sábado, 15 de agosto de 2020

La lista de chequeo de la cultura de la cancelación

¿En qué consiste la cancelación? ¿En qué se distingue del ejercicio de la libertad de expresión y el debate crítico fundamentado?

Por Jonathan Rauch (*)

Hoy en día, la cultura de la cancelación representa una verdadera amenaza a la libertad intelectual en Estados Unidos. De acuerdo con una encuesta reciente del Cato Institute, un tercio de los estadounidenses asegura que les preocupa en lo personal perder sus empleos u oportunidades de trabajo si expresan sus verdaderas opiniones políticas. 

En ese país, personas de todos los ámbitos han sido avergonzadas de manera pública, empujadas a ofrecer disculpas rituales o despedidas de forma sumaria.

Sin embargo, quienes critican a los críticos de la cultura de la cancelación tienen una respuesta poderosa. Acusar a otros de cancelar, aseguran, puede ser una forma de estigmatizar la crítica legítima. Como Hanna Giorgis escribe en The Atlantic, “los tweets críticos no son censura”.

Entonces, ¿en qué consiste la cancelación? ¿En qué se distingue del ejercicio de la libertad de expresión y el debate crítico fundamentado?

La diferencia es clara a nivel conceptual. La crítica presenta pruebas y argumentos en un esfuerzo por persuadir. La cancelación, en contraste, busca organizar y manipular el ámbito social o mediático con el propósito de aislar, privar de una plataforma o intimidar a los oponentes ideológicos. No intenta buscar la verdad, sino moldear el campo de batalla de la información; su intención –o al menos su secuela más predecible– es forzar al conformismo y reducir el espectro de posibilidades críticas que no han sido sancionadas por el consenso predominante de alguna mayoría local.

Sin embargo, en la práctica, puede ser difícil percibir la diferencia entre crítica y cancelación, ya que ambas asumen la forma de una crítica al otro. Por eso es quizá imposible diseñar una prueba simple, objetiva y clara para delimitar en qué consiste un ejemplo dañino de cancelación.

Por lo tanto, un acercamiento diagnóstico podría ser mejor. Como los síntomas del cáncer, los signos de la cancelación son numerosos. Aunque no todos los ejemplos presentan cada una de las variables, todos conllevan ciertas características clave. Antes que presentar una prueba definitiva, este diagnóstico de acercamiento nos permite esbozar una lista de las señales de advertencia. Entre más signos identifiques, más puedes estar seguro de que te enfrentas a una campaña de cancelación.

Mi lista de chequeo personal para identificar la cultura de la cancelación incluye seis señales de advertencia.

Punitivismo

¿Existen personas que te denuncian con tu jefe, tus grupos profesionales o tus contactos sociales? ¿Tu nombre aparece en una lista negra que te impide acceder a oportunidades sociales y laborales? ¿Todo lo que se dice sobre ti tiene el propósito –o el efecto previsible– de poner en riesgo tu modo de vida o de aislarte socialmente?

Una cultura crítica busca corregir antes que castigar. En el mundo de la ciencia, un error no se paga con la pérdida del empleo o de los amigos. Por lo regular, el único castigo es que alguien pierda la discusión. Incluso la refutación de los estudios es un fenómeno nuevo y, con justa razón, controversial, ya que para la ciencia el método más común –y efectivo– ha sido desechar los errores y seguir adelante. La mala ciencia y las respuestas equivocadas desaparecen sin más. Los incentivos son positivos, no punitivos: el premio por tener la razón es que te citen, subas de puesto o ganes fama y premios importantes. Una actitud punitiva perjudica los procesos científicos, ya que el conocimiento avanza a través de un proceso de prueba y error.

La cancelación, por su parte, busca castigar en lugar de corregir, y a menudo lo hace a causa de un solo tropiezo y no una larga cadena de fracasos. Un profesor jura que “arruinará su reputación [la de un estudiante de posgrado] merecida y permanentemente”. Los promotores de una campaña en contra de un curador de arte afirman que el hombre “debe ser destituido de su trabajo de manera inmediata”. El punto es hacer sufrir a quien se ha equivocado.

