Por Marcos Novaro |
Como suele pasar cuando nuestros gobiernos hacen agua, lo que sucede bastante seguido, el tiempo se vuelve interminable y pasa a primer plano la arena electoral: confiamos en que, cambiándolos, o al menos castigándolos y dándole mayoría legislativa a sus opositores, vamos a encontrar las soluciones que a aquellos le fueron esquivas. Es que la gestión luce empantanada, y los acuerdos para buscar soluciones mejores que las ya intentadas, o para destrabar bloqueos, parecen inalcanzables. Así que concluimos que no podemos jugar con las cartas que tenemos, y pedimos que nos repartan de nuevo.
Suele ser una ilusión vana, porque los reemplazos no funcionan mucho mejor, ni los gobiernos que aún tienen tiempo por delante reaccionan bien a la sanción de las urnas, insisten con la suya y se siguen debilitando. Pero al menos es una vía de escape para la decepción, y de tanto intentar puede que alguna vez funcione.
Es lo que está volviendo tan atractivos en estos momentos los pronósticos preelectorales. El gobierno de Alberto y Cristina envejeció a pasos acelerados. Comenzó hace menos de un año pero es como si hubiera pasado un siglo, y parece no tener soluciones ni siquiera para los problemas que él mismo consideró pan comido: la renegociación de la deuda no sirvió para detener la fuga de capitales y por tanto estabilizar la moneda sigue siendo una quimera; la cuarentena, sin testeos ni rastreos, no sirvió más que para demorar las cosas, así se constata ahora que vamos cayendo al fondo de todas las tablas mundiales sobre la pandemia; encima, con costos para la economía, la educación y la vida de la sociedad en general que va a llevar años reparar, si seguimos como vamos muchos años. Es natural que más y más gente empiece a pensar en cómo dar vuelta la página, y una buena forma de hacerlo son las próximas elecciones. De allí el interés de las encuestadoras por sondear a la población, de la población por ir ubicándose en esa competencia, y de los partidos por prepararse para sacar provecho de ella.
Incluso del propio oficialismo. Por más que esté agobiado por problemas de gestión, y su popularidad decaiga, sueña con que las urnas vengan en su ayuda. Es que, como suele suceder con las administraciones kirchneristas, interpreta las dificultades que hoy enfrenta como si estuvieran originadas en una escasez de poder, que solo podría reparar un triunfo electoral aún más amplio que el que lo puso en funciones. Un triunfo definitivo, que quiebre todas las resistencias de la oposición y todas las dudas de la sociedad. Es una actitud un poco ombliguista, voluntarista, incluso fanática, pero que no deja de tener un cierto fundamento: dado que muchas de sus iniciativas son claramente inconstitucionales, los jueces y las minorías legislativas se dan maña para frenarlas, demorarlas o trabarlas, obstáculos que solo podría sortear una supermayoría. El sueño de todo kirchnerista que se precie es conseguirla, y hacer con ella lo que se le dé la gana. Fue así en 2011, cuando creyeron estar a punto de conseguirla, y vuelve a ser así ahora, en que la designación de jueces, la distribución de recursos coparticipables, la integración de la Corte Suprema y cada día que pasa nuevos asuntos se vuelven objeto de conflictos de constitucionalidad.
Además, apostar a las elecciones es una buena forma de escaparle al trabajo duro, cotidiano, de gestionar el Estado, administrando la escasez. Se entiende el atractivo que ofrece, en las actuales circunstancias: en vez de tratar de resolver de a poco y con esfuerzo los problemas que se presentan, liquidarlos todos de una vez y para siempre con un batacazo electoral.
El problema es que, en esta ocasión, muy probablemente todos terminen quedando un poco frustrados en sus expectativas. Esperan demasiado de un duelo electoral que probablemente no cambie mucho las cosas.
Hay dos requisitos para que el resultado de 2021 varíe sustancialmente respecto a los anteriores, y los dos son poco probables.
