lunes, 31 de agosto de 2020

Bradbury, el último hombre en pie

Por Guillermo Piro
El 22 de agosto se cumplieron cien años del nacimiento de Ray Bradbury. Todo normal: recuerdos, fotos y artículos sobre el autor de Crónicas marcianas y Fahrenheit 451. Me extrañó haberme topado con una expresión a la que no le encontraba sentido: doing a Bradbury, literalmente “hacer una Bradbury”, lo que para nosotros equivaldría a “hacer la gran Bradbury”. 

Tratando de entender me puse a buscar, hasta que me percaté de un detalle: todos los diarios y sitios donde aparecía esa expresión eran australianos. Aquí surgía algo. ¿Qué significaba para los australianos hacer la gran Bradbury? Todo tiene explicación.

Steven Bradbury cumplirá en octubre 46 años, es australiano y fue un atleta profesional de patinaje short track, una disciplina donde los competidores alcanzan grandes velocidades en una pista de dimensiones reducidas (110 metros), lo que hace que resulten muy frecuentes los choques y las caídas. Bradbury se volvió imprevistamente célebre gracias a la victoria un poco loca y afortunada en los 500 metros de los Juegos Olímpicos de Salt Lake City, en 2002.

En 1994, a los 21 años, Bradbury ya había ganado tres medallas en Mundiales de short track, y una medalla de bronce en los Juegos de Invierno de Lillehammer. Ese mismo año sufrió un accidente gravísimo durante una carrera: la cuchilla del patín de uno de los corredores le traspasó un cuadríceps de lado a lado. Tuvieron que darle 111 puntos y perdió cuatro litros de sangre.

Pero se repuso y cuatro años después volvió a correr en los Juegos Olímpicos de Nagano. Le fue mal, sufrió un choque con otros corredores y quedó afuera. Dos años después, en Sidney, Bradbury sufrió otro accidente, pero esta vez durante un entrenamiento: se golpeó la cabeza contra el borde de la pista y se rompió el cuello y dos vértebras.

En la semifinal de los Juegos de Salt Lake City no tuvo una performance excelente. Sin embargo, gracias al choque y la caída de los corredores que iban delante suyo, terminó segundo y entró en la final. Como era de esperar, Bardbury no tenía muchas esperanzas de obtener la medalla de oro. Lo que aumentaba su escepticismo era el hecho de ser el más viejo de los competidores. Los aspirantes al oro deben correr cuatro carreras en dos horas y disponen solo de una pausa de media hora. Bradbury era realista: ya no estaba en la flor de sus años. Así que decidió adoptar la estrategia que le había resultado en la semifinal: se mantuvo último, esperando que alguno de los del pelotón que luchaba por ganar cometiera un error.

Corrió último toda la carrera. Pero en la última vuelta pasó algo: el chino Li Jiajun tropezó con el estadounidense Apolo Anton Ohno; al caer, Li tocó con la mano el patín derecho del coreano Ahn Hyun-Soo, que terminó cayendo también. El canadiense Mathieu Turcotte, que venía detrás, no pudo esquivarlo y también cayó.

Bradbury ni siquiera tuvo que ocuparse de esquivar a los caídos: habían terminado todos contra el borde de la pista, dejándola libre. Incluso, cuando en los últimos metros comprendió que iba a ganar, dejó de correr: simplemente se dejó llevar. Ganó la medalla de oro.

Bradbury escribió su autobiografía en 2005, Last Man Standing (“El último hombre en pie”), y hoy da cursos motivacionales en los que enseña la Never-Give-Up-Attitude, o sea el comportamiento del que nunca se rinde. Mientras tanto, doing a Bradbury se volvió una expresión que todos los australianos usan. Según el Urban Dictionary significa “ganar gracias a circunstancias milagrosas”.

Espero que en 2073 se recuerden los 100 años del nacimiento de Steven y los 153 del de Ray. Ambos se lo merecen...

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