Por Gustavo González |
El ministro de Economía logró convencer a los bonistas de acordar e intenta lo mismo con el FMI. Desde hace semanas está queriendo convencer a los mercados para que se calmen y el jueves pasado lanzó una serie de medidas en ese sentido.
Ahora, solo le faltaría tomar una medida más: convencer a los políticos de que también se calmen y lo ayuden.
Dólar. Martín Guzmán es en sí mismo un hombre calmo. Habla pausado, en voz baja e interactúa siempre con una sonrisa tranquilizadora que pretende transmitir que la situación está bajo control.
Y es el autor de la ya famosa frase “la Argentina, con el peronismo en el Gobierno, tiene el control de la situación”, con la que Fontevecchia tituló su reportaje del mes de junio.
Él está convencido tanto de eso, como de que la economía finalmente encontrará su cauce y que el presupuesto 2021 que presentó en el Congreso y contempla un 5,5% de crecimiento, no solo es cumplible, sino que es conservador.
El problema es que la economía nunca es solamente la economía. La economía es lo que las expectativas, angustias y confianza de un país determinan que es la economía.
El jueves pasado, intentó actuar sobre esas expectativas, angustias y confianza a través de medidas que apuntaron a tranquilizar el mercado de cambios y fortalecer las reservas del Banco Central.
Tanto la baja de las retenciones como los incentivos para ahorrar en pesos y el nuevo estilo de intervención sobre el dólar oficial (más imprevisible, pero manteniendo aumentos por arriba de la inflación y respetando lo proyectado en el presupuesto) van en la misma dirección: 1) mejorar la balanza comercial, con más exportaciones y menos importaciones; 2) restar demanda de dólares de los ahorristas; y 3), lo más complejo, mejorar de a poco el nivel de inversiones externas.
En los primeros días, la reacción del mercado no fue la mejor (el dólar informal subió, las acciones bajaron y el Central debió vender US$ 150 millones). Falta ver si el campo liquidará los US$ 4 mil millones que espera el Gobierno.
Desconfianza. A quienes desde el 1° de octubre fueron al homebanking a comprar dólares a $ 136 (o a $ 150 en el paralelo), no les importa que esos precios estén muy por encima de su valor histórico.
Según la economista Marina Dal Poggetto, el dólar oficial de $ 82 está “muy en línea con un promedio histórico de 50 años y casi 50% arriba del de 2013”. Pero a los ahorristas no les interesa eso. Desconfían. La misma desconfianza que hace que con un superávit comercial de US$ 11.000 millones acumulados a agosto (récord de una década), se deba habilitar la venta de yuanes para comercializar con el mundo a falta de dólares.
Es razonable que los ministros de Economía, de Producción o el titular del Central deban seguir buscando herramientas para llevar calma a los mercados (“la prioridad es tranquilizar la economía”, dice Guzmán), pero lamentablemente el cambio de clima no lo va a generar la economía, sino la política. Es de la política la mejor ayuda que hoy podrían recibir los funcionarios económicos.
Confianza. Cuando en marzo de 1991 se decretó una Convertibilidad que prometía que cada peso estaba respaldado por un dólar, en el Banco Central había apenas US$ 5.400 millones. Pero el poder político encabezado por un peronista como Menem, que había escenificado una política de “unidad nacional” y tenía el apoyo crítico del radicalismo (golpeado tras el fracaso de Alfonsín), creó la confianza de que, en efecto, en el país existía la suficiente cantidad de reservas para que todos pudieran cambiar sus pesos por dólares si así lo querían.
Fue la confianza de que eso no era necesario lo que motivó el éxito de la Convertibilidad. Cavallo solo no hubiera podido lograrlo: fue la representación política de la sociedad la que convenció de que $ 1 podía valer US$ 1 sin necesidad de ir a comprobarlo en la ventanilla del banco.
Un año después, las personas no solo no habían ido a cambiar sus pesos por dólares reales, sino que las reservas del Central se habían duplicado. Y al año siguiente se triplicaron.
Si quienes conducen la economía creen que la confianza se construye solo con medidas económicas, entonces pueden seguir intentándolo hasta dar con las correctas. Pero si creyeran que con eso no alcanza, deberían suplicarle al poder político que genere el contexto necesario para que la sociedad empiece a creer.
“Brecha”. Martín Kulfas es un economista con pulso político (viene del Grupo Callao con Alberto Fernández). En su Ministerio de Producción dan por perdida la posibilidad de un acuerdo político amplio que le brinde mejores chances a la economía. Lo achacan a “la brecha”, pero en realidad se refieren a “la grieta” política, solo que de tanto hablar de la brecha cambiaria, se les mezcla el argot.
Pero al mismo tiempo confían en que sí se puede cerrar lo que llaman “la brecha sectorial”, o sea la grieta entre el Gobierno y los sectores empresarios. La lógica es que los empresarios son más pragmáticos que dogmáticos y que, más allá de sus prejuicios ideológicos, terminarán privilegiando sus necesidades sectoriales.
Explican que las últimas medidas buscan eso, ofrecer beneficios a exportadores e industriales que, a su vez, sirvan para aliviar la tensión sobre el dólar: “Son sectores que creyeron en Macri y se dieron un gran golpe. A los industriales siempre les va a convenir un gobierno peronista, pueden estar atravesados por prejuicios ideológicos o de clase, digamos, pero hay un camino que se puede caminar juntos, que es lo que venimos haciendo con el Consejo Agroindustrial, con la construcción y la industria en general”.
La relación entre el nivel de confianza y el grado de prosperidad de las naciones está estudiada y probada. Quien mejor lo hizo fue Francis Fukuyama (Trust, Ed. Atlántida), un duro crítico del neoliberalismo al que quienes no leyeron llaman neoliberal.
Oportunidad. En la edición de julio/agosto de Foreign Affairs, Fukuyama escribió: “Los factores responsables del éxito de las respuestas a la pandemia han sido la capacidad del Estado, la confianza social y el liderazgo. Los países con los tres –un aparato estatal competente, un gobierno en el que los ciudadanos confían y líderes eficaces– limitaron el daño. Los países con Estados disfuncionales, sociedades polarizadas o liderazgo deficientes han tenido un mal desempeño dejando a ciudadanos y economías expuestos y vulnerables”.
El Covid, con todo el daño que causó, también podría funcionar como un antivirus para una sociedad que viene dañada desde hace mucho tiempo. Un remedio contra la enfermedad que representa la polarización. Un shock de realismo para entender que sin acuerdos sociales de convivencia no se podrá vencer ninguna enfermedad, ni sanitaria ni económica.
Dejar de dañarnos y crecer un 5,5% en 2021 como propone Guzmán (con la aparición de la vacuna y tras caer casi el 20% en los últimos tres años) sería sencillo y un primer paso importante, si se comprendiera la oportunidad política que genera esta gran crisis.
En cambio, si lo que gana es la confrontación, no habrá medida económica que lo haga posible.
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