Por Claudio Jacquelin
La escena pasó inadvertida para la mayoría de los argentinos el jueves pasado, a pesar de su relevancia. La atención sobre los asuntos públicos estaba oligopolizada
por el coronavirus y la intervención/expropiación de Vicentin. Pero en el Senado, territorio donde ejerce su poder formal Cristina Kirchner, hubo una muestra gratis de la concepción del poder que tiene
el kirchnerismo y su plena vigencia.
La premisa sigue siendo que los límites, pero también los acuerdos y las promesas, no están para ser respetados, sino para romperlos si conviene y se tienen el poder,
la fuerza o los votos para hacerlo. Realismo político extremo. Maquiavelo en estado literal. Hace cuatro días el bloque oficialista de la Cámara alta, por decisión expresa de la vicepresidenta de
la Nación, violó el pacto sellado con la oposición para que durante el período de aislamiento obligatorio, que impide sesionar normalmente, solo se traten temas vinculados con la pandemia. La sesión
terminó con la sanción de dos leyes en ausencia de todos los opositores. Y con un nuevo escándalo. Confirmatorio de la nueva etapa en marcha. No debería sorprender. Fue la semana de la epifanía
kirchnerista.
La capacidad de imponer una norma por parte del jefe o de la jefa hace cesar el imperio de todo acuerdo o ley preexistente. De eso se trata el decisionismo. En apenas cuatro días,
Vicentin y el Senado consagraron el carácter decisionista del oficialismo. Y abrieron un surco por el que empiezan a correr otros proyectos que marcan la deriva del Gobierno seis meses después de asumir con la
promesa del consenso. El segundo semestre viene con todo. Otra vez.
En este contexto debe inscribirse la revisión del funcionamiento y de la integración de la Corte Suprema que Cristina Kirchner logró incluir en el proyecto de reforma
judicial . Exactamente 16 años después, Alberto Fernández y Gustavo Beliz vuelven a tropezar con la misma piedra en el mismo lugar.
La ampliación de la reforma judicial, que incluye a la cabeza de ese poder del Estado, solo viene a confirmar el sesgo que ha adoptado la gestión "reparadora"
de Fernández. Las fronteras de lo posible y lo decible vuelven a correrse. Cualquier parecido entre este "volvimos mejores" y aquella promesa institucionalista del kirchnerismo de 2007 que llevó a Cristina
Kirchner a la presidencia no parece mera coincidencia.
Ya lo dijo el exvicegobernador Gabriel Mariotto: "Si Alberto no hubiera sido moderado, no habríamos ganado", afirmó en una anticipatoria entrevista en la que
reclamaba el control del comercio exterior de granos. El axioma del "inmoderado" Mariotto podrá ocupar un lugar en las antologías de la política argentina junto a aquel famoso striptease moral
de Carlos Menem: "Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me habrían votado". La aprobación popular que oportunamente tuvo lo que después hizo sentó doctrina. Néstor Kirchner lo
perfeccionó con su "miren lo que hago y no lo que digo".
El círculo compuesto por Vicentin, ruptura de acuerdos políticos y reforma judicial tornan en irrelevante o puro ejercicio teórico la discusión sobre el carácter
bifronte del Gobierno. Por convicción, por conveniencia, por necesidad o por imposición, también las fronteras se han corrido y desdibujado en este plano. Fernández es Fernández. Y viceversa.
Hay una dimensión sí en la que el Presidente se diferencia de la vicepresidenta. Es en las formas. La moderación con la que llegó al gobierno es un atributo
de su personalidad. Una cualidad o un defecto, según quien la juzgue. Nada puede corroborarlo más que la adusta expresión y la austeridad simbólica con la que lanzó (de hecho) el plan de
soberanía alimentaria, cuyo primer capítulo habrá sido la expropiación de Vicentin. El kirchnerismo puro añoró la épica que le hubiera impuesto su jefa. El traspaso de votos
no incluyó ninguna cuota de histrionismo. Ese capital no se transmite ni se comparte. No hace falta. Los modos no impiden que todo avance en el sentido deseado por la líder del espacio. Y es ella desde el Senado,
pero, sobre todo, desde su recuperada, renovada y reforzada centralidad en la escena política, quien impone la épica, el dramatismo y el revanchismo o la reivindicación. Las personalidades histriónicas
son así. Nada que la medicina y la psicología no sepan, ni que la política no haya experimentado tantas veces.
