Pirsig. Autor de Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta. |
Lo que hace tan difícil ver el mundo con claridad no es su extrañeza, sino su normalidad. La familiaridad puede cegarnos”. Esto escribía Robert Maynard Pirsig
(1928-2017) en su libro Lila, publicado en 1991. Era su segunda y última obra.
Había accedido a la celebridad en 1974 con Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, un libro desafiante, inclasificable,
del que algunos lectores huían pronto, en el que otros quedaban atrapados sin remedio y del que unos y otros salían modificados. Pirsig contaba allí su viaje en moto atravesando todo Estados Unidos, acompañado
de Chris, su hijo adolescente. La travesía, una auténtica odisea existencial, tenía varios propósitos. Indagar en sí mismo, conocer en profundidad a su hijo, explorar y poner a prueba ideas
que lo rondaban y evidenciar, desde las experiencias vividas, el estado de los valores en el mundo contemporáneo.
Pirsig había sido una suerte de niño prodigio, con un cociente intelectual de 170 a los 15 años, convertido luego en profesor de Filosofía y Literatura en
la Universidad de Montana, de donde sería expulsado con un diagnóstico de esquizofrenia que le costó años de tratamientos implacables y más insalubres que sanadores. Como suele ocurrir, Pirsig
escapaba de las cajas y envases en los que se pretende capturar la normalidad para mantener sedada a la población. Solía incitar a sus alumnos a que se salieran de los moldes teóricos y académicos,
que arriesgaran, que pensaran por cuenta propia, que cuestionaran la normalidad, la familiaridad, la creencia de que todo es explicable y previsible. Su propia obsesión, evidenciada en sus dos libros, era cavar en la
superficie de lo normal, de lo habitual, y buscar significados profundos y ocultos. Insistía en que quien acomete esa aventura podrá acceder a lo que llamaba la “calidad”, palabra que repetía
y lo identificaba. Pirsig invocaba una calidad existencial, esa que no se verifica con controles ni protocolos ni se reduce a la producción material, pero aun así Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta
se convirtió en un explosivo best-seller en su momento y luego en un long-seller que, gracias a continuas reediciones, lo mantienen vivo y actual.
En tiempos en que se habla con soltura de vieja y nueva normalidad, sin ideas claras acerca de lo que define a una y a otra, volver al viaje y a las ideas de Pirsig no está de
más. ¿Qué añoran quienes hacen duelo por la vieja normalidad? ¿La pobreza estructural, la corrupción cotidiana y aceptada en todos los órdenes, el consumismo depredador, la indiferencia
hedonista y narcisista convertida en cultura, la desigualdad ultrajante, el hambre pandémica, la injusticia obscena repartida desde los mismos tribunales que deberían velar por la justicia, la ignorancia por
la existencia, el dolor y las necesidades del prójimo (léase próximo), el clientelismo desvergonzado en la práctica política y social, la intolerancia hipócrita que se esconde bajo
diversos seudónimos y no se atreve a llamarse machismo, racismo, xenofobia? Estos son algunos aspectos de lo que era normal. Pero quizás resulte apresurado decir “era”. No existen pruebas de que los
corruptos, los intolerantes, los injustos, los indiferentes, los violentos (verbales y físicos), los consumistas tóxicos y depredadores, los autoritarios, hayan dedicado la cuarentena más larga del mundo
a realizar actos de contrición, a transformar sus cosmovisiones, a entrenarse en nuevos modos de vivir y actuar, más empáticos, más generosos, más validadores de una vida con la que, normalmente,
emponzoñan el mundo. No, no hay pruebas de que eso esté ocurriendo. Por el contrario, abundan indicios de que, en muchos casos, presas del síndrome de abstinencia solo esperan que se levante definitivamente
la tranquera para salir a recuperar el tiempo perdido. Algunos, poseedores de poder político y/o económico, ni siquiera tienen que esperar. Siguen en lo suyo. ¿Qué hará cada persona para que
la nueva normalidad no sea el simple seudónimo de la vieja? ¿Y para que la normalidad de siempre no siga impidiendo ver el mundo con claridad? Confinados, debemos responder desde la quietud, sin viaje en motocicleta.
(*) Escritor y periodista
© Perfil.com
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