Por Roberto García |
Mucho menos les debe preocupar la soberanía alimentaria: al tomar la decisión ni siquiera notificaron a Basterra, a cargo presunto del Ministerio de Agricultura. Demasiados
olvidos y excusas menores, como esto es “pragmático” y “no dogmático”, cuando en rigor parece privar el resentimiento contra Mauricio Macri, un objetivo doble, judicial, desde que trascendieron
las escuchas y filmaciones durante su administración y, en el caso Vicentin, los privilegios y créditos excepcionales que se le brindaron a la compañía por algo más que una influencia.
Cristina hasta cambió la prioridad: pasó a segundo plano su indignación con un empresario de la energía por otro cercano a Macri, poco conocido: Vicentin,
o Nardelli. Hizo sacar el propósito de intervención y expropiación envuelto en la bandera celeste y blanca, épico, nacional y popular, y con una consigna que se apaña en la doctrina que el
Grupo Clarín impuso como ley luego de un formidable lobby en el Congreso en otros tiempos: impedir que una empresa extranjera adquiera una local en problemas, dedicada entre otros menesteres al comercio de granos. Se
justifica en que debe protegerse la comida de los argentinos, garantizarles una dieta rica en aceites, como se los protege con la lectura de diarios o programas televisivos en manos foráneas. Paradójicamente,
el numen jurídico de Cristina ha sido el contador Magnetto, aunque su mentor impositivo ha sido un hábil tributarista y aduanero que integró su gobierno, a quien Néstor Kirchner catapultó
desde el sur. Factor hoy decisivo para el insomnio de Macri y González Fraga, ex titular del Banco Nación, dador de los recursos voladores.
Pero la iniciativa de la vicepresidenta se perforó en la calle más que un queso gruyere, pese a que la añosa y deudora compañía –amiga de varios
gobiernos aunque en tiempos del ingeniero boquense casi podía ingresar al capítulo de sus “hermanos del alma”– en 90 años de historia tuvo diversos traspiés, uno memorable hace
décadas: el gobierno santafesino debió auxiliarla para pagar sueldos, pero un precavido ministro de entonces exigió una condición para el subsidio: los salarios se cobraban en la ventanilla oficial,
no se le entregaba el volumen de la nómina a la compañía. Una muestra de confianza, claro, para que ningún billete se cayera durante el delivery.
Cuesta entender la premura por la cual Alberto acompañó el amateurismo de confundir un concurso con una quiebra, se puso a la cola de la dama aunque hiciera el anuncio
personal como si fuera propio cuando bastaba con la declaración de un funcionario y quedó en un rol secundario cuando una de las discípulas más preciadas de Cristina, la senadora mendocina Sagasti,
dijo que agradecía la adhesión del Ejecutivo para el proyecto impulsado por CFK. Por si fuera poco, el mismo Presidente juró que ni siquiera su jefe de Gabinete había sido advertido de la determinación
oficial (apenas Kulfas, siempre invitado al final del banquete, cuando solo quedan restos) para mostrar al mundo que el ukase intervencionista y expropiatorio provenía exclusivamente de su imaginación confiscatoria,
de la cual no hay mucha memoria. Hay más de una biblioteca en psicología para explicar este tipo de actitudes encubiertas.
Ni doble comando se advierte desde que hace más de un mes, cuando Cristina empezó a confesar que se iba a dedicar más a la política luego de sus complicaciones
judiciales y personales (Cuba, la hija enferma, los nietos). Hubo varios ejemplos de esa nueva actividad, con vetos como si dispusiera de un láser, aunque la anécdota principal es que se comunica con la Casa
Rosada con mucha más habitualidad y energía que en el pasado. Casi nunca despliega un elogio, y eso que milita cada tanto en las redes, las alabanzas públicas no están en su repertorio, menos para
Alberto, aun cuando a ella en la Presidencia siempre se la rodeaba con solicitadas y declaraciones favorables que sus adláteres les reclamaban a distintas organizaciones.
Pero ese regreso a la arena le deparó una sorpresa, falta de timing por lo menos, y el acto contra Vicentin despertó un cariz opositor impensable, quizás poco entendible
para una población que desconocía a la empresa. No era Aerolíneas ni YPF, no hubo solidaridad salvo los mensualizados. Por el contrario, hubo multitud de voces contrarias, marchas en el interior y el ruido
de las cacerolas incluyó, por ejemplo, a un colaborador como Roberto Lavagna, a quien tres días antes había convocado Fernández para que lo asista en la negociación de la deuda y, en la tertulia,
nada le comentaron de la iniciativa expropiatoria. Una afrenta para quien los aconsejaba sobre el tipo de índice a ofrecer a los acreedores para cerrar la propuesta que se presentó ayer. Tampoco apelaron a antecedentes
previos menos traumáticos, como la lucida intervención en tiempos de crisis de Horacio Liendo, que evitó el epílogo de otra gran compañía en problemas, como San Martín del Tabacal,
sin apelar a extremismos. Se trataba, de no quedarse con la caja.
Tuvo que retroceder Alberto, invitó al controvertido jefe familiar de los deudores, primero dijo que no pensaba en la expropiación (no se sabía si era a todo el
holding o la parte referida a las transacciones graníferas), y ahora parece que duda sobre esa misma expresión. Sobre todo desde que, comentan, Cristina insiste con ese proceso que deberá ingresar a una
etapa judicial en la que tendrán protagonismo el fiscal Pollicita y el juez Ercolini, a quienes Cristina detesta (por el caso Hotesur, entre otros). Aunque el magistrado fue ascendido por los Kirchner y a sugerencia
de Alberto, que lo tenía como compañero de cátedra. Hoy sería un juez a desplazar si el mandatario pudiese, cuestión que él mismo confesó en público. Más plazo
entonces para Vicentin, otras investigaciones por lavado, tal vez se politice lo judicial, casi un déjà vu de lo ocurrido en anteriores gobiernos. Siempre el mismo libreto o las mismas anomalías o delitos. Más la pretensión de otro déjà vu para recuperar la dieta o el conflicto entre el kirchnerismo y el campo, las imputaciones de que unos se la llevaron con pala contra otros que se escandalizan
porque el país copia a Venezuela. Habrá que ver quién saca ventaja de la tirantez entre Cristina y Alberto por más que ellos suponen que todos los ignoran. Las diversas confrontaciones no se contienen
ni para enfrentar juntos al virus, un castigo común. Hasta se hace creer que son enemigos los que habitan de un lado de la General Paz contra los que se encuentran enfrente. Discépolo no ha muerto.
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