Privación de plataformas

¿Aquellos que hacen campañas evitan que publiques un trabajo, vayas a juntas o hables en público? ¿Afirman que se sienten inseguros o que se comete un acto de violencia en contra de ellos si se te otorga la palabra?

Una cultura crítica tolera los desacuerdos en vez de silenciarlos. Entiende que pueden parecer molestos, dañinos, antipáticos y, desde luego, inseguros. Para minimizar los daños innecesarios, hace todo lo posible para animar a que las personas se expresen de una manera respetuosa. Sin embargo, también entiende que, en ciertas ocasiones, un disidente incómodo puede tener la razón y no lo silencia ni busca quitarle plataformas de expresión.

Por el contrario, la cancelación busca acallar y paralizar a sus objetivos. A menudo las personas que cancelan entienden un simple desacuerdo como una amenaza a su integridad, incluso como un acto de violencia. Miembros del personal del New York Times declararon que la mera publicación de un artículo de opinión controversial los ponía en peligro. Trabajadores del New Yorker exigieron que a Steve Bannon se le quitara su plataforma.  Los gritos, el retiro de invitaciones, las disculpas obligatorias y las renuncias son la moneda de cambio de aquellos que cancelan.

Organización

¿Las criticas parecen estar organizadas y dirigidas? ¿Los organizadores reclutan a otros para sumarse en tu contra? ¿Sientes que te acecha una multitud? ¿Hay personas que hurgan en tu trabajo y en tus redes sociales para encontrar municiones que usar en tu contra?

La cultura crítica confía en la persuasión. La forma de ganar un argumento es convencer al otro de que tienes la razón. Es cierto que, con frecuencia, se forman escuelas de pensamiento, y las discusiones entre ellas pueden ser acaloradas. Pero organizar campañas de presión en contra de un blanco político o ideológico normalmente está fuera de los límites de lo permitido.

En cambio, es común ver a personas que cancelan movilizar a cientos de personas para firmar peticiones o a miles de usuarios de redes sociales para desenterrar y perseguir una acusación. Por ejemplo, recientemente, unos organizadores de campañas de cancelación hurgaron dentro de las publicaciones de las redes sociales del psicólogo Steven Pinker, con la esperanza de exhumar algún caso en contra de él. Aunque solo encontraron cuestiones triviales, como el hecho de que usó dos veces términos como “crimen urbano” y “violencia urbana”, lograron que cientos de firmantes se unieran a una denuncia colectiva.

Boicots secundarios

¿Hay una amenaza, explícita o implícita, dirigida a las personas que te apoyan, que indica que sufrirán el mismo castigo que tú? ¿Presionan a empleadores o colegas para que te despidan o dejen de asociarse contigo? ¿Las personas que te defienden, o que son críticas de la campaña en contra tuya, temen sufrir consecuencias adversas?

Una cultura crítica, en su compromiso por explorar una amplia gama de ideas y de corregir en lugar de coaccionar al que comete un error, no ve ningún sentido en instaurar un clima de temor. Pero esto es, justamente, lo que intenta una cultura de la cancelación. Al escoger objetivos de manera impredecible (casi cualquier cosa puede desencadenar una campaña), sin proporcionar refugios seguros (incluso los conformistas corren el riesgo de convertirse en blancos), y simplemente amenazando a cualquiera que esté de parte de los atacados, la cancelación emite el siguiente mensaje: “tú puedes ser el próximo”.

De esta manera, un periodista cancelado perdió rápidamente su empleo, sus contactos profesionales y su editorial, volviéndose “radiactivo”, según sus palabras. (La última vez que se supo de él había solicitado ingresar a escuelas de derecho.) En medio de un clima de esta naturaleza, a menudo la gente se sumará a las denuncias públicas o se abstendrá de defender a los acusados que cree inocentes, con tal de alejarse de la controversia.

Exhibicionismo moral

¿El tono del discurso es ad hominem, repetitivo, ritualista, afectado, acusatorio y resentido? ¿Los acusadores te satanizan, borran tus méritos, te cuelgan etiquetas incendiarias y promueven una superioridad moral? ¿La gente ignora lo que dices realmente y habla de ti y no contigo?

