Por Marcos Novaro |
Cristina viene jugando a las escondidas con los problemas del país, para no hacerse cargo de los enormes costos humanos y sociales que implican, y ejercer su rol de jefa solo para lo que le conviene, lograr la tan ansiada “disculpa judicial e histórica” por haberse puesto en duda su honestidad.
Pero se ve que tan indiferente a lo que le suceda al resto de los argentinos no es, porque finalmente se ha dignado a hablar, por primera vez, de lo que hace meses nos agobia a todos, la pandemia, la crisis económica y también, lo que es más sorprendente, de los muchos errores y las crecientes debilidades del gobierno. SU gobierno.
Lo hizo a través de una carta en que enuncia una serie de “certezas”, que contienen afirmaciones sorprendentes, y llevan a su máxima expresión esos giros sibilinos que tanto le gustan: parece que va a decir una cosa, pero termina diciendo la contraria.
Primer giro sibilino
El tema central de la carta es la escapada del dólar, que entiende es reflejo de un “problema estructural” y requeriría, por tanto, para resolverse, de un “acuerdo de todos los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales”. Parece una novedad extraordinaria a primera vista: ¿es que Cristina abandonó por fin la idea de que ella es la solución para los problemas del país que generan todos los demás?
No tan rápido: acto seguido deja claro que ese acuerdo es imposible porque el conjunto “todos los que deberían acordar” está compuesto por unos miserables que no merecen ni siquiera que ella les dirija la palabra: los empresarios son especuladores que saquean al país cada vez que pueden, los opositores son los que destruyeron el magnífico país que ella dejó en 2015 y nos endeudaron, y los medios apañan a unos y otros y siguen descalificando al peronismo y, en particular, a su persona.
Es curiosa su forma de razonar: primero incluye, insólitamente, a los medios entre los “actores que deberían acordar” sobre algo tan importante como qué hay que hacer con el dólar y la dolarización; cuando la verdad es que sería absurdo que hicieran algo así, los medios no son actores comparables a los partidos, o a los sindicatos; pero a continuación se entiende el porqué de la inclusión, y es que le permite asignarles una responsabilidad enorme en todo lo malo que sucede con el dólar bajo su gobierno. Son los medios los que según ella vehiculizan los designios malévolos de los especuladores, alentando a la gente a ir detrás del billete norteamericano.
Segundo giro sibilino
“SU” gobierno no es suyo en verdad, es de Alberto, y solo de Alberto: “en la Argentina el que decide es el Presidente. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él”.
Podría creerse que le está haciendo un favor, que exalta su autonomía en la toma de decisiones y su poder para fijar el rumbo de la gestión para “empoderarlo” (¡cómo le gusta esa palabreja!!); pero en verdad lo está hundiendo, “los funcionarios que no funcionan” son de Alberto, las decisiones con “las que se puede o no estar de acuerdo” son también de Alberto, y por tanto serán de Alberto los miles de muertos por Covid, los millones más en la pobreza, las decenas de miles de empresas cerradas, etc.
El modo en que, al pasar, lanza ese venenoso dardo en la carótida del presidente es realmente sorprendente. Hay que decir que Cristina se luce.
Está hablando de cómo lo maltratan los medios, de cómo él igual da entrevistas a cualquiera de ellos, pero en vez de darle una mano, lo hunde del todo: “más allá de funcionarios o funcionarias que no funcionan y más allá de aciertos o desaciertos”. ¿Cómo cuáles? ¿Por qué no lo aclara? Porque esa es la función misteriosa de la esfinge: una vez lanzada la admonición, dejar que cada uno interprete de qué está hablando y qué hay que hacer. No vaya a ser que alguien le replique: ¿pero entonces vos a quién pondrías, para hacer qué?
El resultado está, de todos modos, garantizado, y será sin duda espectacular: nadie se va a atrever a replicarla, al menos no en el FdeT, por algo es la jefa; lo que sucederá es que todos sus fieles se sentirán ahora en plena libertad de señalar a los “que no funcionan” y cuáles son los “desaciertos”. Mejor que los ministros y secretarios se ajusten los cinturones, a cualquiera le puede caer un rayo en la cabeza a partir de ahora.
Tercer giro sibilino
Queda bien en claro cuál sí es el mayor desacierto de Alberto: haber creído también él, como otros peronistas “moderados”, que, con buenos modales, hablando con los medios, los empresarios y los opositores, iba a ganarse su tolerancia y reconocimiento, iba a ser posible la convivencia.
El giro es, una vez más, sorprendente: Cristina al comienzo de su carta parece que se va a hacer cargo, al menos en parte, del uso y abuso de la violencia simbólica que practicó desde la presidencia, cuando menciona las muchas críticas que recibió por no hablar nunca con periodistas independientes, ni con los empresarios de IDEA, ni con muchos otros. Pero enseguida invierte las cosas y se esmera en demostrar que el mayor daño que se ha hecho Alberto a sí mismo es justamente haberse creído esas críticas y haberles dado soga a esos malditos; porque estos se cebaron a su costa, se envalentonaron y no se cansan ahora de denostarlo, debilitando su autoridad. Porque eso es lo que resulta, según Cristina, del ejercicio de la crítica, el debilitamiento, hasta la extinción, del poder.
La verdad, Cristina debió titular su carta "¿De todo me tengo que ocupar yo? Porque eso es lo que sus palabras transmiten: una retahíla de reproches a diestra y siniestra. Y si no lo hizo fue seguramente porque no quiere que le contesten que sí. No vaya a ser que tenga que ocuparse de algo más que de sí misma. Porque sabe bien que no “llegamos al fondo del pozo”, y más que nunca su liderazgo necesita flotar para sobrevivir, seguir siendo tan inasible como el espíritu santo. Y seguramente también es por esto que Alberto estaba tan interesado en contar con su presencia en el acto del 27, en que se descubrirá la estatua repatriada de Néstor. Después de haber esperado en vano que apareciera el 17, en la CGT.
Cristina lo va a volver a dejar esperando. La cuestión es hasta cuándo lo va a hacer. Porque si se vuelve costumbre esto de mandar cartas a su pueblo, como si estuviera exiliada en Madrid, puede que más y más de sus seguidores terminen cansándose, y busquen soluciones por su cuenta, como hace ya Grabois, y el desgobierno sea ya irremontable.
© TN
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