Por Guillermo Piro |
La historia comenzó en 2016, cuando el ICOM creó el Comité Permanente sobre la Definición de Museo, Perspectivas y Posibilidades (MDPP) con el fin de reescribir
la definición oficial de “museo”, que seguía siendo la misma desde los años 70 y que había sido levemente modificada en 2007.
Pero no se trata solo de una cuestión de palabras,
ya que de esa definición depende qué puede ser considerado museo y qué no, lo que implica un determinado estatus legal y acceso a fondos y a concursos, porque lo que un museo “es” influencia
mucho en lo que muchos museos deben aspirar a ser –o evitar ser– para ser considerados tales.
La definición de “museo” vigente antes era la que sigue: “Un museo es una institución sin fines lucrativos, permanente, al servicio de la sociedad y de
su desarrollo, abierta al público, que adquiere, conserva, investiga, comunica y expone el patrimonio material e inmaterial de la humanidad y su medio ambiente con fines de educación, estudio y recreo”.
En julio del año pasado el MDPP propuso una definición mucho más larga: “Los museos son espacios democratizadores, inclusivos y polifónicos para el
diálogo crítico sobre los pasados y los futuros. Reconociendo y abordando los conflictos y desafíos del presente, custodian artefactos y especímenes para la sociedad, salvaguardan memorias diversas
para las generaciones futuras y garantizan la igualdad de derechos y la igualdad de acceso al patrimonio para todos los pueblos. Los museos no tienen ánimo de lucro. Son participativos y transparentes, y trabajan en
colaboración activa con y para diversas comunidades a fin de coleccionar, preservar, investigar, interpretar, exponer, y ampliar las comprensiones del mundo, con el propósito de contribuir a la dignidad humana
y a la justicia social, a la igualdad mundial y al bienestar planetario”.
Rick West, el presidente del Autry National Center de Los Angeles, se opone a la idea de que el museo deba ser un lugar de conservación de colecciones con fines culturales y didácticos;
no le gusta eso del compromiso social y político y no le agradan las expresiones “justicia social”, “igualdad mundial” y “bienestar planetario”.
François Mairesse, un conocido museólogo francés, pegó el portazo el año pasado diciendo que más que una definición eso era un manifiesto
político.
La danesa Jette Sandahl, presidenta de la MDPP, sostuvo que se respondió así “a la voluntad de los distintos países de comprometerse en las cuestiones globales
de hoy”, como la crisis ambiental y el racismo. Según Sandahl, muchos gobiernos y mecenas privados se mostraron más inclinados a apoyar económicamente los museos con esa nueva definición,
porque pone de manifiesto su utilidad social. Sandahl renunció hace un par de meses.
Klaus Staubermann, jefe de la sección alemana del ICOM, cree que esos eventuales fondos en ciertos casos serían más difíciles de obtener. Basta pensar en
las dificultades de los museos de los países con gobiernos autoritarios o dictatoriales a la hora de respetar esos nuevos criterios: un museo comprometido políticamente, que trabaje por la “justicia social”,
“polifónico” y abierto a “todos los pueblos” no duraría mucho.
El Comité sigue estudiando definiciones.
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