miércoles, 12 de agosto de 2020

‘El ojo sordo’

Por Isabel Coixet
«El todo es decirlo todo y me faltan las palabras», escribió Paul Éluard, al que en la vida nunca le faltaron. 

Conocí al poeta gracias a mi profesora de francés del instituto, Carmen Rabal, una de las personas que contribuyeron a abonar mi francofilia en la adolescencia. 

Carmen me prestó decenas de libros de autores franceses; me descubrió a Rimbaud, a Verlaine, al Marqués de Sade, a Raymond Radiguet, a Proust,  a Apollinaire, a Marguerite Duras, a Prévert; me regaló discos de Léo Ferré, de Barbara; me llevó a ver películas de Alain Resnais, de Rohmer; me corrigió mi pronunciación cuando decía «La terre est bleue comme une orange» (‘la tierra es azul como una naranja’); en definitiva, puso la semilla de mi devoción por el mundo de la cultura francesa, porque a Francia, como a todos los países, se le pueden poner todos los peros que se quieran, pero allí la palabra ‘cultura’ no es un simulacro para decir otra cosa; es un término que define algo real, algo que importa, algo que está en la estructura social y que significa mucho en la vida de las personas. Algo que infunde tanto respeto como las fábricas de neumáticos o el fútbol.

Sé que cada vez quedamos menos entre quienes en un momento de nuestras vidas nos sumergimos y abrazamos la cultura francesa, sé que nos han llamado de todo –«franchutes», «esnobs», «ridículos»…– y cosas peores. La de veces que hemos tenido que escuchar la retahíla de tópicos que surgen cuando se habla de los franceses es incontable. Pero, para mí, abrazar otra cultura que la mía de nacimiento no significa rechazar la mía, bien al contrario, significa un enriquecimiento que me ha llevado a pringarme de otros aires, de otras lenguas, de otros olores, de otros sabores, de otros puntos de vista sobre la existencia y los que vivimos. Aventurarme en la cultura francesa me llevó a aventurarme en la cultura inglesa, americana, japonesa. Hay un título de un precioso libro de Emmanuel Carrère que lo dice todo: Des autres vies que la mienne (‘De otras vidas que la mía’). Siempre me ha estimulado esa búsqueda, porque esas otras vidas también son la mía y me siento afortunada por haber podido vivirlas.

Desde esos días de adolescencia, Éluard me acompaña: su rostro sereno, sus desdichas amorosas, sus poemas cuyos versos aparecen de repente en mi cabeza como aguardando el momento propicio para reconfortarme el alma. El poema que le dedicó a Picasso: «Te quedas en tu nido de fuego / y tu brillo se multiplica». Un poema entre los muchos que le dedicó a Gala (…) después de que lo abandonara por Dalí: «No más compartir / distingo el vértigo de la libertad / distingo el día de esta lucidez humana…». Y el poema al que siempre vuelvo y que vuelve, El ojo sordo: «Haz mi retrato / Se modificará para llenar todos los vacíos / Haz mi retrato con el ruido del silencio…». 

© XLSemanal

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