sábado, 3 de octubre de 2020

La pelea de fondo entre el Gobierno y la ley


Por Héctor M. Guyot

Un hombre llega al hospital. Avanza afirmándose en las paredes y respira con notoria dificultad. Lleva en la cara una mueca desencajada que, más que un dolor concreto, parece el resultado de una vida consagrada a los excesos. Los médicos le ordenan una serie de estudios para identificar esa sintomatología de perfil esquivo que le ha tomado el cuerpo entero. 

El hombre se somete a ellos, dócil y resignado. Cualquier cosa con tal de sentirse mejor, dice mientras lo introducen en el tomógrafo. A los pocos días, lo recibe una junta médica con un sinfín de placas y papeles sobre la mesa. Sin anestesia, le notifican la lista de los males que padece. El hombre, que sabe, espera a que lleguen al punto. Eso ocurre cuando el médico más veterano toma una de las placas y le dice que en el centro de sus padecimientos hay un mal que afecta a todos sus órganos y que acabará de consumirlo en breve. Si no se actúa, sobrevendrá lo peor. Es un tratamiento sacrificado, muy estricto, que implica un rotundo cambio de hábitos. En eso, advierte el médico, le va la vida. El hombre asiente en silencio, dice haber comprendido, saluda a los profesionales con un agradecido apretón de manos y se va del hospital con todos los estudios bajo el brazo. A la media cuadra los arroja en un volquete y vuelve otra vez a lo suyo.

La Argentina tiene su radiografía. Es dura de mirar. En ella se aprecia una degradación general alarmante, resultado de décadas de permisos y licencias que fueron horadando todo sentido de la regla y terminaron en excesos que enferman a cualquier organismo. Hasta que apareció la placa, podíamos minimizar el síntoma. Lo llevábamos encima casi con naturalidad. Un grano puede afear un poco el perfil, pero si lo reivindicamos con picardía, hasta puede conferir carácter y personalidad: los argentinos somos así. Pero con la placa llegó la sorpresa. El grano resultó un cáncer que venía consumiendo al país desde hacía mucho y que en la última década había crecido hasta lo inimaginable, hasta el punto de comprometer su subsistencia. La radiografía de la Argentina (o de aquella parte enferma, muy extendida) es la causa de los cuadernos de las coimas.

Esa causa exhibe el modo en que una parte de la elite nacional saqueaba al país con perseverancia y método, en un despliegue de actividad que no conocía descanso y que refleja el desprecio por la ley y las reglas de juego de quienes se espera, como clase dirigente, una conducta ejemplar. Es una radiografía cruel, pero necesaria, porque nadie puede aspirar a la salud si no conoce en profundidad el mal que lo está matando. Esa placa hecha del registro preciso de un chofer -puedo dar fe, pues tuve los cuadernos en mis manos-, de decenas de confesiones y de una profusa cantidad de prueba complementaria nos confronta con la verdad. De lo que hagamos con ella depende nuestro destino. Porque para olvidarnos de esa radiografía y seguir cómo veníamos, lo que hay que hacer es fortalecer el cáncer. Es decir, neutralizar los anticuerpos que han reaccionado y perfeccionar la burla a la ley hasta acabar con ella y con la mismísima Justicia, en tanto poder encargado de velar por su cumplimiento.

Lo que está en juego va mucho más allá de la impunidad de una expresidenta. No es ella, cuyo papel parece ser empujar al paciente a su agonía, lo importante. La cuestión es la falta de ley, mal mayor que afecta al cuerpo entero y produce el resto de los males que sufre el país, como la pobreza, ahora agravada por el deficiente manejo de la pandemia, el desempleo y la falta de inversión. Sin respeto a las reglas de juego, en la Argentina se imponen de hecho los más fuertes, que se instalan en sus privilegios mediante transas y acuerdos mafiosos propios de una matriz corporativa. Así está planteada hoy la lucha de fondo: la persona de facto más poderosa (desde la vicepresidencia) versus la ley. Eso coloca al Gobierno en un callejón sin salida: dinamita lo único que puede restaurar la credibilidad y la confianza para despertar la economía del coma en el que quedó sumida. Los distintos órganos del cuerpo no pueden funcionar si no funciona el corazón.

En esta pelea de fondo, que en buena medida se libra en el ring de la causa de los cuadernos, la ley ganó un round importante con la decisión de la Corte de tratar el per saltum de los jueces Bruglia, Bertuzzi y Castelli. En su voto, el presidente del tribunal consignó que el caso tiene una "gravedad institucional inusitada". Falta la decisión de fondo, pero la Corte demostró que, si quiere, puede. Por supuesto, mientras Casación confirmaba el procesamiento de la vicepresidenta por la cartelización de la obra pública, el Gobierno y sus soldados volvieron a la carga, incluso con la improbable idea de invalidar los testimonios de los arrepentidos. ¿Nos haremos cargo de esta radiografía implacable o profundizaremos la caída? En todo caso, no parece tan sencillo encontrar un volquete donde arrojarla y seguir como si nada.

© La Nación 

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