Por Carmen Posadas |
Me refiero al ‘rodilla en tierra’ que gente de la calle, personas de renombre y, lo que es más
importante y significativo, también policías y militares han adoptado en los Estados Unidos para demostrar que no quieren participar en la polarización social que puede producirse tras la muerte de George
Floyd en Minneapolis.
Y me parece relevante, no solo porque lo ocurrido con este ciudadano es monstruoso, sino porque le arruina el discurso a un gobernante que ha hecho de la confrontación y del
«divide y vencerás» sus armas de destrucción masiva. Su caso sería baladí (al fin y al cabo, el mundo y la historia están llenos de sátrapas que han utilizado idéntica
estrategia) si no fuera porque ese gobernante, Donald Trump, es el presidente de los Estados Unidos, con todo lo que eso representa de pésimo ejemplo, que ya ha empezado a crear escuela. El agitar las peores pasiones
de la ciudadanía, el fomentar espirales de odio y el señalar culpables de todos los males que nos acucian son tácticas conocidamente eficaces; no hay más que ver el buen resultado que le dieron
a Hitler, sin ir más lejos.
También sirven para tapar errores y desviar la atención, porque un chivo expiatorio es un aliado, y un supuesto enemigo a abatir es en realidad el mejor amigo que pueda
tener un mal gobernante. Que me desmientan si no Chávez, Maduro, los hermanos Castro o la señora Kirchner. Todos ellos saben que la gente es manipulable y que un mundo bipolar de buenos y malos es más
sencillo de manejar y, por tanto, de someter.
Esa es la razón por la que me ha emocionado tanto el gesto de rodilla en tierra. Arrodillarse ante alguien está considerado un acto de sumisión, pero lo interesante es que, en este caso, significa lo contrario. En 2017 el mariscal de campo del fútbol americano Colin Kaepernick creó gran polémica al hincar una rodilla en tierra mientras sonaba el himno nacional. Según explicó, se trataba
de un modo pacífico de demostrar su descontento por la forma en que, en un país libre, se trataba a las personas de color. «¡Saquen a ese hijo de puta de la cancha ahora mismo, está despedido!»
fue el más que previsible comentario de Donald Trump cuando se enteró. El gesto, sin embargo, hizo fortuna entre deportistas y ahora lo han hecho suyo los policías y militares encargados de controlar las
protestas generadas por la muerte de Floyd. Dice Noah Yuval Harari, autor de Sapiens –para mí, uno de los pensadores más lúcidos del momento–, que uno de los efectos secundarios de la
pandemia será reforzar los tics autárquicos y divisionarios de algunos malos gobernantes. Pero dice también que, en manos de la sociedad civil, está el no caer en la provocación. Por eso
me gusta el gesto de hincar la rodilla. Por lo que implica de pacífica rebeldía frente a espirales de odio más o menos toleradas o incluso auspiciadas desde arriba.
En los Estados Unidos, Trump está actuando de bombero pirómano con el tema racial, pero aquí, en España, otros bomberos igualmente irresponsables juegan
con líquidos tan inflamables como la lucha de clases, el independentismo o incluso sacando a pasear al espantajo del guerracivilismo. Me da la impresión de que, ahora más que nunca, la pelota de la sensatez
está en el tejado de los ciudadanos. De nosotros depende no permitir que nos lleven por ninguno de estos despeñaderos que solo sirven para que ellos, los políticos de uno y otro signo, puedan conservar
su escaño, y su absurda parcelita de influencia, ganada, en buena medida, agitando el avispero y creando entre nosotros diferencias y divergencias que no están en la sociedad, solo en sus intereses personales.
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