Por Nicolás Lucca
El presidente de la Cámara de Diputados presenta un proyecto para penar el vandalismo rural contra los silobolsas y nadie le recuerda que hay –de mínima– cinco
artículos del Código Penal para que aquel juez o fiscal que tenga ganas de justificar su salario pueda hacer algo.
El ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires le roba el radio a un oficial superior de una fuerza que no controla y no pasa nada. Nada. Un robo y atentado a la autoridad
policial televisado en vivo y en vez de verlo con los ganchos puestos, el ex médico clínico del Ejército termina en un estudio hablando de calibres de municiones con un desconocimiento en la materia que
asusta. Se ve que de chiquito siempre quiso ser policía y se le dio por la medicina, pero ningún colega se pregunta ni le pregunta por qué cometió un delito en vivo.
Este mismísimo domingo se difunde que en el conurbano bonaerense están al 75% de reventar el sistema de camas de terapia intensiva. Hace una semana la directora pediátrica
del hospital Paroissienne –el más grande de La Matanza- me dijo que ellos ya estaban al 100%. Le pregunté si era normal, me respondió que el año pasado a esta misma altura también estaban
al 100%, por lo que, intrigado, le pregunto cuántas camas de terapia intensiva tenían antes de la pandemia. Siete. Siete putas camas. Todos los años siete camas de terapia intensiva en el principal hospital
del distrito más populoso del conurbano bonaerense y nunca jamás fue noticia.
Cristina dijo que La Matanza tenía la misma cantidad de habitantes que la Ciudad de Buenos Aires y es probable que así sea, aunque el censo que iba a llevarse a cabo este
año no exista para poder corroborarlo. Pero La Matanza tenía poco más de un millón en el censo de 2001. Si casi triplicó su tamaño en menos de veinte años cuando el resto del
país no lo hizo, debería hacernos recapacitar sobre varias cosas.
Primero, qué es lo que hicieron con sus economías las provincias de donde vino toda esa gente. No son inmigrantes extranjeros, son argentinos que rajaron de lugares donde
la reprimarización de la economía que a nadie le importó durante décadas hizo que sólo existan dos salidas laborales: la mina o el Estado; el campo o el Estado; la zafra o el Estado. ¿A
dónde van a ir a buscar oportunidades?
Segundo: es lindo saber que Cristina sí conocía que el desplazamiento demográfico hacia el conurbano era casi un éxodo. Es lindo saberlo y notar que no le
importó nada la infraestructura, porque las necesidades de hospitales, comisarías, escuelas, cloacas y agua corriente no son las mismas para setecientas mil personas que para un millón o dos millones y
medio.
Ahí está el resultado. Siete putas camas de terapia intensiva desde hace décadas. Y a nadie le importa.
Tampoco es que fuera necesario ese dato para alarmar a nadie: las noticias sobre lo que es el país son una mierda desde que tengo memoria y a nadie pareciera importarle. A nadie.
Y hablo de mis colegas, también, ya que estamos debatiendo el rol de los medios nuevamente entre nosotros de puro jodones que somos.
La pandemia del Covid-19 sólo vino a demostrarnos que somos un país de mierda. Y eso que tenemos que agradecer que fuimos bendecidos por la geografía. ¿Se imaginan
si nos tocara una temporada de huracanes todos los años? Pelotudos hay en todas partes del mundo, pero no son muchos los lugares donde los estúpidos no sean contenidos por las instituciones. Acá se ve
que somos mayoría o que, directamente, no nos importa nada, como buen país de mierda.
Cárceles de hace un siglo y medio, colapso de todos los sistemas institucionales, falta de recursos sanitarios, falta de preparación en todas las áreas, faltas de
tests al personal médico, ya ni pensemos en el personal policial, corrupción, ausencia de valores, carencia total de empatía por el dolor del otro y funcionarios que no están a la altura de lo que
ocurre.
Una Corte Suprema que no se reune hace cuatro meses porque sus miembros tienen miedo de contagiarse es una muestra de que acá a nadie le importa nada y por eso somos un país
de mierda. Mejor ni hablar del Congreso. Y, por si nadie se dio cuenta, hay unos veinte ministerios con los que cuenta el Poder Ejecutivo que todavía estamos esperando a que nos muestren algo.
Sí, veinte ministros y un Jefe de Gabinete para que les conozcamos la voz a tres o cuatro. Paremos a cualquiera por la calle y preguntémosle si sabe quiénes son
Roberto Salvarezza o Elizabeth Gómez Alcorta. O preguntemos si conocen a algunos de los 109 secretarios, 218 subsecretarios y más de dos mil Directores y Coordinadores. Y frenemos ahí: no hace falta ser
tan sádico para mostrar los recibos de sueldos y multiplicarlos por la cifra.
¿Qué están haciendo durante estos tres meses? Probablemente se encuentren trabajando y con muy poca prensa, ya que siempre me gustó pensar bien. ¿Dónde
podemos verlo? ¿Dónde están? Espero que le metan garra ya que, ante tanta ausencia, terminamos exponiendo a Fabiola en situaciones de las que no tenemos la más mínima idea de por qué
cazzo está ahí.
