Por Jorge Fernández Díaz |
A Borges le pareció una exigencia ridícula y se negó. "Y, bueno -respondió
uno de ellos-, tendrá que atenerse a las consecuencias". El escritor repuso: "Desde luego". A partir de ese momento, comenzaron a vigilarlo día y noche: un policía se sentaba en los auditorios
y tomaba nota; un detective comenzó a seguirlo en sus extensas caminatas por aquel grisáceo Buenos Aires de 1952 . De tanto llevarlo a pasear, un día el autor de El Aleph comenzó a cambiar impresiones con su tenaz perseguidor, y al final se hizo amigo:
"Admitía que también odiaba a Perón y que solo obedecía órdenes". La Sociedad fue finalmente clausurada: "Recuerdo la última conferencia que se me permitió dar
allí -evoca en su Autobiografía-. El público, bastante escaso, incluía a un policía muy desconcertado que hacía con torpeza todo lo posible para anotar algunos de mis comentarios sobre
el sufismo persa".
Pero el narrador no se lo tomaba a risa: en esa época su madre, que tenía setenta años, estuvo bajo arresto domiciliario, y su hermana y uno de sus sobrinos pasaron un mes en la cárcel. El cierre de la Sociedad cancelaba su propósito de promover la libertad
intelectual en medio de un clima enrarecido y obligadamente unánime, y tenía por objeto humillarlo. Cuando el filósofo español Julián Marías llegó al país, Borges se sintió muy mal por no poder recibirlo con todos los honores; afortunadamente, un amigo salvó
en parte la situación: trajo del campo un cordero y lo asaron en un bar de la esquina. El célebre padre de Javier Marías aceptó gustoso el agasajo y, a los postres, también una módica
invitación: entraron juntos en el local, que tenía la luz cortada, y lo recorrieron con velas en la mano para contemplar por dentro el edificio de la SADE. Esos dos escritores susurrantes en esa oscura y absurda
clandestinidad siguen siendo aún hoy una fuerte postal de aquellos tiempos.
Un repaso de los primeros gobiernos peronistas confirma que los momentos de mayor hostigamiento a los disidentes coincidieron con la pérdida de la bonanza. Sin tanto dinero en las arcas, con finanzas en serias dificultades, el Movimiento se hizo más
duro y opresivo que nunca. El kirchnerismo, que tiene su propio modus operandi y cuyo diseño final siempre es recrear a nivel nacional el rancio feudo de Santa Cruz, sigue sin embargo la vieja lógica de Perón: si no hay pan, que haya palos; si no hay guita, que haya enemigos, puesto que sus
dos insumos básicos son la billetera y el miedo; comprar voluntades o meterte un susto paralizante entre pecho y espalda. El proyecto autoritario en ciernes tiene hoy ese mismo talón de Aquiles: la turbina económica
no funciona, y entonces la turbina de la intimidación trabaja a destajo para compensar el déficit. El Ministerio de la Venganza abrió sus puertas y funciona en pleno, y ya ha destrozado por completo la ilusión antigrieta que propuso Alberto Fernández para ganar consenso y que aceptaron autoengañados de buen corazón, ingenuos de toda laya y "almas
bellas" del periodismo, la oposición y la politología. La propia vicepresidenta de la Nación, desde su Instagram, acaba de avisar sus propósitos. El que avisa no es traidor: utilizará un expediente judicial para instalar en tribunales que fue víctima de una "asociación ilícita" integrada por altos funcionarios del gobierno anterior junto con "denunciantes seriales" (cualquiera que haya aportado a la Justicia pruebas e indicios contra ella y su familia) y por medios de comunicación
(cualquier periodista o diario que haya investigado o reproducido pesquisas judiciales sobre esas venalidades). En una sola jugada, intentará hacer caer así cuatro de sus causas más comprometedoras y quizá meter presos o al menos procesar a opositores y a notables figuras de la prensa. De hecho, comenzó en ese mismo video por escrachar con imágenes puntuales a colegas de la televisión
y a mostrar las rotativas de los periódicos: los acusa lisa y llanamente de complicidad. Será responsable personal por cualquier incidente violento que los aludidos sufran en la calle, puesto que les ha entregado
a sus devotos más recalcitrantes los blancos predilectos de su odio sin límites. La respuesta de muchos editores y reporteros, ante esta evidencia, ha consistido en seguir negándola. Parecen, por momentos,
aquellos que intentaban disuadir a Churchill: "No se preocupe, Winston, no se van a atrever a bombardear Londres". El bombardeo ya comenzó.
