miércoles, 22 de julio de 2020

Un Alberto marxista, de los de Groucho: sin plan ni convicciones

Por Marcos Novaro
Está llegando finalmente el tiempo de ocuparse de la economía. Era hora. Al menos, el gobierno se esmera en mostrarse más activo al respecto.

Para que no sigan diciendo, en su propio espacio, que el gabinete está dibujado, que sus miembros hacen poco y nada, y en parte al menos eso sucede porque no tienen idea, ni nadie les dice, para dónde agarrar.

Se habla de recambio de ministros, pero hay problemas previos que resolver que se vienen arrastrando desde hace siete meses. Porque, ¿Alberto necesita cambiar de rumbo o definir uno, cualquiera sea; ¿necesita un cambio de gabinete o armar uno, darle algún orden y orientación a su equipo?

En la desestimación de los “planes económicos” que formuló como excusa ante un medio extranjero no deja de haber algo de lógica. En un momento como el que estamos viviendo, con niveles altísimos de incertidumbre, seria inconveniente que el Ejecutivo se comprometa con medidas concretas y plazos estrictos. Es lo que explicó, mejor que el presidente, Daniel Heymann, asesor de Economía, en un reciente reportaje con Clarín.

Pero hay algo que resulta por completo inconveniente: como con la excusa de que “en estas circunstancias mejor no tener plan”, tampoco se aclara cuál es la orientación, cuáles son las metas, o los límites, el discurso oficial sobre la economía, en particular el de Alberto, que habla cada vez más sin filtro ni cuidado del asunto, agrava el mayor problema que se enfrenta al respecto, la falta de confianza.

"No es seguro que se arregle la deuda”, dice ahora el propio presidente, un poco para apretar a los bonistas más reacios, pero otro poco porque realmente no sabe. Tampoco es seguro que la asistencia a las empresas, asalariados y consumidores siga todo lo que debe seguir para sostener la recuperación. Ni que hayan quedado atrás las fantasías expropiatorias. Nada de eso es seguro. Entonces, ¿qué se puede esperar de las autoridades? ¡¡Sorpresa!! O tal vez nada más que palabras, encima improvisadas y contradictorias.

Con ese ánimo improvisado, explicó su papelón con Vicentin: “no soy expropiador compulsivo pero podría serlo, si me aplauden y festejan” explicó, palabras más palabras menos. “Estas son mis convicciones, pero si no les gustan tengo otras”.

En el último tiempo, encima, Alberto extremó su costumbre, que es la de muchos políticos argentinos, de decirle a cada quien lo que quiere escuchar. Con la dificultad de que los demás están también escuchando cuando intenta seducir a cada uno de sus muy distintos públicos.

Así, no va a ir lejos. No porque le falte mérito a su esfuerzo, sino porque las circunstancias le ponen límites estrechos a la ambigüedad. Lo vimos con los acreedores, con Latam, y lo vemos con los jueces federales y la Corte: todos le exigen, para confiar en él, mucho más de lo que puede darles, así que las empresas se van, los cambios judiciales se empantanan y la renegociación de la deuda se vuelve a estirar, ahora para fines de agosto. Alberto se quedó corto o se fue de mambo en cada ocasión. Le cuesta encontrar la vía media entre deseos y posibilidades que le permita demostrar que es en serio un equilibrista.

Hace poco más de medio año que gobierna y ya tuvo tiempo de condenar a su gestión en varios terrenos: no será innovadora en términos institucionales, tampoco en materia económica ni en materia de relaciones exteriores; no se le conocen intenciones de hacer nada sustantivo a favor de nuestra educación, ni en obras públicas ni en relación con los problemas del federalismo. Sí se ha cansado de decir que quiere una reforma de la Justicia Federal y del sistema de impuestos, pero no se sabe en qué consisten esos proyectos, cuyos esbozos siguen dando vueltas entre despachos, sin rumbo fijo. El gran cambio que proponía para la Salud parece que ya sucedió: que volviera a ser Ministerio.

Lo cierto es que un presidente sin poder propio ni rumbo fijo en las actuales circunstancias se vuelve un peligro andante. Porque contra la idea de que la cuarentena congela toda, lo cierto es que los cambios políticos se están acelerando. Si se especulaba con que en algún momento Cristina iba a marcarle más la cancha, en estos días se comprobó que esa operación se lanzó anticipadamente y a toda orquesta. La temporada de caza contra los “moderados” empezó y muchos ya no se sienten compelidos a reprimirse sus quejas, ni a darles una mano: ni Moyano, que le generó un fenomenal disgusto “del que no se dio por enterado” (genial eso de no leer los diarios, ¡fuerza, Alberto!), ni el resto de los gremios, y tampoco los empresarios (hasta la UIA se cansó de esperar alguna buena nueva y salió con un plan en conjunto con el agro, algo que no hacía desde finales del gobierno de Cristina). ¿Qué esperaban?, si los “moderados” tampoco hacen mucho por ayudarse a sí mismos.

Si no se apuran, saben lo que les espera: el kirchnerismo ya delineó los trazos que pintan a Alberto como un fracaso, y uno ajeno.

© TN

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