domingo, 25 de octubre de 2020

El abrazo Macri-Cristina

Por Gustavo González

¿Qué tan dañino sería para el país que Cristina y Macri se dieran un abrazo o, al menos, compartieran un encuentro institucional, quizá acompañados por los otros ex presidentes? ¿Produciría intranquilidad política, incertidumbre económica, violencia callejera? Si la respuesta fuera sí, entonces claramente habría que seguir evitándolo y apostar a que la próxima vez que se crucen por azar se sigan mirando con odio.

Por qué no. Pero si la respuesta fuera que, por el contrario, un gesto así generaría algo positivo, la pregunta es ¿por qué no se hizo ya?

Si se aceptara que ese gesto de convivencia democrática, en medio de tanta incertidumbre social y económica, sería una señal de racionalidad institucional y llevaría serenidad a quienes trabajan, emplean, invierten o pretenden invertir, la pregunta es ¿por qué no se intenta que eso suceda y que el Presidente se muestre como artífice de un cambio de época?

Todas las actitudes de los líderes tienen consecuencias. Ellos son espejos de lo que sus representados esperan que hagan, pero ellos tienen el poder de atenuar o profundizar los prejuicios y saberes de quienes los eligieron.

Los gestos de odio inspiran más odio. Los gestos de mesura generan mesura.

Por qué entonces el Gobierno no propicia las condiciones para un evento así, en el marco de un acercamiento con la oposición y con los líderes empresarios y sindicales. ¿Se creerá que eso provocará que el dólar blue y el riesgo país trepen (más), que los pobres sean (más) pobres y los ricos se vayan (más) al Uruguay?

Porque si se cree que, en medio de esta crisis de confianza, una escenificación de convivencia entre los dirigentes con más poder electoral podría ser una bisagra de expectativas políticas, no habría por qué no intentarlo. Salvo que haya motivos personales que lo impidan o especulaciones políticas que lo hagan inconveniente.

Si fuera así, sería triste que las consideraciones individualistas sean más importantes que la necesidad colectiva.

Ejemplo uruguayo

Vuelvo sobre esta idea, que ya transité sin éxito este año, después de ver la foto del abrazo entre los ex presidentes uruguayos Julio Sanguinetti y Pepe Mujica, rivales históricos que esta semana, y en el mismo acto, renunciaron a sus bancas.

Las palabras de despedida de Mujica tienen un nivel de sensatez que hieren el corazón de quienes vivimos en la grieta: “En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio. Porque el odio nos termina estupidizando, nos hace perder objetividad ante las cosas. El odio es ciego como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye”.

Sanguinetti resaltó la importancia de la despedida conjunta, señalando que representaba “una hora de conciliación, una hora de reafirmación democrática”. Al final recitó la última estrofa del Himno entre ruinas, de Octavio Paz, para referirse a su relación con Mujica, tras haber estado “tan enfrentados: “La inteligencia al fin encarna, / se reconcilian las dos mitades enemigas / y la conciencia-espejo se licúa”.

¿Por qué acá el mismo abrazo entre dos ex presidentes es inimaginable, solo posible gracias a un fotomontaje como el que Pablo Temes creó para esta columna?

¿Es imposible?

Hubo pocos políticos que se odiaran más que Rosas y Alberdi. El primero lo persiguió desde el poder mientras el segundo dirigió el periódico Muera Rosas. Pero iniciaron una relación en el exilio después de que Rosas fuera condenado a muerte y Alberdi le ofreció sus servicios de abogado, ad honorem, por considerar una injusticia ese fallo.

Perón encarceló al líder radical Balbín y Balbín apoyó el golpe de Estado que lo derrocó. Pero cuando Perón regresó al país, en medio de la dictadura, Balbín lo fue a visitar y comenzaron una amistad que significó una brisa de paz en aquella época violenta. El radical lo homenajeó tras su muerte: “Este viejo adversario despide a un amigo”.

Nadie como Mandela sufrió tanto el odio. Sin embargo, tras 27 años preso, le tendió la mano al presidente del apartheid sudafricano, De Klerk. La relación que construyeron acabó con la segregación racial en Sudáfrica y fue reconocida con el Nobel de la Paz para ambos.

Coraje

Todos ellos son ejemplos de quienes tuvieron la inteligencia, la generosidad y el talento suficiente para dejar atrás sus odios. Sanguinetti y Mujica son el ejemplo más cercano. No es imposible. Aunque tampoco es sencillo: además de inteligencia, generosidad y talento, se necesita el coraje para enfrentar prejuicios propios y ajenos.

Si los líderes del oficialismo y la oposición no son capaces por sí mismos, es el Presidente el que tiene la obligación de intentarlo.

La crisis económica que se instaló desde hace años y que se profundizó con la pandemia está impulsada por el combustible del odio. Ese odio genera un país fragmentado y ese país fragmentado promueve desconfianza. Y no hay un modelo económico que funcione si no hay confianza en la razonabilidad de sus gobernantes, en la continuidad de las políticas de Estado, en la independencia de la Justicia o, simplemente, en el otro.

Por eso, antes que el problema económico está el problema político. Los funcionarios del área lo vienen suplicando sin sutilezas. Le hablan al poder político.

Primero fue el ministro de la Producción, Matías Kulfas, en el reportaje de agosto con Fontevecchia: “La grieta es el principal escollo para que la Argentina libere plenamente sus fuerzas productivas y pueda crecer de manera sostenida. Tracemos una raya, miremos adelante y veamos cómo construimos un país distinto”.

Este viernes fue el ministro Guzmán, hablando con Tenembaum y Sietecase: “La grieta tiene un costo económico. Una sociedad fracturada es una sociedad a la cual le cuesta mucho tener una economía tranquila. Estabilizarnos, ponernos en el sendero de una recuperación que se sostenga en un ambiente de tranquilidad económica, es una tarea colectiva”.

Entre odios

El desafío del Presidente no es fácil, pero más difícil será enfrentar lo que viene sin un clima de consenso social y político. Tendrá que contener a quienes desde su frente interno le recomiendan despegarse de Larreta y no dejar de castigar a Macri.

También deberá lidiar con los odiadores de la oposición. Son los sectores macristas que casi lincharon a su ex ministro de Justicia, Germán Garavano, cuando dijo que “nunca es bueno que un ex presidente esté detenido o se pida su detención”.

La apuesta al dólar de cada semana es la máxima demostración de desconfianza: desconfiar de la moneda del país es no confiar en lo que va a pasar con el país.

Y no existen instrumentos financieros capaces de otorgar esa confianza.

El instrumento es la política, una serie continuada de gestos (institucionales, maduros, de bajo costo) que demuestren que estamos dispuestos a frenar un metro antes del precipicio.

© Perfil.com

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