Primero, que en el ínterin se produzca una catástrofe, no solo de la economía (que ya está en situación de catástrofe, así que mucho peor no se sabe muy bien cómo podría estar), sino de las mediaciones sociales y políticas. Un estallido que empequeñezca lo sucedido en 2001, con protestas, saqueos, represión y “que se vayan todos”, el combo completo. De producirse algo por el estilo es imposible prever quién sería beneficiado (¿una versión aún peor del kirchnerismo, aventureros de derecha o izquierda aún más destructivos?, quién sabe), pero difícilmente sea para mejor. Así que es una suerte que tenga pocas chances de ocurrir. Y no solo una suerte: sucede que si a algo se está dedicando con ahínco y mínima eficacia el gobierno de los Fernández es a evitarlo, cuidando su propia unidad.
Lo que nos lleva al segundo requisito para que se produzca un fuerte quiebre en las tendencias electorales: la ruptura del FdeT, por un nuevo cisma en el peronismo. Esto tampoco parece por ahora probable, debido en parte al esfuerzo oficial, en parte a la fuerte polarización, que ordena el sistema político y debilita a las terceras opciones, y a que, fruto de la misma crisis, los jefes territoriales son ultradependientes de los recursos nacionales. Cuando se acerque 2023 puede que la situación cambie, pero por ahora no hay muchas posibilidades de que se repita lo sucedido, por ejemplo, en las legislativas de 2013, cuando Sergio Massa desafió al oficialismo bonaerense y lo derrotó.
¿Qué es lo más probable que suceda en las próximas elecciones?
Lo más probable es que haya reacomodamientos, pero menores. Si la inflación se acelera, la recuperación es tenue o inexistente y la pelea con los jueces continúa, o se salda en contra de la impunidad, el gobierno se seguirá debilitando, pero no mucho más de lo que ya hemos visto.
Si en cambio se encuentra la forma de estabilizar mínimamente la situación, con un cambio de gabinete que le dé un poco de aire y cree mínima confianza, la actividad repunta, aunque sea en los meses previos a la elección, los juicios por corrupción se desarman y a la oposición le surgen más competidores, es probable que hasta el oficialismo gane algunas bancas. ¿Le servirían para aprobar qué proyectos? En verdad, los únicos que le importan son los que necesitan mayorías especiales, y ellas seguirán fuera de su alcance. Así que la situación seguirá en lo esencial más o menos como hasta ahora.
Los datos que ofrecen en estos días las encuestadoras más confiables muestran que la oposición se fortalece. Pero no demasiado. Y que el gobierno pierde apoyos. Pero no tantos. En verdad, si tenemos en cuenta la dimensión del ajustazo que está administrando sobre sueldos y jubilaciones, el desempleo, el empobrecimiento acelerado y la cantidad de enfermos y muertos que han resultado de su gestión de la pandemia, podría concluirse que más bien el gobierno está demostrando la solidez de sus apoyos, o la inclaudicable voluntad de entregarle su destino que manifiestan sus votantes, como cada uno quiera verlo.
Consideremos, por ejemplo, los que ofrecen Opinaia y Synopsis, de fines de septiembre. En ambos casos, la competencia entre las dos principales coaliciones es pareja. Hay más gente que está enojada o decepcionada con el gobierno de la que le ratifica su apoyo, pero el oficialismo retiene entre un 85 y un 90% de los votos que recibió el año pasado. Después de la hecatombe que provocó, o que al menos no supo evitar, no es poca cosa.
Se observa también que la inclinación a votar a terceras opciones es más bien baja, y sobre todo llamativamente baja entre los peronistas. Es decir, a una propuesta como la de Lavagna en 2019 le iría ahora aún peor de lo que le fue entonces. Sorprendente, ¿verdad? ¿Después de estos meses horribles en que se constató que todo lo que dijo Alberto sobre la moderación, la reconciliación con el gobierno republicano y con el capitalismo moderno eran meras frases de campaña? Es evidente que el presidente pagó un alto precio por su alineamiento detrás de Cristina. Pero eso entre los votantes peronistas no parece haber sido muy marcado. Conclusión: el peronismo republicano sigue siendo una promesa.
En suma, para bien o para mal, la política argentina ha llegado a ser bastante estable. Hay que ver si eso significa que los moderados y la cooperación van a tener una segunda oportunidad, luego de las legislativas. O habrá que seguir esperando también por esa promesa.
© TN
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