jueves, 9 de julio de 2020

Por cultivar la desconfianza, el gobierno paga más deuda

Por Marcos Novaro
Las tesis con que se vino manejando el gobierno de AF en varios terrenos sensibles han demostrado ser equivocadas. Pero lejos de revisarlas, insiste en ellas, sube la apuesta. No es precisamente lo que haría un pragmático, ni un moderado.

En varios campos a la vez, indiferente a las dificultades que enfrenta y a sus propias debilidades, está jugando el juego de la desconfianza: mantener a los demás en la incertidumbre respecto a qué va a hacer, o hasta dónde va a querer avanzar. 

Pero en vez de poner a sus contrincantes a la defensiva, los empuja a unirse en contra suyo, y queda entonces más débil de lo que empezó, y con poco o ningún rédito que mostrar.

Esto es particularmente visible en el caso de la reestructuración de la deuda, que se acerca finalmente a un cierre, aunque es probable que, a uno parcial, y es seguro que a uno bastante más caro y tardío que el que se hubiera conseguido de haber apostado desde el principio por construir confianza con los acreedores.

En eso, influyeron, además de su errada estrategia, sus convicciones, las del equipo escogido y las de su coalición, inclinadas a pensar lo peor del sistema financiero y útiles para justificar que las cosas salgan mal en el trato con él: “vieron que son unos desalmados que quieren chuparnos la sangre hasta dejarnos secos, no se puede convivir con esta gente, ¡cambiemos el capitalismo! Y hasta que él no cambie, nos irá mal, pero porque somos dignos y nobles, no porque seamos malos gobernantes”.

Veamos cómo fue que se desenvolvió esta historia, hasta llegar al momento en que el gobierno confirmó lo que ya sabía, y nos condenó a pagar mucho más de lo necesario por validar sus creencias y disimular sus errores.

Alberto Fernández dijo al iniciar su mandato que, después de arreglar la deuda, daría a conocer el plan económico. Pero sin plan, resultó difícil, y mucho más caro de lo esperado, convencer a los acreedores que el país podría pagarles más tarde lo que no podía pagarles ahora.

“Si aceptamos más carga de deuda que la de la primera propuesta la economía no será sustentable, y entonces no podremos pagar nada”, advirtió Martín Guzmán en marzo, tras varios meses de hacer cuentas en el más absoluto secreto, como si el asunto fuera a resolverse con una fórmula de laboratorio.

Pero como nadie creyó que la primera fuera su última oferta, ni que el país no pudiera pagar nada de nada por cuatro años, muy pocos bonistas aceptaron. Ahora, terminan acordando en algo que dijeron era insustentable. Y es probable que sólo lo hagan con algunos bonistas. Con lo cual, tras firmar, seguirán sin generar confianza y habrá que pagar más por tomar nueva deuda. Con lo cual nadie sabrá cuánto deberá pagar el país al fin de cuentas, y efectivamente nuestra deuda, la vieja y la nueva, habrá vuelto a ser “insustentable”. El círculo se habrá cerrado, y Guzmán podrá explicárselo muy satisfecho de sí mismo a alumnos incautos de Columbia University.

Es cierto que, si se hubieran mostrado más amistosos con los mercados, como pareció era la intención del presidente antes de asumir, cuando coqueteaba con nombrar en Economía a Guillermo Nielsen, Martín Redrado o Roberto Lavagna, iban a tener un problema serio de confianza en el frente interno: AF corría el riesgo de aparecer a ojos del kirchnerismo como un traidor, un continuador del macrismo. El problema es que al hacer jueguito para la tribuna con los bonistas todos estos meses perdió la ocasión de hacer un acuerdo amplio y rápido, y entonces no pudo hasta aquí, ni va a poder todavía por un tiempo, endeudarse a tasas bajas, y lo único que le queda es seguir emitiendo. Con lo que va a tener igual problemas en el frente interno, y van a seguir o se van a agravar los que tiene en el externo.

Los pronósticos en que asentó su estrategia dura de negociación, la que adoptó al designar a Guzmán, fallaron redondamente en el ínterin: en marzo y abril se decía en los círculos oficiales más o menos lo mismo que decía Joseph Stiglitz, que se iban a multiplicar los defaults, así que los bonistas iban a estar felices si se les ofrecían migajas. Hoy, está claro que eso fue una fantasía: nadie cayó en default, algunos países renegociaron y están ya cerrando acuerdos amistosos, y los más se siguieron endeudando a tasas bajísimas. Si sobraban y siguen sobrando los capitales, ¿para qué cornos iban a defaultear?

El caso más parecido en la región al argentino es el de Ecuador, que postergó pagos y ya arregló con todos sus acreedores amistosamente. Con varios años de gracia, quitas de capital y un recorte global de unos 17.000 millones, proporcionalmente bastante más que los 30.0000 que dicen lograría Guzmán, en un acuerdo parcial que puede seguir sometiendo al país a juicios. Ecuador puede desde ahora volver a endeudarse a tasas muy bajas, la Argentina seguirá esperando y vaya a saber a qué tasa se podrá endeudar el año próximo.

