Por Roberto García |
Si uno realiza una encuesta entre los profesionales de la economía, recoge un mismo argumento: hoy las empresas consultan para proteger sus inversiones, el patrimonio. Piensan en estrategias defensivas. Nadie pregunta sobre nuevos negocios, menos sobre emprendimientos o formas inteligentes de ganar dinero. Como diría Miguel Bein, la Argentina está en modo “salir”, no “entrar”.
Al revés de Canadá o Australia, por utilizar ejemplos. Y la reflexión vale para los ciudadanos comunes, sectores bajos que buscan trabajo en otras tierras, clase media que sufre deterioro y planea irse o una población pudiente que se carga de miedos por un gobierno insaciable en tributos y radicalizaciones tropicales. Antes, la izquierda sostenía que los proyectos neoliberales imponían un modelo para menos gente, ahora más gente entiende que ese mismo resultado lo promueve cierta forma de populismo. Pero al revés.
Paradojas de la política. Y en una sociedad particular, con hijos y nietos de los que llegaron pensando en volver, tal vez más sensible al exilio que otras apegadas a su origen. Basta citar a Umberto Ecco: “Lo que más me sorprende es que uno, vaya donde vaya, al lugar más recóndito del mundo, siempre encontrará un argentino asimilado, instalado en ese lugar. Cualquiera sea”. Y eso ocurría antes de la pandemia y del gobierno de los Fernández. Ahora, la tendencia a “salir” se galvaniza, no solo por mirar el consulado uruguayo, que atiende 400 pedidos por semana (en la última pasó Francisco de Narváez y uno de sus gerentes). La declinación es clara: antes la salida era Ezeiza.
Pero la contribución del dúo gubernamental ayuda a pensar en la fuga. Se refleja en una sucesión de frases de estos días, de quienes creen que Alberto no completa su ciclo (Broda), otros que demandan un sinceramiento del poder superior de Cristina (Jorge Asís) o, directamente, sugieren la instalación de ella en el sillón de Rivadavia para suprimir vicarios (Guelar). Por no citar el brote psicótico de Duhalde, que habló de un golpe de Estado y, ahora, como limosna, agregó el rebrote alucinado de que el Presidente está grogui, un boxeador pidiendo no seguir en el ring. Por si fuera poco, el golpeado púgil habla y se corrige con pasmosa velocidad, puede negar como la Iglesia la teoría darwiniana de la evolución –cuando se refiere al mérito o esfuerzo– o repetir la culinaria receta de que los dólares no son para guardar o ahorrar, son para producir: debe disponer del don para multiplicarlo. Hasta ahora, no demostró ese pase de magia. A menos que su única alquimia sea un siniestro conjuro para quitarles bienes declarados a otros. Por si no alcanza, su amigo y titular del BCRA, Pesce, quien no debe ignorar que la economía informal o negra supera lejos 40%, dijo que el dólar blue era de narcotraficantes al tiempo que induce al default a las empresas privadas al regularles los pagos. Instrumentos reiterados para proteger su propio cuerpo con impensables resultados. Desde que se normalizó la deuda con los bonistas, ocurrió todo al revés de la lógica: brutal pérdida de riqueza, caída de acciones y títulos, liquidación de créditos, en activos externos, disolución de reservas. Y el ministro que parecía más firme en el cargo por su negociación externa, Martín Guzmán, el autor del “golazo” como decían, de pronto apareció devaluado en el piso por contrariar las angustiosas medidas de Pesce y no ofrecer un plan alternativo. Ni le sirvió el sostén de Cristina para modificar el modo “salir”.
Mientras, la interna del presi y la vice se regodea, no solo por la economía. Los gremialistas que se entrevistaron con Alberto recogieron datos, versiones de que en las encuestas él está mucho mejor que ella. A pesar de la caída de ambos. O anécdotas: la reunión y foto con los Moyano en Olivos no fue contra la cúpula de la CGT, más bien contra alguien que tiene atragantado al jefe sindical desde hace años y no le importa su destino judicial. Los muchachos contentos: pudieron quejarse por el drama económico de las obras sociales en tiempos del virus y llevarse un mensaje complaciente solo para ellos. Como Moyano se debe haber llevado otro, solo para él. Lo importante: no hablar de suba de salarios. En cambio, más oscuro parece otro capítulo de la porfía en el pico de la pirámide, un ambiente conspirativo causado por el reciente desborde de la protesta de la Policía Bonaerense. Algunos niegan que la aspiración reivindicativa haya sido únicamente sindical, le reconocen convalidación política. Para los más benignos, algunos intendentes y enlaces con funcionarios de mayor categoría se distrajeron adrede de la queja de los uniformados, un sospechoso laissez faire que dañaba la línea Berni-Kicillof-Cristina. Sobre todo a los dos primeros, uno militante de su propio ego, el otro ensimismado en la computadora y mínimo contacto con los jefes municipales. Otros, menos confiados en esos acontecimientos naturales, afirman que hay escuchas, filmaciones, seguimientos, fotos y grabaciones de un complot más organizado. A confirmar. Si es cierto que Cristina se interesó en esa crisis, le hace preguntas a su almohada y recurrió a todos sus timbres para desescalar el conflicto. Una prueba: la forma infrecuente en que la señora de Carloto cerró el pleito con Berni –dijo satisfacerse con una disculpa– luego de que este se refiriera burlonamente a los organismos de derechos humanos. También el Gobierno tiene su propio modo “salir”.
Como el mismo Fernández con la última elección del titular del BID, el delegado norteamericano Claver Carone, noticia descontada salvo para el gobierno argentino que operaba en contra del elegido y a favor de su testimonial candidato, Gustavo Beliz. Fracaso, obvio, reproches y traiciones, la vuelta cansada del Presidente a la casita del electo funcionario en una conversación telefónica hace siete días. Seguramente también la reaparición en las sombras de un lobbysta y empresario pegado a Claver Carone, el argentino Gustavo Cinosi, quien ya había logrado una reunión entre las partes. Curiosamente, Cinosi supo alternar en tiempos de los Kirchner con Alberto y, luego, con Carlos Zannini, afectos que el mandatario luego desconoció, seguramente por amores mal retribuidos. Una historia larga que ahora vuelve al primer plano, alejada de personalismos: el BID representa para EE.UU. un dique para contener a China en la región. Habrá que esperar y ver si el mandatario se pronuncia contra el modo “salir” y agradece que Claver Carone no se haga peronista: por aquello de que a los amigos todo, y a la Argentina ni créditos.
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