miércoles, 13 de mayo de 2020

Y dos meses

Por Almudena Grandes
No sé si este artículo será el último. Cuando ustedes lo lean, ya habrán pasado dos meses, 60 días seguidos, desde el principio del confinamiento. Pero cuando ustedes lo lean, ya habrán podido salir a la calle sin otro propósito que dar una vuelta. Habrán salido todos, hasta los que, como yo, no tengan perro, ni hijos menores de 14 años, ni una patología que les obligue a mover las piernas.

Dentro de 15 días habremos estrenado ya ese arcano al que nos referimos como nueva normalidad. Como no puedo saber si me inspirará, o no, nuevos textos sobre el coronavirus, les cuento las novedades de los últimos 15 días.

Creo que, al igual que la curva, me he estabilizado en el asunto de las mascarillas. He conseguido que una señora caritativa y con máquina de coser me regale una de tela, mucho mejor que mis artefactos de servilleta de papel y grapadora, mucho más cómoda que la careta de exterminador que usé después, mucho más práctica, ecológica y barata que la batalla por las desechables en las farmacias. Gracias a un primo mío, médico, descubrí que su eficacia aumenta considerablemente si se adhiere un salvaslip en el lado que está en contacto con la cara. Cuando vuelvo de la calle, lo tiro, sumerjo la mascarilla en una solución de agua con lejía, la aclaro, la tiendo y cultivo la esperanza de no tener que volver a cambiar de método nunca más.

En el lado negativo de las últimas dos semanas, el lugar preferente es para la promoción telemática. No sé si habrá sido porque mi nuevo proyecto narrativo ha avanzado hasta el punto de que he terminado un cuaderno y he empezado otro, pero el Sant Jordi virtual me ha exasperado casi tanto como adoro el Sant Jordi real. Durante dos semanas, he tenido que descargar y familiarizarme con aplicaciones de videoconferencia y reuniones que con un poco de suerte, y cruzo los dedos, no tendré que volver a utilizar nunca más. Cada una funciona de una manera distinta, todas requieren una contraseña que no se puede usar en las demás, la cámara de mi ­tablet me obliga a mirar a una esquina de la pantalla para salir centrada, y sólo veo un bulto en lugar de la cara de mi o mis interlocutores, y eso sin contar con los caprichos de las conexiones. Al principio no me arreglaba y me veía horrible. Luego me resigné a vestirme y maquillarme para grabarme un vídeo a mí misma o entrar en una reunión. Me veía mejor en la pantalla, pero el proceso me parecía una ridiculez. Siempre tenía miedo de no haber recibido la invitación previamente, de que mi router se descontrolara, de que fallara el sonido, así que perdía un montón de tiempo esperando a que me llamaran o me dieran paso. Ya sé que existen destinos mucho peores en este mundo de esclavitud, explotación, miseria y enfermedad, sé que no tengo derecho a quejarme de nada, pero les confieso que la experiencia me ha parecido espantosa.

Aparte de eso, me han pasado cosas raras, como a todos ustedes, imagino. La más extraña tiene que ver con mis paseos. Un día me di cuenta de que me estaba quedando sin envases para conservar la comida. Ir a la compra una vez a la semana me obligaba a congelar mucho más que antes, comprar nuevos envases me obligó a ir hasta la glorieta de Quevedo, que está a 800 metros de mi casa. Nunca había llegado tan lejos desde que empezó el confinamiento, y me preparé para disfrutarlo. La decepción fue brutal. La mascarilla, los guantes, las personas que andaban por la acera sin mascarilla y sin guantes, la necesidad de observar la distancia que me separaba de ellas convirtieron mi presunto paseo en una carrera de obstáculos, y no sólo eso. En contra de mis deseos, de mis previsiones, de la experiencia acumulada durante muchos años, salí a andar a la calle y no logré pensar en nada que no fuera lo que les he contado ya. ¿Será posible que piense mucho mejor andando como una autómata por el pasillo de mi casa?, me pregunté. Al día siguiente descubrí que sí, aunque a mí misma me pareciera mentira. Así que no les garantizo que aproveche el permiso para salir. Como empiece a escribir y no me dejen pasear por las tardes, perseveraré en mi circuito casero.

A lo mejor se lo cuento dentro de 15 días.

Ojalá no haga falta.

© El País Semanal

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