Alberto Fernández |
Por Adrián Simioni
Alberto Fernández tiene cada vez más problemas con lo que dice. En su discurso es fácil encontrar contradicciones, negaciones de afirmaciones previas, revelaciones tardías e incomprobables (como cuando dijo que Macri le había dicho que no importaban las muertes por coronavirus) o cierta pusilanimidad (como cuando dijo que le había avisado a Rodríguez Larreta sobre el manotazo de la coparticipación, algo que sucedió apenas un minuto antes del anuncio público).
Pero lo más notorio en los últimos días son el vacío y la superficialidad conceptual que Fernández deja cada vez más expuestos.
Lesa demagogia
Ayer, por ejemplo, rechazó el valor del mérito en la sociedad. Dijo el presidente: “Lo que nos hace evolucionar o crecer no es verdad que sea el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años. El más tonto de los ricos tiene más posibilidades que el más inteligentes de los pobres”. La frase puede conformar al progresismo universitario más pueril, pero es de un vuelo bien bajo en un primer mandatario.
Es innegable que existen las desigualdades. Que nacer con privilegios facilita el éxito. Y que nacer con carencias facilita el fracaso. Y que eso es injusto.
Pero eso no implica despreciar el mérito, el esfuerzo, la voluntad, el empeño. Todo lo contrario.
Primero, es peligroso que un presidente le “baje” a los más desfavorecidos la idea falsa de que el esfuerzo no sirve para nada, de que es un invento de los poderosos para explotarlos mejor. Justamente porque lo único que tienen los desfavorecidos es el esfuerzo. Ellos, a diferencia de los nenes de papá, no tienen otro recurso que ese. Incitarlos a no usarlo porque alguien más les va a resolver sus carencias es un crimen de lesa demagogia.
Segundo, no todo es desigualdad extrema. Muchísimas personas se crían y crecen con oportunidades parecidas. ¿Por qué sería malo promover el valor del mérito y el esfuerzo entre ellas? O sea, en términos del propio Fernández, entre dos ricos igualmente tontos, ¿no será más valioso el que se esfuerce por mejorar que el indolente? O entre dos pobres igualmente inteligentes, ¿no será más valioso para la sociedad el que busque progresar que el que se abandone a la suerte?
La igualdad de oportunidades es un objetivo que ninguna sociedad debería dejar de tratar de conseguir. Pero creer que eso se consigue despreciando el valor del mérito y del esfuerzo parece una completa idiotez.
Que venga el Dalai Lama
Hay más. Anteayer, al presentar otra versión de Precios Cuidados y, supuestamente en relación a la presunta ambición de las empresas, Fernández sostuvo: “En una sociedad todos ganamos lo que merecemos, pero cuando uno gana mucho y otros poco, no es una sociedad, sino una estafa”. La frase carece hasta de una construcción gramatical lógica. De hecho, opone “sociedad” a “estafa” que es como plantear que “marcianos” es lo opuesto a “río”.
Pero, además, ¿quién decide quién gana lo que merece, ¿quién mucho y quién poco? ¿Él? ¿Fernández? ¿o les va a pedir al Papa o al Dalai Lama que manden un delegado a fijar lo que cada quién merece? ¿No hay leyes de todo tipo dentro de las cuales cada quien puede moverse para tratar de obtener las mayores ganancias posibles si eso le parece excitante?
Lo que es no tener idea
El vacío conceptual de Fernández es abarcativo. Ayer, por ejemplo, también se refirió al federalismo. Y, para justificar el manotazo a la Ciudad de Buenos Aires a favor de la Provincia de Buenos Aires prometió también “rediscutir la coparticipación” para “crear un fondo para ayudar al resto de las provincias”, a las que identificó como las “zonas periféricas del norte y del sur”.
El presidente parece no entender nada del tema. Si quiere beneficiar con más plata a las provincias del norte y del sur lo primero que tendría que hacer es no tocar la ley de coparticipación, porque justamente esa ley es la que privilegia en forma abusiva a esas provincias.
Y si en verdad quiere promover el desarrollo de las provincias del norte y del sur debería dejar de prometer darles más fondos de los que ya reciben. Hace 35 años que esos distritos reciben fortunas a través de la coparticipación que sólo sirvieron para que muchos gobernadores montaran inmensos aparatos clientelares donde nadie trabaja y que destruyen cualquier esbozo de actividad privada.
Operador, más que intelectual
El filósofo e investigador Héctor Ghiretti trató de encontrar una explicación a este tipo de declaraciones desafortunadas. Y evaluó que, impedido de gobernar por el kirchnerismo, Fernández sólo puede mantener su centralidad hablando todo el tiempo. Pero, dice Ghiretti, el presidente no es un pensador y tiene una capacidad teórica muy limitada y tampoco es un gran orador. Según Ghiretti, tiene los modos discursivos del operador político, que es lo que hizo para Kirchner. Lo suyo es el mensaje corto y en privado.
Esa podría ser la razón por la que sus enunciados, a veces, suenan berreta. Como si Fernández hablara antes de pensar lo que va a decir, como si farfullara un cualunquismo apenas útil para llenar un espacio insoportablemente vacío de conceptos sólidos, convicciones, planes y sustancia.
© Cadena 3
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