Por Juan Manuel De Prada |
Pero, descendiendo al plano estrictamente natural, ante una casa reducida a escombros, los hombres pueden hacer dos cosas: enterrarse entre los escombros o utilizarlos para construir
una nueva casa. ¿Y qué significa enterrarse entre los escombros? Perseverar en las formas de vida que nos han conducido hasta la bancarrota humana que el coronavirus no ha hecho sino revelar en su íntima
miseria. Lo que nuestros gobernantes llaman ‘reconstrucción’ no es otra cosa sino la repetición suicida de una construcción fundada sobre cimientos de arena, para la que además se van
a utilizar los planes de los mismos arquitectos que diseñaron el desaguisado. En cierto pasaje del Apocalipsis –libro que debe leer quien desee enterarse de las últimas noticias– se observa que los
hombres que acaban de sufrir una plaga, una vez repuestos de sus estragos, tienden a repetir misteriosamente las acciones que los hicieron merecedores del castigo; y, en consecuencia, una nueva plaga acaba derramándose
sobre ellos.
Muy sintomáticas e ilustrativas de este empeño desquiciado en repetir los viejos errores se me antojaron las protestas de los empresarios turísticos que demandaban
mayores subvenciones a la teta próvida del Estado, asegurando que las que van a recibir no bastaban para cubrir las pérdidas del sector. Y, para evaluar esas pérdidas, utilizaban la cifra de ganancias
del año anterior, sin advertir que si el sector turístico desea en verdad afrontar el futuro debe romper amarras con modelos periclitados. Pero, al emplear como referente las cifras del año anterior, aquellos
empresarios demostraban que su aspiración es perseverar en los errores de un turismo bulímico de hacinamiento y bacanal que ha convertido España en un vomitorio material y espiritual.
Una reconstrucción auténtica exige, en primer lugar, lo que los griegos llamaban ‘metanoia’, que no es mera rectificación
o reconocimiento de los errores pretéritos, sino conversión radical, transformación interior profunda. Y una ‘metanoia’ auténtica, que primero tiene
que ser de índole espiritual, exige en sus concreciones materiales renegar del ‘modelo productivo’ que nos ha conducido hasta el lugar en el que ahora estamos, con un sector primario que depende de la contratación
de mano de obra casi esclava, pues los precios que se pagan por los productos agrícolas y ganaderos son ínfimos, por competir con productos venidos de allende nuestras fronteras. Y con un sector secundario reducido
a fosfatina, que –como se ha probado durante la plaga– es incapaz de producir algo tan elemental como mascarillas higiénicas, no digamos ya respiradores mecánicos. Una ‘reconstrucción’
que no fuese meramente retórica exigiría, primeramente, una rehabilitación de nuestra agricultura e industria que nos liberase del destino oprobioso que nos ha diseñado la plutocracia internacional,
como patético parque turístico.
Pero para impulsar esta ‘reconstrucción’ se requieren unos gobernantes que no se resignen al papel de lacayos de esa plutocracia. Y los que padecemos lo son en grado
sumo, y gustosísimos además de serlo (pues saben que les aguardan opíparos premios); de ahí que atiendan con solicitud todas las demandas que les hacen sus amos, fundando toda la ‘reconstrucción’
en el establecimiento de nuevas formas de subsidio que, a la postre, sólo servirán para esquilmar a las clases medias y arrasar definitivamente el maltrecho tejido productivo nacional, favoreciendo la implantación
de empresas transnacionales, que por supuesto contratarán cada vez a menos gente (de ahí que necesiten que los Estados subsidien a los que desde ahora serán parados crónicos). El crecimiento cetáceo
que están experimentando las empresas que monopolizan el comercio electrónico, mientras perecen miles de pequeños negocios que subsistían gracias a la economía de cercanías, nos permite
intuir la secreta naturaleza de esta ‘reconstrucción’ que tanto cacarean. Sólo nos resta el consuelo de saber que esta Babilonia siniestra que están construyendo, con cáscara de falsa
justicia social y meollo de sumisión plutocrática, acabará desplomándose tarde o temprano.
© XLSemanal
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