Por Almudena Grandes |
Estoy segura de que la mayoría de ustedes podrían firmar esta frase al hacer balance del invierno roto y la primavera robada que hemos compartido. Estamos viviendo un año
tan raro que ni siquiera el cansancio del mes de julio se parece al de otros años, aunque todos estemos agotados.
Supongo que, para algunos y casi todos los niños, el confinamiento se pareció al principio a unas vacaciones, pero ese benéfico espejismo se disipó enseguida.
La incertidumbre, el miedo, el aislamiento, la extrañeza del silencio, las calles desiertas, la arriesgada aventura de ir a la compra fueron minando nuestro ánimo poco a poco hasta dejarlo tan fino, tan delgado
como un papel de fumar. Parecía que no se iba a acabar nunca y, cuando se acabó, la normalidad fue más rara que nueva, aunque nos fue devolviendo alegrías del pasado con cuentagotas. Para mí,
el primer día que mis hijos vinieron a comer a casa fue como ganar una guerra; la primera noche que cené con mis amigos en una terraza, una experiencia maravillosa. Pero, más allá de la alegría,
recordaré siempre la confusión, los brazos que se quedaban a medio camino, las cabezas que se acercaban hasta que los labios recordaban que aún no podían besar, la impotencia de los cuerpos cercenados
para expresar cosas que no podían decirse con palabras. Lo que había significado todo en los tiempos del confinamiento se quedó de repente en demasiado poco, y ya no me dolía, porque mis personas
queridas estaban delante de mí, porque las estaba viendo, porque hablaba con ellas y las escuchaba reír, pero no podía tocarlas, y los dedos me escocían como si se estuvieran quemando. Por eso,
desde que volví a salir a la calle, me di cuenta de que iba a necesitar mucho este verano.
Necesitamos el verano, cambiar de aires, de paisajes, desconectar literalmente del escenario de nuestro encierro. Sólo llevo tres días en la playa y ya lo estoy notando.
Sabía que mis amigos gaditanos son una fuente permanente de felicidad para mí, pero nunca se me había ocurrido calcular cuánto, y cuánto, y cuánto me alegraría de verlos. Mi
playa, en días laborables, está igual que siempre, con su almadraba, sus mareas que suben y bajan, sus pescadores, sus nudistas, sus pasarelas, sus chiringuitos y sus grupos de amigas comiendo pipas. No le pido
más. Su belleza absoluta es inmune a todos los virus, un regalo de la suerte, gratuito, incomparable. Por si me faltaba algo, mis pescaderas de la Cooperativa del muelle no me han dejado hoy comprar almendritas —te
las llevas otro día, mejor—, pero me han reconocido con mascarilla y gafas de sol, y me he emocionado un poco y todo. Porque estoy aquí. A cada rato me paro a pensar que estoy aquí, entre las dunas
y los pinos, bajo la luz deslumbrante de este cielo. Me perdí el Carnaval. Me perdí la Semana Santa. Me perdí la Feria de Mayo. Pero este verano no me lo quita nadie.
Mis vacaciones interrumpirán durante algunas semanas mi cita con ustedes. No voy a dedicarme a la pereza, no crean, más bien a todo lo contrario. Le debo a la covid-19
el regalo de un verano entero para escribir, mi plan favorito entre todos los que existen e, incluso, entre los que puedo imaginar. Pero además tengo que hacer muchas cosas. Dormir, comer cañaíllas, hartarme
de atún, beber vino oloroso y palo cortado, llegar a aburrirme de mirar mi jardín, recuperar el ritmo de las caminatas playeras, ver cómo se pone el sol sobre el Atlántico, descansar para llegar
bien entrenada a la maratón de agosto, cuando lleguen todos los amigos que hoy faltan, y desaparezcan del calendario las noches sin plan, y vuelvan a insultarme a coro a las dos de la madrugada, cuando anuncie que me
voy a la cama para poder levantarme pronto y trabajar al día siguiente. Ese va a ser mi verano y no conozco otro mejor.
Disfruten del suyo. Descansen, duerman mucho y no regateen con los placeres. Que quienes cobren el mismo sueldo que antes se gasten con alegría lo que han ahorrado a la fuerza.
Lo hemos pasado mal, y este verano nos merecemos cualquier cosa, por pequeña que parezca, que nos haga felices.
A eso pienso dedicarme yo, eso les deseo a todos ustedes.
Felices vacaciones.
©El País Semanal
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