El procedimiento borgeano de simular la existencia de libros, novelas y piezas dramáticas, para comentar, glosar, anotar y resumir, señala una teoría sobre la literatura, que, sin duda, parte de las enseñanzas de Macedonio Fernández y , por supuesto, del grande e inmortal Cervantes. Así, el personaje-narrador del cuento “Examen de la obra de Herbert Quain” en Ficciones, razona tenazmente acerca de la novela remitiendo al lector a los nombres de Flaubert, Henry James, Cervantes, mientras teje una trama puramente literaria en la que analiza los textos de Quain y sus planes de escritura.
El narrador analiza las supuestas novelas de Quain, una novela policial laberíntica que permite un lector-detective mientras que la segunda, desarrollada desde una temporalidad heterodoxa, April March, se organiza de acuerdo con un tiempo regresivo y ramificado, composición narrativa que encontramos en novelistas como James Joyce o Julio Cortázar.
En el prólogo a Ficciones (1944), Borges dice:
Desvarío laborioso y empobrecedor el componer vastos libros, el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta composición oral cabe en unos pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que los libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario (…) Más razonable, más inepto, más haragán, he preferido la escritura de notas sobre libros imaginarios. Éstas son “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y el “Examen de la obra de Herbert Quain”.
En el mismo libro puede rastrearse la relación con la novela en los cuentos “El jardín de senderos que se bifurcan”, donde se equipara la construcción de una novela con la de un laberinto, ardua labor que implica no solamente dedicación sino tiempo (trece años según el relato) y en “Pierre Menard, autor del Quijote”, en el cual las iniciales P. M del legendario y a la vez poco difundido autor francés, pueden revertirse en las iniciales de ese grande de la novela que es Marcel Proust. Escritura-palimpsesto, como en En busca del tiempo perdido, el cuento de Borges remite a la concepción de una escritura infinita. Hay otras claves en estos cuentos, por ejemplo el nombre de uno de los personajes de “El jardín de senderos que se bifurcan”, Stephen Albert, que remite a los lectores inmediatamente a Stéphane Mallarmé, el poeta de las selvas verbales y a Stephen Dédalus, el joven y simbólico personaje del laberinto joyceano que comparte el protagonismo del viaje alrededor del día, con Leopold Bloom.”El jardín de senderos que se bifurcan” es por cierto un laberinto literario y metafísico dentro de una trama policial. Por eso Dédalus reaparece con toda su fuerza simbólica en ese enigmático y personal jardín borgeano; Proust y Joyce entrelazados en la lectura-escritura de Borges.
Desdeña Borges la novela rioplatense e inclusive la novela latinoamericana. Ninguna mención hay en él de la Novela de la Tierra o de la novela de la Revolución Mexicana, olvida nombres tan representativos como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Ciro Alegría, José María Arguedas, Rómulo Gallegos, Alejo Carpentier, José Lezama Lima y aun la novela argentina, en especial la surgida dentro de las concepciones del realismo y el naturalismo (tendencias estéticas que aglutina a la llamada generación del 80 en la Argentina), desde Eduardo Gutiérrez a Roberto J. Payró, pasando por Eugenio Cambaceres y Lucio Vicente López.
En varios cuentos de Ficciones (1944), el escritor acude al artificio de simular la existencia de una novela, resume su trama, la comenta y sumerge al lector en un universo doblemente ficticio: el del cuento y el de la supuesta novela. En “El acercamiento a Almotásim” , se construye una historia a partir del examen crítico de un libro imaginario publicado en Bombay y sobre el cual se abunda en detalles editoriales. El escritor Philip Guedalla, que aparece también mencionado junto a Wilde en “Examen de la obra de Herbert Quain”, dice que la novela en cuestión es “una combinación algo incómoda” de poema alegórico del Islam y novela policial, tal vez una buena caracterización de los cuentos del mismo Borges, los que, de acuerdo con la teoría de Tzvetan Todorov acerca de lo fantástico, se situarían más en lo alegórico-filosófico o extraño. A esta ubicación genérica, se debe agregar la construcción de una estructura circular, propia de la novela de iniciación o de aprendizaje, donde el héroe realiza trabajos y pruebas para regresar al punto de partida, ya enriquecido por la experiencia. La travesía en el espacio y en el tiempo se constituye como una travesía de perfeccionamiento espiritual: la novela-búsqueda que no es otra cosa que la búsqueda de la identidad: Telémaco, Juan Preciado, Esteban Dédalus, en busca del padre, real o representado, que al fin es la búsqueda de un sitio en el Otro, es decir, un lugar en lo simbólico, la propia novela.
