Por Juan Manuel De Prada |
A la conversión de la envidia en virtud cívica, por lo general travestida con los ropajes de la ‘igualdad’ (hoy también de la ‘justicia social’),
se refiere Tocqueville en La democracia en América, donde se nos advierte de la pasión igualitarista que inspira a los tiranos, siempre deseosos de halagar las más bajas pasiones de sus secuaces. Durante
estos últimos meses hemos asistido a diversas medidas legislativas de la oligarquía gobernante que responden a esta pasión igualitarista que santifica el pecado de la envidia (que es tristeza del bien
ajeno). Así ocurre, por ejemplo, con el reparto de becas a estudiantes mediocres cuyos caletres apenas dan para alcanzar un aprobadillo raspado. Cualquier sociedad sana –así lo afirmaba Platón–
vedaría la universidad a estos estudiantes mediocres, tanto si son ricos como si son pobres; pues con su aprobadillo raspado ya han demostrado que lo suyo no es el estudio, o bien que son unos vagos redomados que merecen
un castigo proporcional a las esperanzas defraudadas. Pero las oligarquías partitocráticas permiten primeramente el acceso a los estudios superiores de los mediocres ricos, para envenenar de envidia a los mediocres pobres, entre los que luego reparten becas. Así, las oligarquías logran que las universidades se conviertan en enjambres de mediocres, que luego surtirán la función pública y las profesiones liberales. La apoteosis de
este reinado de la envidia emperifollada de igualdad y justicia social la constituye la renta mínima universal, El Dorado de la plutocracia globalista, sobre la que que ya hemos escrito en anteriores entregas.
Pero el régimen partitocrático, además de enaltecer la pasión sórdida de la envidia, necesita que sus secuaces sustituyan la verdad de las cosas por
la ‘versión’ que les suministre la facción a la que están adscritos. Durante la plaga coronavírica esta suplantación de la verdad por la ‘versión’ sectaria
ha adquirido dimensiones irrisorias, que prueban que la demogresca genera masas fanáticas y crecientemente cretinizadas, capaces de negar las evidencias más rotundas o de proclamar las falacias más grotescas
con tal de que las nieguen o proclamen la oligarquía partitocrática de sus entretelas. Estos fanatismos cretinos no dejan de ser, en el fondo, una consecuencia inevitable de la devaluación de las filosofías
idealistas, que afirmaban el «derecho de la razón a configurar la realidad». Y así, por ejemplo, la facción gobernante (siempre la oligarquía que gobierna dispone de medios y sobornos
más convincentes) concluyó recientemente que las cifras de muertos de la plaga coronavírica la perjudicaban; y, ni corta ni perezosa, decidió no solamente ocultarlas, sino también afirmar
con desparpajo torero que tales muertes habían dejado de producirse, inventándose un método contable que no responde a ningún criterio estadístico serio y además resulta por completo
ininteligible. Y tal delirio los secuaces de la facción gobernante se lo tragan tan ricamente sin ningún empacho (como se lo tragarían los de la facción adversa si gobernaran los ‘suyos’);
y si alguno entre sus filas se atreve a discutirlo, de inmediato será mirado como un facha o un traidor. Para las masas cretinizadas por la partitocracia, la verdad es simplemente la ‘versión’ que
les ofrezca la oligarquía a la que votan; y la mentira la ‘versión’ que les ofrece la oligarquía contraria. Esta actitud subhumana no sólo permite al secuaz partitocrático defender
las actitudes políticas más rastreras de ‘los suyos’, justificándose zafiamente en que también los otros lo hacen o harían (pongamos por caso la conculcación del artículo
126 de su idolatrada Constitución por parte del ministrillo Marlaska), sino también las realidades físicas más palpables.
Llegará el día en que las oligarquías partitocráticas fomentarán la división meteorológica entre sus secuaces, afirmando unas que hace
sol y otras que llueve, que es verano o invierno según sean de izquierdas o derechas; y, por supuesto, allá donde llueva o sea invierno repartirán subvenciones, para que las envidias se aplaquen y de inmediato
se hagan sentir los efectos benéficos del sol veraniego.
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