Por Claudio Jacquelin
El orden de los factores a veces sí altera el producto. Los anuncios de las reformas judicialesson la mejor demostración de que para lograr ciertos objetivos el Gobierno se ve obligado a hacer operaciones complejas y que no siempre obtiene el resultado propuesto. La aritmética política no es una
ciencia exacta. Ni de fácil dominio, cuando el poder está repartido.
La secuencia en la que se conocieron las iniciativas expone que Alberto Fernándeztuvo que restar para intentar sumar. La difusión del comité reformador de la Corteantes de que él anunciara el proyecto para el fuero penal federal lo ratifica. El primero tiene ADN cristinista. El segundo, el de Fernández. El primero contaminó al segundo. "El equipo del defensor de Cristina y diez más" llegó antes e hizo más ruido.
Cómo quedó signada la agenda pública da paso a un gran interrogante: ¿ganó Cristina, ganó Alberto, ganan los dos o pierden todos?
Si algo queda claro es que para cerrar el frente interno el Presidente abrió dos frentes externos de conflicto. Por un lado, con una parte de la ciudadanía, que esperaba otra cosa de él. Por el otro, con la principal fuerza opositora, en la que salió fortalecida el ala más dura, justo cuando
todo aconseja buscar consensos.
El temor que algunos integrantes del gabinete albergaban antes de los anuncios pareció concretarse: el Gobierno no logró imponer la idea de que se propone mejorar el servicio de justicia. Menos aún pudo despejar la suspicacia de que las nobles intenciones esconden el objetivo de resolver los problemas judiciales de Cristina Kirchner y los suyos. Para un sector de la sociedad se llama "proyecto impunidad".
El plan de reformar la Corte y la presencia allí de Carlos Beraldi, como presunto garante de la vicepresidenta, tienden a consolidar la imputación de una concesión a Cristina Kirchner. O una defección de Fernández. Resulta verosímil. El Presidente rechazaba avanzar sobre la Corte hasta hace nada y lo decía. ¿Otra vez le corrieron el arco?
A Fernández pareció no importarle que para poder presentar su proyecto debiera hacer más concesiones de las que esperaba. La pulsión por limpiar una mancha
que le había quedado desde hace 16 años pareció más fuerte. La reforma del fuero criminal federal vendría a concretar lo que no pudo hacer en 2004, cuando la SRL Néstor Kirchner&Jaime
Stiusso dinamitó sus sueños. El matrimonio Kirchner es un tribunal difícil en su carrera de jurista. Ahora no necesitó entregar a ninguno de sus colaboradores para seguir adelante, como en 2004. Gustavo Beliz debió exiliarse tras aquel fracaso. Podría decirse que el rol estelar del secretario
de Planificación Estratégica en la elaboración del proyecto actual tiene sabor a revancha (o tardío desfogue). Pero la venganza es un plato que hay que comerse frío (y, a veces, repartido). No sabe igual.
Hasta aquí parece claro que el orden de los factores alteró negativamente lo que se proponía el Presidente. En su defensa hay un argumento, sostenido desde su
entorno y al que adhieren observadores menos parciales, que mejoraría la ecuación. Vale considerarlo.
Quienes defienden la inocuidad del avance sobre la Corte afirman que esa concesión no tendrá efectos prácticos, al menos en los tiempos que pretendería Cristina. Son los que recurren a axiomas peronistas para sostener que crear una comisión
es garantía de dilación o de elusión de lo que no se quiere hacer. Para fortalecer ese argumento añaden que es impensable que la reforma de la Corte pueda tratarse en lo que resta de 2020. Menos
aún en un año electoral como el próximo. Por lo tanto, dicen, "para Alberto es win-win (ganar-ganar): avanza con la reforma del fuero federal y contenta a Cristina". Nada es tan sencillo ni lineal. La vicepresidenta no se caracteriza por su credulidad.
Las promesas hay que cumplirlas. Existe gente experta en tratar con deudores incobrables.
Los sectores más duros de la oposición, que salieron fortalecidos, temen que aquellas argumentaciones sean una trampa para conseguir apoyo de algunos de sus legisladores cuando se trate la reforma albertista. La dirigencia cambiemita está alerta. Si se abriera esa brecha, la fragmentación daría al oficialismo sustento para ir por más. Incluida la Corte.
Por eso, resaltan algunos aspectos de la reforma del fuero federal que expondrían inmediatos efectos benéficos para el cristinismo.
Las miradas se posan en el artículo que establece cómo se cubrirán los nuevos juzgados hasta que se designen los magistrados
titulares. Un tema fundamental cuando el nombramiento definitivo de jueces se ha vuelto un proceso kafkiano. En el mientras tanto, los nombres de los magistrados provisionales serán
propuestos por un tribunal que el kirchnerismo considera amigable y la designación dependerá del ultrapolitizado Consejo de la Magistratura. No es poco.
La sincronización que encontraron esta vez los tiempos del Presidente y su vice se parece a una victoria pírrica de cada uno. O a un juego de suma cero. Esos empates explican parte de las dificultades del Gobierno para avanzar hacia algunos objetivos. En muchas cuestiones, Fernández y Cristina Kirchner se ven condenados a vetarse o ceder, sin que nadie termine de imponerse. Aunque algunas veces uno parezca ceder más que otra.
Las declaraciones del Presidente posteriores al anuncio consolidan esa imagen. Las palabras que más eco tuvieron no apuntaban a promover la iniciativa que a él le importa, sino a defender el proyecto cristinista. Un fiel albertista observaba hace poco que cada vez que la vicepresidenta recupera centralidad, Fernández se ve fuera de eje y termina sobregirándose. Oportuna reflexión.
En lo inmediato, el Gobierno parece haberse embarcado en una batalla costosa en tiempos de escasez. Ninguno de los dos proyectos en cuestión aparece en las encuestas al tope de las demandas sociales. Más bien lo contrario, aunque el rechazo lo expresen las cacerolas de teflón.
Por eso mismo, más curiosa se ve la cruzada de reformar un fuero (porque de eso se trata, y no de una reforma judicial integral) cuando se advierte que no tiene resultados
positivos asegurados. Aun cuando lograra que el Congreso le aprobara la tardía licuación del poder de algunos jueces federales. Sí concretaría un deseo demasiados años postergado. Pero debería
descartarse esa motivación. Sería una ambición demasiado modesta.
Entonces, queda abierta más que nunca la gran pregunta: ¿ganó Fernández, ganó Cristina, ganaron los dos o pierden todos?
© La Nación
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