Por Marcos Novaro |
En la última semana la tuvieron igual muy difícil porque el único gesto que podría considerarse, viéndolo con los mejores ojos, más o menos
conciliador fue la derogación del decreto de expropiación de Vicentin.
Y eso ignorando la enorme diferencia que existe entre un moderado y un patotero frustrado: en verdad derogó algo que ya no servía
más que para ilustrar su torpeza y falta de cálculo.
En todo lo demás, fue la semana del “vamos por todo” albertista: lanzó su remanida reforma judicial en la peor versión imaginable para quienes en serio
se preocupan por la independencia de ese poder y su eficiencia, logró hacer aprobar la moratoria impositiva con la cláusula que beneficiará a Cristóbal López, hasta hace poco su empleador,
y le torció una vez más el brazo a Horacio Rodríguez Larreta imponiendo su idea de que si los contagios se multiplican en el resto del país es culpa de que él flexibilizó los controles
en la Ciudad y los porteños caminan irresponsablemente por los parques o por Avenida Santa Fe.
Hay innumerables evidencias de que la ciudad de Buenos Aires cumplió la cuarentena mejor que el conurbano. Incluida la última quincena de fase 1, que en la jurisdicción
a cargo de Kicillof ni se sintió. También de que sus comerciantes y la población en general respetan las reglas de distanciamiento social y los protocolos específicos.
Es asimismo abundantísima la evidencia nacional e internacional respecto a que cuando la cuarentena se agota hay que poner énfasis en otros instrumentos: testeo, rastreo,
aislamiento de las cadenas de contagio y los focos de enfermedad. Algo que, de nuevo, se hizo medianamente en el distrito porteño, también en algunas ciudades importantes del interior, pero funcionó bastante
mal en el resto del AMBA. Y sobre lo que, encima, ni Alberto ni Axel dijeron una palabra el pasado viernes, cuando se dedicaron en cambio a repetir que si las cosas siguen como van “la única que nos queda es volver
a encerrar a todo el mundo”. Algo que, si hubieran aprendido algo de la propia experiencia, deberían saber no va a funcionar, y aún cuando se militarice el país para que funcione, no alcanzaría
para moderar el inminente pico de la enfermedad.
Alberto pasó de ser el profesor canchero que pasa de una filmina a otra con una sonrisa y un chiste, al docente enojado con el mal rendimiento de sus alumnos, a quienes culpa
de las deficiencias de su pedagogía llamándolos “irresponsables”, “hijos del rigor”, en suma, merecedores de un trato aún más autoritario.
Y el primer alumno en que descargó su frustración, y su propia responsabilidad, fue el hasta aquí manso y “amigo” Larreta, en el que volvió a
encontrar a un descarriado anticuarentena, un insensible neoliberal sólo preocupado por las empresas. Y en el que sin duda por sobre todo ve a un peligroso antagonista: seguramente también él leyó
las últimas encuestas y vio que su imagen cae mucho y sostenidamente, y en particular su imagen negativa es ya bastante más alta que la del jefe de gobierno porteño.
Hubo algo de celada y de cuchillo en la espalda en la última conferencia del trío que hace pensar que tal vez sea la última. O por lo menos, la última en
que se justifique que Larreta se mantenga tan dócilmente enfocado en dar un mensaje técnico sobre la salud en su distrito y las medidas específicas que le corresponden.
Y en cuanto al Presidente, tal vez lo que haya que preguntarse es por qué algunos imaginaron que iba a comportarse de otra manera. Y por qué mantuvieron tanto tiempo abierta
esa expectativa. Si aprendió del mejor. Y siempre dijo que su ideal era el primer kirchnerismo, el de Néstor, que fue quien inventó todos los vicios y delirios que hemos vuelto a entronizar en el poder.
Con Néstor fue que pergeñó las operaciones para fracturar a sus adversarios y cooptar a los más lábiles de ellos. Con Néstor montó la red de espías y traficantes de influencias
que le permitió envilecer y someter aún más a la Justicia Federal que les legara Menem. Y con Néstor se ocupó de arruinar la mejor oportunidad económica que tuvo el país en
el último siglo.
Alberto con poder era cantado que iba a ser un problema. En cualquier circunstancia. E independientemente de Cristina. Más todavía lo es cuando está ella al timón
de la estrategia general del gobierno, y él se ve crecientemente acosado por una gran variedad de problemas que no puede resolver y de los que tampoco puede escapar.
Asustado por una crisis fenomenal que él mismo ayudó a agravar, y azuzado por la impresión, equivocada, de que de su voluntad depende supuestamente que la Argentina
se vuelva un ejemplo mundial a imitar, o un desastre sin remedio, es comprensible que se muestre entre omnipotente y ofuscado, y en ambos gestos se revele su profunda desorientación.
Nada de qué sorprenderse en realidad. Lo único sorprendente es que cada vez más se escuche gente que extraña la época en que Cristina gobernaba sin
intermediarios. La señora al menos sabía hacer las cosas. No tenía que derogar decretos. Era cualquier cosa menos una patotera frustrada.
© TN
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