la deuda–, fue ascendido de categoría. 

Del día a la noche y, ahora, hasta parece que boceta un plan y le ruega al FMI que le haga favores“Hacete cargo”, le comunicó el Presidente desde la desesperanza. Y el flemático ministro, quien no se sabe si es tempranillo o cosecha tardía, desde la semana pasada empezó a cargar con la transferencia sin demasiada fortuna en el mercado cambiario. Ahora, si persiste la precipitación de la crisis, la culpa será de Guzmán, no del Ejecutivo. Típico de Alberto. Aunque también es la naturaleza que acompaña al servicio de los funcionarios técnicos. 

Pero el alumno de Stiglitz y pupilo de Francisco entendió la pirueta y respondió con un comunicado señalando al titular del Banco Central e íntimo de Fernandez, Pesce, como responsable de todos los desvaríos del cepo anterior. Será universitario pero no cándido. Poco le sirvió esa muestra de nueva autoridad al ministro: junto al dólar se fue a las nubes con todo el Gobierno y ninguno de estos animales terrestres ya parece soportar el vértigo de la altura. Son algunos, en apariencia, un plazo fijo.

Tan desorientado parece Fernández que hace pocos días se quedó solo en un almuerzo por ausencia de sus socios de coalición, y varios seguidores se han propuesto crear un club de amigos para reunirse en Olivos, en asados de a treinta, para asistirlo anímicamente y de paso intentar participar del ganapán de la gestión. Impulsan modificaciones al perfil gubernamental, no solo de hombres y mujeres del plantel, también le sugieren estrategias o reiteraciones del pasado. Sin duda, gente de poca inventiva con olor a naftalina. 

Así, por ejemplo, para ver si les trae suerte, el mandatario y Kicillof replicaron el ritual de Menem para recorrer la isla Martín García el último 17 de octubre, comer y comprar el pan dulce del lugar ($450 el medio kilo, lo que le permitió salvar el mes al dueño del horno) y, luego, concurrir a una visita guiada por la CGT. 

No es lo único que se copia del riojano. También movilizan la creación de un equipo que actúe como guardia de corps mediática que proteja al Presidente, lo defienda y, también debata con opositores. Se reconoce una evidencia: Fernández ya no es el mejor vocero de sí mismo. Un déjà vu del Grupo Rating que piloteaba Eduardo Bauzá en tiempos menemistas que desde la mañana saturaban por radio y tv tratando de amparar la administración. 

Tanta iniciativa para cubrir a Alberto también se vincula a que lo llaman “Sin”: sin dinero, sin territorio, sin reservas, sin socios, sin socia. Algo desvalido entonces se presentará pasado mañana en el ex edificio del Correo que Domingo Cavallo decidió convertir en centro cultural y, luego, los Kirchner completaron el emprendimiento. Allí, a diez años de su muerte, se implantará un monumento a Néstor Kirchner que fue desalojado por el actual gobierno de Ecuador. Hay una incógnita. Esta vez nadie piensa que falte Cristina, pero más de uno quiere saber si el dúo habrá de invitar a quien ejecutó las obras durante la administración K y fue de máxima lealtad con el homenajeado: el ex ministro Julio De Vido. Ni la muerte disipa los enconos personales.

Tanta aspereza oficial revela que el Presidente y su vice no comulgan juntos. Más distancia aún manifiesta Sergio Massa. Una insensata disidencia en la interna de la coalición, difícil suponer que alguno quedará a salvo a costa del hundimiento de los otros. Pero si el terceto carece de habilidad para entenderse, se supone que mucho más complicado será adherir a otras fuerzas o dirigentes para compartir mínimos puntos de acuerdo. 

Un planteo que no le disgustaría al FMI, interesado en estos momentos de crisis en que ningún país se salga del disco por torpezas, dispuesto a consentir pedidos. De ahí que el mandatario le cambió la velocidad a Guzmán: el ministro parsimonioso pretendía una larga negociación, Fernández instruyó lo contrario y a mediados de noviembre llega de vuelta una misión. 

Cuesta entender, sin embargo, en que si hay tanta urgencia más que esperar convendría viajar a Washington. Mientras, se focaliza el termómetro en la conducta del dólar, el indomable virus y sus casos, discrepan con la Justicia o se habilita el protagonismo de las ocupaciones. Por no hablar de la economía real y la inseguridad. De ahí la danza de nombres para corregir los problemas: de Aníbal Fernández a Randazzo, de Nielsen a Lavagna, de Redrado a Chodos. O convocar intendentes movedizos. Con todos se ve el Presidente, es como si alentara una ebullición subterránea a pesar de que reitera su falta de voluntad para ordenar modificaciones en su elenco. 

Contradicciones perpetuas de Fernández, quien a poco de iniciada la epidemia, parecía dichoso porque el Covid cambiaba las prioridades: según le susurraron, el tema de la deuda se sometía al de la enfermedad. Una tontería ideológica, ya que un problema en rigor se sumó al otro. Ya había anticipado Sarmiento, siendo legislador, el destino del país al proclamar una estrofa que regiría la historia: “Calla Esparta su virtud/sus hazañas calle Roma/ silencio que al mundo asoma/ la gran deudora del sud”. Después hay gente que pregunta sobre la falta de confianza.

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