El corto cinematográfico, en registro de road movie , con el que la vicepresidenta relató y subió a Instagram su "viaje" hasta el juzgado federal de Lomas
de Zamora para conocer los detalles del inaceptable espionaje que habría sufrido durante el gobierno anterior y presentarse como querellante la muestra en su mejor versión y momento.
La victimización es una de las expresiones características de las personalidades histriónicas y, según todas las evidencias indican, Macri, otra vez, le habría
dado a Cristina Kirchner la oportunidad de lucirla y de lucirse. No sería un logro menor en el torneo del abuso y la torpeza gubernamental después de haber liderado ella o haber sido parte central de un proyecto
que tuvo en el espionaje estatal y paraestatal un recurso clave para ejercer el poder: con el propósito de domesticar a opositores y acallar a periodistas críticos. A estos, además, se los asediaba con
escraches desde atriles oficiales o desde medios estatales y se los sometía a linchamientos populares virtuales, auspiciados desde el poder. No era necesario siquiera recurrir al ropaje del lawfare . Demasiada sofisticación
ociosa. Volvió a hacerlo.
El avance decisionista desató, como podía preverse, la reacción unánime de la oposición nucleada en Juntos por el Cambio. El instinto de supervivencia
obligó a deponer las muchas diferencias que anidan en el seno de una fuerza que debe pagar los costos de su fallida gestión, no solo en el plano económico. Tiempos difíciles para los cambiemitas.
La operación de acoso y derribo que el kirchnerismo lanzó sobre Macri y sus seguidores tiene, además del recurso de la maldita herencia, otro soporte y otro objetivo. Progresa la instalación de
un relato exculpatorio, que busca su correlato en los tribunales, sobre los que también el kirchnerismo avanza con prisa y sin pausa.
A la vicepresidenta no le basta con que la historia la absuelva, como interpretó que ya lo hizo cuando la fórmula presidencial que ella armó con el moderado Fernández
al frente fue la más votada. Aspira a que el Poder Judicial dicte su inocencia. Pero ya no se trata solo de la propia. También pretende extenderla a toda su gestión. La nueva andanada contra periodistas
y medios críticos u opositores (que no son lo mismo) tiene ese claro objetivo. Otra vez parece encontrar asistencia en dislates de la gestión macrista. La de víctimas y victimarios es otra frontera fáctica
que la narrativa difumina.
De todas maneras, no asoma allanado el camino para los planes del oficialismo. Las causas en las que está involucrada Cristina Kirchner tienen numerosas evidencias y pruebas acumuladas
a lo largo de investigaciones que atravesaron más de una instancia judicial. Más allá de la oportuna morosidad de algunos magistrados y de la feria judicial por la pandemia, en algún momento los
procesos deberán retomar su curso, en especial los que están en etapa de juicio oral.
Los debates repondrán algunas imágenes que ya se habían instalado en la opinión pública mucho antes de que el macrismo llegara al poder y que la vertiginosa
actualidad, junto a la narrativa cristinista, han logrado desdibujar o ponerlas en el plano ficcional. Trampas de la memoria que los avances oficialistas sobre la Justicia aspiran a reforzar. Por eso, el pronunciamiento estentóreo
y unánime de la oposición, lanzado la última semana, tuvo su eje en la denuncia sobre la existencia de un "plan de impunidad y de venganza contra quienes los llevaron al banquillo de los acusados".
Buenos motivos para evitar que se profundicen las divisiones. La flamante cohesión de los cambiemitas, que propició la ofensiva oficialista, será un desafío para los nuevos proyectos (y otros en
lista de espera) que deberán pasar por el Congreso. En sus 13 años en el poder nunca el kirchnerismo tuvo un frente opositor más unido que el que le muestra Juntos por el Cambio. Deberá redoblar
los esfuerzos. La expropiación de Vicentin, la reforma judicial y la designación del procurador general, cargo para el que propuso a Daniel Rafecas, necesitan más votos de los que ahora tiene asegurados,
tanto en Diputados como en el Senado.
Se vienen tiempos tumultuosos. Las discusiones sobre la supervivencia o el fin de la grieta también perdieron sentido. La realidad ya cayó en ella. El kirchnerismo volvió
a romper los límites, las promesas y los acuerdos. La hora de los consensos vuelve a postergarse.
© La Nación
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