Asistimos durante estas dos últimas semanas a la caída final de todas las máscaras, y algunos no saben todavía qué hacer con ellas. Ya no se trata ni siquiera, como dice el cliché,
de un poder bifronte: Fernández ha resignado su autonomía y la construcción de su propio espacio, con lo que ha dinamitado de hecho la coalición gobernante y se ha entregado sin cortapisas a los
designios de su jefa. La arquitecta egipcia es, en consecuencia, quien marca el paso y el rumbo. Simbólicamente, ahora la dama es la pistola, y el caballero, su silenciador: el disparo suena a veces como un corchazo de champagne, pero duele y destruye como una bala de plata. Santiago Cafiero, que no puede repudiar el chavismo y por lo tanto lo convalida, aclaró hace unos días la división de tareas: Cristina maneja la estrategia general, Alberto intenta mantener unido al peronismo. Se le agradece al jefe de Gabinete su sinceridad. Muy cerca de él siguen hablando de la "cultura del encuentro"
y del diálogo, mientras han revivido la grieta más feroz y lanzado una épica estatista y una política expropiadora que hasta le eriza la piel a Roberto Lavagna, Santo Patrono de quienes a toda costa
querían ver moderación cuando se venía a degüello. Volvieron mejores, pero no porque se hayan arrepentido de sus estropicios, sino porque han perfeccionado su
praxis: vienen por todo, pero con trucos nuevos y relucientes. El manoteo de Vicentin es ante todo un banco de prueba: si la sociedad los deja avanzar por ese camino, vendrán otras
"estatizaciones", aprovechando las quiebras del coronavirus, como Néstor aprovechó hace años las destructivas cenizas del volcán Hudson y la posterior nevada que postró a los ganaderos
y a los industriales de su provincia. El mejor editorial sobre el comienzo de esta escalada lo hizo, una vez más, el filósofo de la vida Rolo Villar: "Al socialismo del siglo XXI lo ponés a cargo
del Sahara y en menos de cuatro años hay escasez de arena".
Vivimos una bisagra histórica: el kirchnerismo acaba de entrar en la fase 1 de la radicalización. Y es un desafío para todos los analistas, puesto que a veces nos dejamos embaucar por los buenos modales de las fuentes y por sus gestualidades: cuando la Casa Rosada afirma que no se debe "estigmatizar"
ni a Venezuela ni a La Cámpora, reivindica a Brieva o se entrega a las argucias de la expropiación, tendemos a colegir que son meras actuaciones para calmar al cliente interno, pero ya se trata de simple e irreversible
acatamiento a la nueva realidad; cada uno de los actores ha confirmado en el escenario su esencia: ella es una líder insaciable; él, su operador político. Y el modelo ya está fijado; lo que queda es seguir tanteando los humores de la opinión pública. Esta ocurrencia, ¿pasa o no pasa? ¿Lo hacemos con seducción o de prepo? ¿Avanzamos y negamos? ¿Incendiamos y ponemos paños fríos? Paso a paso, compañeros, y con
mucha anestesia. Porque el kirchnerismo tiene una misión que asusta, y por lo tanto, no hay que revelar demasiado el juego. La táctica se parece un poco a la teoría de Borges acerca de cómo escribir
un relato: "El cuento deberá constar de dos argumentos; uno, falso, que vagamente se indica, y otro, el auténtico, que se mantendrá secreto hasta el fin".
© La Nación
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