Como el discurso puede llegar a ser dañino, la cultura crítica rechaza la retórica extrema. Invita a las personas a escucharse unas a otras, a recurrir a la evidencia y a los argumentos, a comportarse razonablemente y a evitar los ataques personales.

La cultura de la cancelación está más interesada en lo que los filósofos Justin Tosi y Brandon Warmke definen como “exhibicionismo moral”: el despliegue de indignación moral para impresionar a tu grupo de pares, dominar a otros, o ambas cosas. Los exhibicionistas que condenan a una persona no están interesados en persuadirla o corregirla; de hecho, no está pensando siquiera en hablar con ella. En lugar de eso, la utilizan en su campaña como un objeto con el cual elevan su propio estatus. Las acusaciones colectivas, los ataques personales y la guerra por mostrar la mayor indignación son formas de exhibicionismo moral.

Verdadosidad 

¿Las cosas que se dicen sobre ti son imprecisas? ¿A las personas que las dicen no parece importarles su veracidad? ¿Se sienten con la libertad de distorsionar tus palabras, ignorar las correcciones y hacer acusaciones falsas?

La estrella polar de la cultura crítica es la preocupación por la exactitud. No todo el mundo conoce todos los hechos, como tampoco todas las personas están de acuerdo en lo que es verdadero; sin embargo, en una cultura crítica, las personas intentan presentar sus puntos de vista, así como los de otros, de manera honesta y exacta. Aunque en algunos casos puede que yo no cumpla con este estándar, reconozco que debo responder a lo que verdaderamente dijiste, y no sacarlo de contexto o hacer de ello una caricatura incendiaria.

Una de las tantas razones por las cuales Donald Trump es una amenaza para la democracia es porque ve a la verdad como un instrumento, algo que puede utilizar, explotar o ignorar, dependiendo de sus necesidades en el momento. Repite una y otra vez afirmaciones desmentidas, o pasa de un fundamento a otro cuando alguna de ellas es desacreditada definitivamente. Las personas que cancelan normalmente juegan el mismo tipo de “calvinbol” retórico.

La forma en que, por ejemplo, un grupo de personas caracterizó un artículo de la filósofa Rebecca Tuvel era demostrablemente incorrecta. La persona que inició la campaña de cancelación admitió que ni siquiera había leído el texto supuestamente cuestionable. En una declaración pública, Tuvel lamentó: “Muy poco de lo que se ha dicho está fundamentado en una lectura real de lo que escribí”.

Pero eso no detuvo a nadie. Porque cancelar no tiene el propósito de buscar la verdad o de persuadir a otros; sino que es una de las formas que asume la guerra de la información, en la cual la verdadosidad es más que suficiente si es útil para la causa.

***

Estas son mis seis señales de advertencia. Si reconoces una o dos, debes temer que una cancelación se lleva a cabo en tu contra; si detectas cinco o seis, puedes estar seguro de ello.

Desde luego, el mío no es el único acercamiento. Personas como Emily Yoffe y Greg Likianoff también han tratado de definir el clima actual de la cultura de la cancelación. Esperamos, no obstante, que a estas les sigan otras propuestas más precisas.

Como sucede con la mayoría de los conceptos, es posible que nunca lleguemos a un consenso total sobre cuál es la mejor definición. Aun así, predigo que no estamos lejos de alcanzar un entendimiento más sofisticado sobre qué es la cultura de la cancelación y también (algo igualmente importante) qué no es. 

Aunque nuestros críticos suelen afirmar que quienes nos preocupamos por la cultura de la cancelación simplemente no queremos ser criticados en internet, se trata de un fenómeno muy real. Y aunque pueda parecer, en ocasiones, que la cultura de la cancelación guarda un parecido superficial con la cultura crítica, ambas son diametralmente opuestas, y no es muy complicado diferenciarlas.

(*) Autor de Kindly inquisitors: The new attacks on free thought y miembro emérito del Brookings Institution. Publicará su último libro, Constitution of knowledge, en la primavera de 2021.

Publicado originalmente en Persuasion y reproducido con autorización

© Letras Libres

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