miércoles, 14 de octubre de 2020

La tormenta perfecta

Por Isabel Coixet

Hay pequeñas cosas, detalles que pueden destruir la imagen que uno se hace de alguien y definir para siempre su figura. Recuerdo una velada en casa de un conocido filósofo y escritor donde me dieron para cenar un plato de aceitunas amargas y un plato de briznas de carne reseca, todo ello regado con un vino agrio, cuya botella llevaba semanas, si no meses, abierta. Desde ese momento, cuando veo su nombre impreso en algún lugar, me viene a la memoria el sabor avinagrado del vino, el color gris de las briznas de carne de procedencia desconocida, el aspecto cansado de las aceitunas. 

De la misma manera, cuando leí que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, y su señora transportaban maletas de sábanas sucias cada vez que viajaban al extranjero para que se las lavaran en las cancillerías y residencias donde los albergaban, vivo completamente obsesionada por la noticia y no puedo dejar de preguntarme qué clase de persona lleva maletas de colada a otros países para aprovechar que es gratis. Si tú haces eso, ¿qué no harás con los palestinos de la Franja de Gaza? ¿Qué no harás para evadir impuestos o ser proclive a todas las corruptelas y sobornos que te ofrezcan? Hay cosas nimias en la conducta de mucha gente que la retratan totalmente. Otro ejemplo (vale, lo reconozco, está traído por los pelos): los tangas de Tom Cruise. Para rodar sus escenas de acción en las sucesivas e inacabables misiones imposibles, el actor exige a la gente de vestuario colecciones y colecciones de tangas diferentes que procede a probarse en aras de comprobar qué clase de culo le hacen bajo los pantalones y cómo queda este delante de la cámara. Teniendo en cuenta que el tanga por detrás es únicamente un hilo que se mete entre los dos cachetes –es decir, no se ve–, no soy capaz de entender por qué necesita probarse más de 80 tangas diferentes, como han revelado los responsables de vestuario de Misión Imposible no sé cuántos.

Confieso que últimamente vivo inquieta por estas cosas en apariencia banales: la tacañería de un filósofo, las sábanas sucias de un político, la obsesión por el tanga de un actor de Hollywood. Es como si mi cerebro no pudiera ocuparse de cosas realmente importantes y solo pudiera prestar atención a las nimiedades. Es la estulticia humana que hace que filosofemos en abstracto sobre el ser y la nada mientras les damos a nuestros invitados pan de anteayer. Me gustaría expresar mi terror ante el coronavirus, la precariedad, el cambio climático, la dictadura de las redes sociales, el derrumbe de la democracia, los retrocesos sociales escudados en la crisis económica, el racismo latente en todos los nacionalismos y populismos, etc, pero mi cerebro reptiliano se llena de imágenes de calcetines sucios, colgados de una cuerda infinita de la que penden docenas y docenas de tangas, a cual más hortera y ridículo. Puede pasar cualquier cosa. Todo son señales de que se acerca la tormenta perfecta.

© XLSemanal

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