martes, 18 de agosto de 2020

Nubes pasajeras

Por Isabel Coixet
Como tantas otras personas, me gusta mirar las nubes y descubrir en ellas caprichosas formas cambiantes: jabalís montados en dromedarios, patos con sombreros de plumas, una sirena demostrando una sorprendente capacidad para el hula hoop… Las formas de las nubes, como los sueños, nos devuelven imágenes que si bien, despiertos, nos parecen absurdas, cuando estamos sumergidos en ellas, tienen todo el sentido del mundo

Hoy, sopla un fuerte viento y, delante de mi ventana, las nubes cruzan rápido, llevándose con ellas un auténtico zoo de especies desconocidas que apenas me da tiempo a descifrar. Hace menos calor que estos últimos días, cuando era imposible moverse sin que el sudor te dejara empapado y entumecido. El viento acaba de cargarse un parasol nuevo que no estaba bien fijado en la base. El techo de esta casa de casi dos siglos vibra y las corrientes de aire provocan incontables portazos. Es uno de esos días en que las heroínas de Françoise Sagan recogen con indolencia sus toallas de la playa y se retiran a la sombra de oscuras y enormes alcobas a beber limonada y a fijar la vista en el techo, rememorando la noche pasada, mientras los grillos llenan el aire con sus sonidos.

Todos los veranos, por alguna misteriosa razón, tengo en mis manos una nueva biografía de Sagan, que viene a decir poco más o menos lo mismo que la anterior: todas están escritas por biógrafas que consideran imprescindible que el lector sepa la edad que tenían y lo que llevaban puesto cuando descubrieron Bonjour, tristesse. Y siempre me dejan con las ganas de saber más sobre ese encuentro de Françoise Sagan, Tennessee Williams (con su amante Frank Merlo) y Carson McCullers en Florida.

Hay incluso un libro dedicado exclusivamente a ese encuentro (Jours brûlants à Key West) que tampoco va mucho más allá de describir el afecto recíproco entre Sagan y Williams y la extraña envidia/manía/ obsesión que Carson McCullers sintió inmediatamente por la francesa, aun cuando había sido ella la que le había descubierto su primer libro al escritor. Bebían whisky, mucho. Y cocktails. Y fumaban. Y Sagan intentaba expresarse en inglés mientras Carson fingía que no la entendía. Me hubiera encantado ver la escena por un agujero, algún momento de ese encuentro, no me conformo con imaginármelo. También me hubiera gustado pegar la oreja a las cenas semanales de Sagan y Sartre en el último año de la vida de este, cuando ella le cortaba el bistec porque él ya no veía nada y se tiraba toda la comida en la camisa.

Repaso los libros que he traído para leer: ensayos, biografías, novelas, libros de cuentos. Otros mundos, otras voces, otros ámbitos, otras historias que no la mía, que se encontrará con ellas en algún punto de este cielo de nubes perfectas que me miran como preguntándose ¿quién es esta mujer que teclea y nos mira con tanta atención? ¿Quién es?

© XLSemanal

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