Son los costos de jugar a la desconfianza y encima hacerlo mal, sin recursos para enfrentar la situación cuando los contrincantes suben la apuesta. Y es el precio que se paga cuando se atienden varios frentes a la vez, el interno, el externo, el del FMI, el de los acreedores, y todo con el solo consejo de un académico con escaso olfato.

Eso sí, nuestro presidente sigue dando cátedra, y se propone para reformar el mundo y sus alrededores, de la mano de héroes imaginarios como Lula, Chávez y Néstor, contra los endemoniados mercados: lo acaba de ratificar en el encuentro anual de ACDE.

Dijo allí que los mercados financieros son la parte “innoble” y “ficticia”, en suma, “lo peor del capitalismo”, ignorando que ellos son los que están permitiendo que gobiernos y empresas se recuperen más rápido en todo el mundo, mientras la Argentina y sus empresas miran de lejos, y enfrentan la crisis con el solo instrumento de la emisión monetaria. Dio por supuesto que eso que él propone “es lo que el mundo va a debatir en el futuro”, cuando los problemas de desconfianza que padecemos hasta la mayoría de los países latinoamericanos los han superado ya hace tiempo, mientras nosotros seguimos destruyendo todas las instituciones económicas que hacen posible el crédito y la estabilidad. Y agregó, en su defensa, que el Estado se está quedando con empresas en muchos lugares de Europa, así que nadie debería escandalizarse si él intenta hacer lo mismo acá; citando entre otros el caso de Luftansa, y desconociendo que fue esa empresa la que solicitó al gobierno alemán que comprara parte de sus acciones, dentro de un plan de recuperación consensuado que prevé la venta de esas acciones apenas la situación se normalice, y bloquea cualquier intervención gubernamental en el manejo de la compañía.

Para concluir este raid de despropósitos, repitió el mantra con que el kirchnerismo ya fracasó en enfrentar la crisis de 2009: “todos los gobiernos se están encerrando en sus economías, en dejar de depender del resto del mundo y enfocarse en el consumo interno” sentenció. Con un juicio idéntico diez años atrás, los Kirchner nos condenaron al estancamiento del que aún no salimos. Contra lo que ellos pensaron, la crisis financiera internacional quedó atrás y la globalización siguió adelante. Los países con mejor desempeño siguieron siendo los que más activamente se integraron a ella. Mientras la Argentina cerraba las importaciones, desalentaba las exportaciones, estiraba inútilmente el juicio con los holdouts y se dedicaba a “vivir con lo nuestro”. ¿Es que Alberto es incapaz de aprender de la experiencia? ¿En serio su “plan” consiste en la genialidad de prolongar nuestra incapacidad para crecer durante los diez años que sigan al fenomenal derrumbe al que su terapia sanitaria nos condenó este año?

Como si todo esto no bastara para alarmarse, sucede algo parecido con el modo en que el gobierno actúa en otros terrenos, como la Justicia y la misma pandemia. Dado que desde el Ejecutivo no hicieron nada para aclarar en qué consistía su plan para reformar la Justicia Federal, ni lo hicieron avanzar, lo que quedó a la luz en estos meses es el plan K de usar la Justicia, así como la AFI, la Procuraduría del Tesoro, la UIF y todos los demás organismos bajo su control, contra sus adversarios políticos y para borrar del mapa las causas de corrupción. Con lo cual ahora, el gobierno en su conjunto carga con sospechas de complicidad hasta por las cosas que no hace, como quedó bien a la vista en el caso Gutiérrez.

Mientras tanto, y como confiaron demasiado en la cuarentena, no se prepararon para la flexibilización. Ya la intentaron sin mucho éxito en junio, justo cuando subían los contagios, y hubo que volver atrás. ¿Se repetirá la historia el 18 de julio, se volverá a abrir sin testeos ni rastreos suficientes y con perspectivas de que el virus siga extendiéndose? Sin plan de salida, más empresarios optarán por cerrar sus puertas: mejor no arriesgar demasiado y desensillar hasta que aclare.

El gobierno de AF se debate entre presiones múltiples, en los diversos frentes que tiene abiertos, que está claro son demasiados. Podría resetearse para iniciar una nueva etapa, una vez que la pandemia quede atrás. Y podría todavía estar a tiempo de lograr una, aunque sea tibia recuperación económica el año próximo, para encarar con chances la elección de medio término. La memoria de la sociedad suele ser de corto alcance, y la atención sobre las perspectivas suele ser aún más miope: basta que en lo inmediato la economía se mueva un poco para que muchos votantes pongan un granito de esperanza en las autoridades. Tal vez con eso alcance para que AF no pierda la esperanza. Es difícil decir que lo sea para el país.

© TN

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