Por Isabel Coixet |
Yo creo que el problema lo tengo con los manuales de instrucciones: no los entiendo, confundo el punto ‘a’ con el ‘c’ y no distingo entre ellos en el gráfico que se supone debe guiarme ‘fácilmente’
para montar la estantería o algo tan sencillo, aparentemente, como el cajón para colocar los cubiertos o el escurreplatos.
Hoy he intentado montar un parasol en la terraza y casi mato a un transeúnte que pasaba con un tornillo que se me ha caído. Cuando lo he recuperado, se me ha volado el
papel con las instrucciones y me he quedado como un espantajo con el parasol sin montar y un tornillo en la mano. Y me ha invadido la desolación. Me he visto a mí misma detenida en medio de la terraza, con la
mirada perdida y cara de estupor, viendo cómo el papel en polaco, en portugués, en italiano y en francés se alejaba por el aire, lleno de flechas y puntos y esquemas e instrucciones alambicadas. («Staccare
la spina dalla presa per evitare un elettroshock»). La cámara me filmaba a partir de un primer plano para alejarse poco a poco, sin solemnidad, suavemente, hasta que ya no se podía distinguir mi expresión.
Luego yo desaparecía en el interior de la casa para beber un vaso de agua o una coca-cola o un vaso de vino, dependiendo de la hora, pero la cámara ya no lo veía, enfrascada en captar a otros seres humanos
que también luchaban en pisos, casas, azoteas y balcones con complicadas descripciones de aparatos diversos. Todos con la misma expresión de voluntarismo, esfuerzo y ganas, todos rompiéndose la cabeza
por hacerlo lo mejor posible y cruzar esa barrera tan prometedora tras la cual se esconde ese objetivo condenadamente esquivo: estantería, aire acondicionado, cuadro en la pared, escape de agua.
¿Qué diferencia a los que lo consiguen de los que no? ¿Nacemos predestinados a la torpeza? ¿La compensamos con otras cualidades? ¿Por qué nunca he sido
capaz de seguir una receta hasta el final por muy corta, sencilla y dócil que parezca? Sé que en mi caso hay una niña rebelde y soñadora de siete años que se niega a seguir las instrucciones
de nadie, especialmente las de ese demoníaco y diligente escritor de todos los manuales de ensamblaje del universo, al que en este momento la cámara filma riéndose de mí y de mi sombra. Con lo bien
que me hubiera ido en la vida siendo un poco más obediente…
© XLSemanal
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