Por Isabel Coixet |
El último que he firmado, y me he jurado que va a ser el último pero de verdad, era para la conservación de la cultura europea. Vamos a ver, me dije: ¿cómo te vas a negar a firmar eso?, ¿qué pasa?, ¿que estás a favor de destruir la cultura europea? Pero adhiriéndome a él tuve la sensación de que eran un puñado de buenas y juiciosas palabras pidiendo cosas en las que realmente creo que iban a ser descartadas y desoídas en el mismo momento en que éste se publicara.
Creo honestamente que esta proliferación de manifiestos hace un flaco favor a las causas a las que intentan servir: yo creo que la gente ya lee un titular encabezado por cosas
como «prestigiosos artistas/ pensadores/intelectuales/actores… firman un manifiesto para pedir…» y el bostezo se puede oír hasta en Madagascar y más allá. Me encantaría equivocarme,
pero no es eso lo que percibo. Hay una necesidad salvaje de posicionarse, de opinar, de condenar a los que no piensan como tú, de no distinguir entre respetar una cosa y decir simplemente que no te gusta, que son cosas
perfectamente compatibles. Yo confieso que le tengo una manía injustificable al color marrón, al bacalao, a las acelgas y a la voz de Bono. Pero eso no me da derecho a condenar a los que les gustan las acelgas,
Bono, el marrón y el bacalao. Ni me da derecho tampoco a construir una teoría cuyo enunciado insista en que Bono, las acelgas, el bacalao y el color marrón son perjudiciales para la salud de la humanidad
y deberían ser abolidos de la faz de la Tierra. Simplemente, les tengo manía y ya. Cada vez más a menudo veo que las manías personales, que todos, hasta el más zen, tenemos, están
en la base de muchos discursos. Y a partir de ahí se construyen teorías presuntamente académicas. Prefiero mil veces el «no me gusta» a vacuos párrafos enteros que intentan respaldar
el «no me gusta» con palabrería obtusa.
Vamos a hachazo limpio contra cualquier intento de matizar las cosas, los argumentos. Y la existencia, sin matices, sin claroscuros, sin grises, sin ser poliédrica es muy difícil
de definir y de vivir. Tenemos, en numerosas ocasiones, sensaciones, opiniones, ideas contradictorias que se simultanean en el cerebro. Todos los intentos de resumir esas ideas, de reducirlas a un sí o un no, acaban
irremediablemente en la confrontación y en un callejón sin salida.
Yo estaría dispuesta a comer acelgas con bacalao, vestida de marrón y escuchando a Bono si mi acción fuera a servir para tender algún puente hacia aquellos
que piensan exactamente lo opuesto a mí. Pero sé bien que me lo puedo ahorrar. A los que están en el «o conmigo o contra mí» lo único que les interesa es encontrar paredones diáfanos
para fusilar a gente como yo.
© XLSemanal
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