Pandemia: personal de salud en una villa de Quilmes |
El peronismo kirchnerista se asoma al espejo de la pobreza urbana impactada por una pandemia. No tiene, como en el pasado, muchas posibilidades de descargar responsabilidades. Tampoco
puede predecir la dimensión del cataclismo que sus dirigentes anticipan con premeditado dramatismo.
El virus ataca al núcleo histórico del peronismo, el conurbano , y pone al descubierto su precariedad, la ausencia de recursos, el abandono y, a la vez, el control político
que pesa sobre millones de argentinos.
La mitad de los vecinos que viven en los conglomerados que rodean a la Capital Federal son pobres y el total de ese cordón metropolitano representa casi un tercio del total de
la población del país. No están en esa situación por elección, sino por la degradación del sistema productivo. También son pobres porque la educación y los servicios
básicos resultan, en forma creciente y acumulada, escasos y deficientes. Ahora que el coronavirus rodea a las 1600 villas de emergencia, las deficiencias en los servicios de salud son tan evidentes que el ministro del
área, Daniel Gollán, auguró "muertos en las calles" si no se mantiene el encierro que paraliza desde el final del verano a la zona más poblada de la Argentina.
Como un reflejo condicionado, el kirchnerismo, la versión más activa del peronismo, apunta hacia atrás y hacia el costado en su intento de encontrar al mismo culpable.
Acusa hacia el pasado y señala a María Eugenia Vidal por la fragilidad extrema del sistema sanitario. Se asoma a la ciudad de Buenos Aires y le asigna a Horacio Rodríguez Larreta el rol de difusor del
Covid-19.
Antes de la pandemia, para justificar la ayuda nacional a Buenos Aires, Cristina Kirchner había marcado ese camino cuando habló del abismo que separa a la Capital del conurbano.
Alberto Fernández retomó ese discurso luego de un llamativo como tardío descubrimiento. Dijo que gobierna un país desigual.
Lejos, en los inolvidables días del "vamos por todo", quedaron las celebraciones de la supuesta cultura villera como una obscena reivindicación del sometimiento.
A lo largo de su historia, el peronismo demostró varias veces que puede alterar la composición de su representación política para mantener el poder.
Ejemplo: con el quebranto de 2001, destruida su alianza con sectores medios que habían apoyado al menemismo, el kirchnerismo atrajo a los piqueteros que nucleaban a los expulsados
del sistema productivo. Si fue un invento peronista la convertibilidad, su estallido en manos de Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo les dio a Eduardo Duhalde y luego a Néstor y Cristina Kirchner la oportunidad
de presentarse como los salvadores de ese demonio al que habían apoyado con tanto empeño como el que luego utilizaron para negarlo.
La decadencia socioeconómica es tanta que los gremios de trabajadores se convirtieron en bolsones privilegiados que ya no forman el único núcleo de votantes tradicionales
del peronismo. A su vez, el crecimiento de la marginación supone una acentuación del clientelismo con el que el kirchnerismo mantuvo bajo control y en la miseria a millones de personas que carecen de educación
y, por lo tanto, de acceso a trabajos de calidad.
Si las inundaciones han sido una muestra ínfima de las intenciones clientelares de los dirigentes, el coronavirus tiene dimensiones catastróficamente mayores. En uno y
otro caso lo que siempre queda al descubierto es que el reparto que hace el peronismo en el conurbano es para someter a sus beneficiarios, nunca para sacarlos del lugar en el que están.
La imposibilidad de afrontar un contagio generalizado sin hospitales ni recursos humanos suficientes obligará al peronismo de Cristina y Axel Kicillof a la construcción
de una nueva épica.
Salvo por la remanida costumbre de poner las culpas fuera de la propia conciencia, el enemigo será esta vez más difícil de encontrar.
© La Nación
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