En el prólogo de El informe de Brodie (1970), Borges alude a Kipling, Kafka y James, como artífices de relatos laberínticos (como la realidad de los sueños) y también a Roberto Arlt. Esta alusión no es casual, sobre todo en un prólogo, de los muchos en los cuales Borges ejercía su magisterio y que componía cuidadosamente, ya que en ellos vertía sus principios literarios y, no pocas veces, sus opiniones políticas generalmente poco afortunadas. Nombrar a Arlt en un prólogo junto a los grandes narradores europeos que habían marcado tanto su obra, implica una elección por una posición literaria. Dice:
Recuerdo a este propósito que a Roberto Arlt le echaron en cara su desconocimiento del lunfardo y que replicó: “Me he criado en Villa Luro entre gente pobre y malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas”. (1998: 10).
También en el mismo libro, en el cuento “El indigno”, se nombra a Arlt de manera velada o no tan velada, ya que el empleado del Departamento de Policía que atiende la denuncia del narrador-personaje posee el apellido Alt o Eald, desplazamientos fonéticos o síncopa de Arlt. Este cuento policial ha servido como pista a algunos estudiosos de la escritura de Borges para elaborar la hipótesis de que una novela, El enigma de la calle Arcos de Sauri Lostal, publicada como folletín en Crítica en la década del 30, pertenece a Borges ya que Sauri Lostal es un pseudónimo. Juan Jacobo Barjalía y Fernando Sorrentino, en 1997, sostuvieron, a través de La Nación y Clarín, un debate, donde el primero afirmaba que Borges era el autor de la mencionada novela (“La novela que Borges sí escribió”) mientras que el segundo afirmaba lo contrario en un artículo titulado:”La novela que Borges jamás escribió”. Lo cierto es que la idea de escribir una novela o fingir la existencia de una novela para contar las vicisitudes de su producción o reseñar el entramado de su acción es una tarea que Borges plasmó repetidas veces en sus ficciones.
Fernando Sorrentino en un artículo publicado en Revista Proa, tercera época, en 1996, plantea el paralelo Borges-Arlt y considera que “El indigno” (El informe de Brodie) de Borges reelabora el tema de la última parte de El juguete rabioso (1926) de Arlt, donde aparece la cuestión de la traición encarnada en Silvio Astier del mismo modo que en Fischbein, el personaje borgeano de “El indigno”.
En “El acercamiento a Almotásim”, el estudiante protagonista de la novela resumida en el cuento borgeano encuentra por fin al Maestro Almotásim, luego de un difícil camino de ascenso espiritual. Sin embargo, hay varias interpretaciones acerca de ese encuentro, entre las que se destaca la alusión directa a la metempsicosis que se explica en una erudita nota de pie de página que propone otras soluciones a la ficción. El trabajo de cita hace su efecto. La ilusión de realidad se enmarca con la ilusión de la cita.
Identidad, sueño, remotas claves, convergencias y divergencias, constituyen el cuerpo de las novelas imaginadas por Borges, que de algún modo compuso en las regiones insondables de su imaginación y que transcribió en la forma sintética del cuento.
Los nombres hablan en el océano de las palabras, sin tiempo y sin espacio, en un infinito de repeticiones y simulacros en lo real de la simultaneidad del universo, donde es posible la reversibilidad del tiempo, como indica la aclaración a pie de página del cuento “Examen de la obra de Herbert Quain”. Dice Stephen Albert, uno de los personajes de “El jardín de los senderos que se bifurcan”:
En éste (el tiempo) que un favorable azar nos deparó, usted ha llegado a mi casa, en otro, usted al atravesar un jardín, me ha encontrado muerto, en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
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