Por Gustavo González |
Confrontar es fácil. El problema es que la moderación da mucho más trabajo que la confrontación, porque para confrontar lo único que se necesita es
ser unidireccional y expeditivo. No se requiere de largas negociaciones, ni ceder en algo, ni el sacrificio del consenso.
La moderación, en cambio, conlleva peligros. El riesgo de exponer dudas, de poner en juego preconceptos, de enfrentar con razones los gritos de los confrontados. En fin: el riesgo
de aceptar que la vida es mucho más compleja y apasionante que el cuento infantil de los buenos contra los malos.
Por eso la pregunta inicial, porque la confrontación tiene tantos beneficios que hace dudar de por qué un líder político, social o mediático puede
arriesgarse a la mesura.
El que confronta es efectista y seductor. Su visión de la vida en blanco y negro va a contar con la adhesión inmediata de los suyos. No necesita explicar demasiado para
ratificarle a sus seguidores los preconceptos adquiridos. Cristina siempre será una santa o una corrupta. Igual que Macri. Los extremistas no tratan de defender, contra cualquier evidencia, a Cristina o a Macri, a Fernández
o a Larreta. Se tratan de defender ellos del virus de la duda.
La confrontación le sienta más naturalmente a la sociedad del espectáculo que la moderación. Los gritos, las peleas y la desvalorización del adversario
no requieren de subtítulos para que el mensaje pegue y tanga rating. Las imágenes tienen más fuerza que las palabras.
Confrontar es fácil. Convencer es cualquier cosa menos fácil.
A la hora de convencer, habrá que hacerlo hasta con los propios. Y para eso se requieren aptitudes superiores, conocimientos más profundos para sustentar propuestas y entender
al otro.
Whatsapp. El problema de cómo se distribuyen los fondos coparticipables atravesó los distintos gobiernos y no es sencillo de resolver. Hay argumentos razonables para estar
de acuerdo o no con la decisión de quitarle más de 1 punto de coparticipación a la CABA. Pero ese es el segundo problema. El primero es la forma en que se decidió hacerlo. Esta fue la verdadera
secuencia:
* Cuando durante la campaña los voceros de AF desmintieron que, de ser electo, reduciría la coparticipación de la Ciudad, no mentían. Sólo no sabían
que esa información provenía del mismo candidato, quien en off the record decía que haría eso.
* El 8 de diciembre se supo que en una reunión entre Larreta y Fernández, este le pidió que se levantaran las rejas de la Plaza de Mayo. Lo que no se informó
es que en ese encuentro el presidente electo le comentó por primera vez sobre el problema de la coparticipación.
* En enero, el ministro Wado de Pedro le hizo el mismo comentario en una reunión a solas: “Horacio, vamos a tener que hablar de ese tema”.
* En febrero, a su regreso de Roma, el Presidente le pidió a sus colaboradores que avanzaran silenciosamente con la elaboración de un decreto que redujera el porcentaje
de participación de la CABA. Es la base del que se conoció ahora.
* En las primeras horas de marzo, Larreta y el Presidente se vieron en Olivos. Fernández le dijo lo mismo que De Pedro: “En algún momento tenemos que sentarnos
a ver qué podemos hacer”. De hecho, lo hicieron durante semanas la secretaria de Relaciones con las Provincias, Silvina Batakis; con el ministro de Hacienda porteño, Martín Mura.
* El 9 de marzo, el Gobierno informó que preparaba una reducción de 35.000 millones en las arcas porteñas. Y se decía que la suspensión del Pacto
Fiscal ayudaría como compensación, ya que le serviría a la Ciudad para recuperar unos 18.000 millones vía impuestos. Mientras se calculaba cuál había sido el impacto real del traspaso
de la Policía Federal (Batakis calculó unos 20.000 millones; y Mura, más de 35.000).
Larreta y Fernández coinciden en que entre ellos no volvieron a tocar el tema hasta las 19:29 del miércoles pasado, cuando por un mensaje de texto el Presidente le informó
lo que haría dos minutos después y el jefe de gobierno porteño le clavó el visto.
¿Maquiavélico? La pregunta es por qué líderes que pretenden reflejar a la Argentina moderada, deciden resolver un tema tan delicado por Whatsapp.
Una respuesta probable es que el Gobierno, simplemente, haya cometido un error: si estaba dispuesto a otorgarle a la Bonaerense el aumento salarial que al final le dio, erró en
no hacerlo antes y evitar así la afrenta institucional de dejarse apretar por la policía. Y después, para correr el foco de semejante escarnio, decidió abrir un conflicto político-mediático
entre los dos aliados tácticos, Fernández y Larreta.
En el albertismo hay otra teoría.
En las últimas semanas, desde este sector se explica que Cristina nunca estuvo de acuerdo con que su abogado Alberto Beraldi integrara la comisión que trata el futuro de
la Corte, porque sabía que enseguida se la caracterizaría como la “comisión Beraldi” y se la vería como hecha a la medida de sus necesidades judiciales. Un cristinista que ocupa un alto
cargo en el Gobierno confirma esta versión.
Esos albertistas, que quizá dicen lo que les gustaría que fuera, describen a un Alberto sutil que habría respondido a las presiones de CFK con la creación
de la comisión Beraldi, para demostrarle predisposición, pero sin mayores expectativas de lograr resultados. Lo mismo dicen de la reforma judicial que, aunque fuera aprobada en Diputados, no serviría para
destrabar los problemas de Cristina.
De estos mismos autores, ahora surge otra explicación maquiavélica para entender lo que pasó con Rodríguez Larreta: “Alberto tiene una inteligencia
muy aguda. Al poner el foco en Horacio lo posiciona como el líder nacional de la oposición y coloca a ambos como los máximos referentes del debate político de la Argentina, corriendo a cualquier
otro, llámense Cristina o Macri”.
Valiente/Cobarde. Aseguran que, así como nunca le escucharon al Presidente argumentar sobre la supuesta estrategia judicial para lidiar con la Vicepresidenta, sí les habría
explicitado desde el primer día que pretendía posicionar a su “amigo Horacio” como su contrafigura política, para personificar en ellos dos un nuevo clima de época, más moderado
y racional.
Pero a veces nuestros líderes no son lo que quisiéramos que fueran sino lo que son. O lo que pueden ser.
En cualquier caso, más temprano que tarde, los moderados, si realmente lo son, deberán demostrarlo sin sutilezas ni mensajes encriptados. Es cierto que para eso se necesita
ser muy valiente. Porque para cobardes están los que sólo tienen el coraje de seguir peleando.
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