La lógica no es mandarlos al muere, pero si los médicos laburan, si los policías laburan, si los enfermeros laburan, si los bomberos laburan, si todos ellos corren
riesgo de cagarse muriendo y lo hacen igual, lo mínimo –mínimo– que podríamos esperar es que las máximas autoridades de las instituciones del país estén a la altura de
las circunstancias. Y si tienen miedo, que den un paso al costado y le dejen el lugar a alguien que no pregunte si el rival es débil antes de salir a la cancha. En definitiva, no están haciendo ninguna tarea
altruista aunque se hayan creído el verso.
Un juez federal mete en cana a los mismos espías que mandaba a laburar, luego mete en cana a veinte personas más, convoca como víctimas a kirchneristas, macristas
y periodistas, y resulta que buscaba más su propia salvación investigando un espionaje ilegal. A nadie, absolutamente a nadie, le importó que se tratara del mismo Juez al que se le “escaparon”
los audios de las pinchaduras al teléfono de Eduardo Valdéz en la ya olvidada Operación Puf. Nada nuevo bajo el mundo de los jueces megalómanos: yo contaba con doce años cuando Oyarbide investigaba
causas de prostitución luego de haber sido filmado en un prostíbulo.
Lo interesante de Lomas de Zamora es que el juez fue apartado y el juzgado que debería reemplazarlo está vacante porque su titular falleció hace años y nadie
lo reemplazó. Y a nadie le importó. El juez que firma habitualmente en el otro juzgado federal criminal de Lomas es el juez al que apartaron. Y por eso hoy la causa está a cargo de un juez que sabe de
derecho penal lo mismo que cualquiera que haya cursado la materia en la facultad de derecho, pero que se especializó en Civil, Comercial, Contencioso y Administrativo. Y a nadie le importa ni le importará si
está a la altura de las circunstancias que requiere esta investigación. Porque somos un país de mierda, básicamente.
Un imputado colaborador desaparece un viernes y es hallado muerto unas horas después. Twitter Argentina y el periodismo vernáculo nuevamente demostraron que somos capaces
de resolver un crimen en veinte minutos y hasta sentenciar a los culpables. Lamentablemente, la mitad resolvió que hubo una causa y unos culpables, y la otra mitad resolvió exactamente lo contrario.
Al menos esta vez no hubo nadie que sostenga que el ex secretario de Néstor y Cristina se suicidó, pero enseguida jugaron la carta del crimen pasional. Estamos hablando
de una víctima que se hizo millonario en dólares con la industria más lucrativa del período 2003-2015: pasar cerca de los Kirchner. No importa si eras cajero de un banco, jardinero o secretario,
si pasabas cerca de la familia, magia: millonario.
El hombre incriminó a su ex jefa ante un juez, dos fiscales y un puñado de abogados, se vio beneficiado por colaborar con la causa no yendo preso y estaba esperando el
juicio. No era un testigo, como repitieron hasta quedarse sin saliva: estaba imputado. Y tampoco pidió someterse al sistema de protección. Sin embargo eso no quita lo obvio: ¿es necesario pedir un sistema
de protección? Ponele que el tipo quería algo de privacidad, okey: ¿es necesario un sistema especial de protección en una ciudad donde todos se conocen con todos?
Yo, si soy un tipo que vengo a poner a la Argentina de pie, si vengo a revolucionar las instituciones, si vengo a reformar a la Justicia para que sea justa, para que no haya más
arbitrariedades y sostengo que las investigaciones por corrupción son capciosas, lo primero que hago es tener a todos sus protagonistas envueltos en algodón, adentro de una cajita de cristal rodeados de policías
y perros con hambre. Ahora, si todo me da lo mismo, ahí estamos de vuelta en el día de la Marmota, con otra muerte sospechosa de alguien que abrió la boca contra el Poder. La Argentina, el país
que nunca resuelve nada. Un país de mierda.
Insisto con la pregunta de si era necesario que el tipo se acogiera al sistema de protección para que no lo caguen matando, sea por un televisor, sea por buchón, sea por
puto, sea por venganza. Y la insistencia va hacia lo más básico y voy a tratar de ser lo más claro posible: la pobreza no detiene su crecimiento, los funcionarios de Seguridad ya están abriendo
los paraguas, la delincuencia –la común, no la de los políticos– comienza a bullir, las empresas quiebran, los comercios cierran, el desempleo aumenta, la recesión se profundiza. ¿De qué
nos vamos a disfrazar cuando nos aseguremos de que nadie se animará a superar nuestro récord mundial de cuarentena? Cuando nos levanten la domiciliaria, ¿cómo nos vamos a cuidar? ¿Quién
nos va a cuidar?
Ayer Juan Grabois dijo que “si la política no interviene, se viene un fuerte aumento de la criminalidad y un proceso de toma de tierras”. Y ningún fiscal lo
llamó para preguntarle qué sabe él que no sepamos nosotros respecto de la toma de tierras.
Y lo bien que hacen los fiscales si, total, acá a nadie le importa. Porque somos un país de mierda.
Pero eso sí: con buena gente.
© Relato del Presente
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