Por Guillermo Piro |
Hasta hoy los historiadores no consiguieron averiguar con precisión de dónde deriva esa tradición. Una teoría bastante aceptada considera que proviene de
la Antigua Grecia. Las velitas se usaban para celebrar a Artemisa, hermana gemela de Apolo y diosa protectora de la caza, conocida en la mitología romana como Diana. Algunos fieles llevaban velas y dulces dedicados
a la diosa, pero aún no existen pruebas contundentes para sostener que hubiese un lazo entre las velas, las tortas y las fiestas, o que explique la tradición de soplar a las primeras dispuestas estratégicamente
sobre las segundas.
Otras teorías remiten la tradición a los ritos paganos, en los que el fuego solía ser un elemento central. En muchas culturas se pensaba que los espíritus
malignos visitaban a las personas el día de su cumpleaños, y para que se fueran era necesario evitar la oscuridad encendiendo fuego y velas.
Para tener información confiable hay que avanzar hasta el siglo XVIII. En Alemania se había consolidado la tradición de las Kinderfest, o sea de las fiestas de cumpleaños
para los niños, en las que se ofrecía torta y se encendían velas. Entre los testimonios más citados sobre esta tradición se encuentra la fiesta de cumpleaños organizada en 1746 por
el conde Nicolaus Ludwig von Zinzendorf. Una de las crónicas de la fiesta ofrece una descripción inequívoca: “Había una torta de gran tamaño, y en ella se habían practicado agujeros,
tantos como los años del festejado, cada uno de los cuales hospedaba una vela”. Hay testimonios de la misma tradición en Suiza en el siglo XIX.
Muchos se preguntan hasta qué punto es conveniente rociar con el aliento y la saliva (droplet) toda una torta que luego será consumida por muchas personas. Una investigación
realizada en los Estados Unidos en 2017 reveló que cuando se apagan las velas la parte superficial de la torta hace que las bacterias presentes en las vías aéreas superiores del festejado, expulsadas a
gran velocidad desde los pulmones, aumenten en un 1.400 por ciento, cantidad enorme si se compara con las de una torta sobre la que nadie sopló encima.
Dice Caitlin Gibson en el Washington Post que en estos meses de pandemia muchos se ocuparon de modificar la tradición, renunciando a soplar las velitas. Algunos optaron por una
sola vela, que se puede apagar moviendo la mano, o agitando un plato de papel sobre la torta y clavando las velas en agujeros, de modo que la torta no sea expuesta al droplet y a las gotitas de saliva cuando son apagadas.
Otros usaron otros sistemas más complejos, como secadores de pelo, peras de succión usadas en sentido inverso, abanicos o ventiladores.
De cualquier modo, soplar las velitas no parece en estos tiempos una buena idea, no tanto por la contaminación de la torta en sí, sino por el riesgo de contagiar a los
otros participantes de la fiesta organizada en un lugar cerrado o sin mantener la distancia social correspondiente.
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