Por Tomás Abraham (*) |
No, nada de eso explica la visión profética de Duhalde que a todo el mundo ha espantado, incluso a él mismo.
Más aún, a nadie lo ha espantado más que a él mismo, y no debe extrañarnos su temor y temblor, era previsible que un fenómeno de posesión
diabólica desoriente al poseso y fisure su identidad de un modo tal que sospeche que la pesadilla de la que fue víctima pueda repetirse.
Son conocidas las tribulaciones de estos individuos singulares conocidos como adivinos, pitonisas, profetas, brujos, chamanes, espiritistas, videntes, que sin proponérselo y sin
invocaciones, entran en trance, ingresan a un laberinto indefinido, a una zona de semiconciencia y alucinan un espacio y un tiempo inactual.
El expresidente vió que un manto de tinieblas cubría a nuestro país, y al recobrar la lucidez, una vez instalado en la conciencia de la vigilia, declaró que
dado el giro de los acontecimientos políticos preveía un golpe de estado. Nada de elecciones en el 2021, sino un desplazamiento del actual presidente y un estado de anarquía. Habló de sangre.
Duhalde es conocido por ser un hombre racional, un estratega, una persona que sabe mover el tablero político hasta el punto que le permite llegar a la presidencia aún perdiendo
elecciones. En aquel tiempo, el del 2001, cuando vio que su tiempo se le acababa, designó a Carlos Reutemann como su sucesor. Recordamos que el corredor de fórmula Uno, lo pensó un tiempo y luego declinó
el ofrecimiento porque, según afirmó, “vio” algo que le dio miedo.
Nunca supimos qué. No fue tan explícito como Duhalde que él sí nos entregó su terrorífica visión.
Como es tradición, las visiones de los pitonisos, se expresan en un lenguaje diagonal, y sabemos que Heráclito, como el dios Apolo, no mostraba ni ocultaba lo que veía,
sino que “indicaba”.
Los dioses griegos se manifestaban en un lenguaje oblicuo, elíptico, en forma de enigma, y los mortales debían descifrar esa lengua artera y tramposa que les imponía
un desafío que calibraba su potencia de adivinación y su sabiduría.
El mismo Duhalde no dijo lo que vio, lo metaforizó con una imagen comprensible para los argentinos. Habló de militares ocupando la Rosada a pesar de que él mismo
fue protagonista de un golpe de estado de un nuevo calibre, un golpe de estado popular, que podemos llamar pueblada o asonada civil o cualquier término que describa lo sucedido en aquellos años, acá cerca
y no hace tanto tiempo.
Jamás diría nuestro ex presidente que a su amigo Alberto le iban a correr el sillón de Rivadavia aquellos mismos que lo sentaron en él. Eso nunca, sería
decir la verdad, de un modo frontal y directo, “parrhesiástico” decían los griegos, y la verdad cuando es divina no se la dice, se la sugiere de un modo –ya dijimos - oblicuo.
Tal predicción levantó un coro – otra figura del teatro griego - de protestas e indignación por lo que se calificó de una irresponsabilidad de un hombre
senil, un miembro de la franja etaria en situación de riesgo que hasta hace poco no la dejaban salir ni a la esquina si no era con un salvoconducto, y que balbucea incongruencias que apenas requieren un diagnóstico.
Su supuesto delirio sirvió además para confirmar la firme vocación democrática de los argentinos que gracias a las declaraciones de políticos y periodistas
recuperaron las palabras de Raúl Alfonsín: “nunca más”, declaración santa de quien debió partir antes de hora.
Duhalde fue lo que se llama “piedra de toque”, objeto -en este caso sujeto- que al rasparse verifica la autenticidad de una pieza o, en este caso, la idiosincrasia de un
pueblo. Así lo consideraban a Sócrates porque quien estaba junto a él calibraba lo que valía. De modo análogo, gracias a las palabras del ex intendente de Lomas de Zamora, hemos verificado
nuestra firme vocación cívica.
¿Debemos extrañarnos de que el alucinado ex presidente confesara que tuvo un brote psicótico de corto alcance, una especie de sismo neuronal superficial, que lo hizo
despegar de la tierra y flotar en el sinsentido?
Quizá no. Si hubiera dicho lo que millones de argentinos suponen sin por eso declararse locos o insanos, si hubiera confesado que lo que padeció es que lo que Scalabrini
Ortiz caracterizó como un rasgo definitorio del porteño: un pálpito, si no hubiera hecho más que compartir la sospecha de que se le ha encargado a Alberto Fernandez lidiar con lo feo antes de partir
para descansar y conservar su salud, si desde la inquietud y el temor manifestaba los que muchos además reclaman y sueñan al considerar que el actual presidente por ser blando y ambiguo bueno sería que
lo reemplazara una “generala”- sólo para seguir con la imagen militarizada de Duhalde –, si su vivencia hubiera sido tan sólo humana, nada más que humana, entonces, habría tenido
que dar no sólo explicaciones sobre su profecía sino, además, despejar las sospechas que lo que lo mueve es su tradicional celo y envidia al kirchnerismo.
Parece que no es sólo por un arrebato trascendente sino también por un exceso de bondad que en estado de cuarentena y pandemia, suceden estos extravíos. Duhalde
compite con Francisco en su afán de unir a los argentinos, con la diferencia que el sumo pontífice está acostumbrado a contactarse con lo celestial y él no, es una aventura que desconoce.
No es para cualquier ser humano el contacto con lo sublime.
Ser ecuménico en cuarentena no es fácil, la grey está lejos, con una existencia intramuros y ausencia social. El deseo de Duhalde de que nuestro presidente se
aleje de cierto sector maximalista y que profundice su vínculo con peronistas un poco más viejos y gordos, con radicales de los de antes y con liberales con onda, fue lo que le trasmitió directamente al
primer mandatario en una conversación privada con foto.
¿Cómo lo sé? ¿Quién dice que lo sé? Apenas lo adivino.
(*) Filósofo. www.tomasabraham.com.ar
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