Por Raúl Martínez Fazzalari (*)
El surgimiento de toda nueva tecnología siempre ha suscitado una controversia vinculada con su influencia en la educación. La televisión sacaba horas de estudio.
Internet elimina el hábito de la lectura en los chicos. Los buscadores reemplazan a los profesores. Desde hace años estas cuestiones han sido planteadas en la búsqueda de una razón o vinculación
que responda a la relación entre la tecnología y el rendimiento académico.
Parecería que cada técnica aplicada o utilizada masivamente en la vida cotidiana tuviera una consecuencia directa en el proceso educativo, y en particular en la manera de enseñar, de aprender,
de utilizar las herramientas o fuentes de información en el proceso cognoscitivo. ¿Influye todo esto en la enseñanza? ¿Se han visto mermados los resultados educativos
por esos motivos? ¿Los jóvenes han perdido su capacidad de lectura?
Marshall McLuhan, al explicar hace décadas la irrupción de las tecnologías de comunicación y su impacto en la vida de las personas, dijo: “El medio
es el mensaje”. No pudo imaginar que las redes interactivas, y especialmente Internet, llegarían a tener la presencia que tiene en la actualidad en todas los ámbitos de nuestra vida social. La variedad de contenidos constituye el mensaje mismo. La “máscara“, como diría el pensador citado, es solo el contenido y el mensaje en definitiva es el dispositivo de acceso o la red de su conectividad. El medio y el mensaje se fusionan y los recibimos como un todo sin poder distinguir uno del otro.
En el libro Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, Nicholas Carr presenta su hipótesis controversial: la facilidad que nos brindan las redes dificulta los mecanismos de pensar y razonar en forma independiente.
En materia educativa, existe una nueva forma de relacionarse, de estudiar y de recibir los contenidos por parte de los docentes. De fondo entiendo que hay cuestiones más profundas:
de qué tipo y calidad son los contenidos académicos ofrecidos, cómo se generan los vínculos entre los pares y en definitiva cómo se produce la trasferencia de conocimientos. Sobre estos aspectos
pende de un hilo la pregunta capital: ¿qué rol tendrán los ámbitos académicos ante una nueva realidad?
El confinamiento obligatorio derivó de forma intempestiva y sin posibilidad de debate, opinión o crítica alguna en migrar todo el sistema educativo y en todos
sus niveles en tan solo días. Las clases se han debido adaptar, los profesores con o sin experiencia tuvieron que brindar sus contenidos, consignas, ejercicios y bibliografía
volcándose todo a datos digitales. No hubo posibilidad alguna de dar marcha atrás, de debate o posibilidad de suspender las clases. Una nueva forma de educación aplicada
a una realidad impuesta por factores externos, por sí misma dinámica y diferente a todo lo conocido está buscando nuevas reglas, formas de evaluación, ideas y objetivos. Las aplicaciones en materia
educativa surgieron casi a la par de las conexiones en Internet; ese ámbito ha sido visto desde el comienzo de la conectividad global como un entorno favorable para facilitar el acceso y ofrecer recursos pedagógicos
de manera novedosa, atractiva y masiva. Esta ventaja ha posibilitado que las materias continuaran dictándose.
Transitamos la experiencia educativa más radical y menos planificada, más dinámica y diferente a todo lo conocido. Estamos buscando (inventando) nuevas formas
de evaluación y de cumplimiento de objetivos. Así, las teorías de educativas deberán ser revisadas y adaptadas a un nuevo entorno y realidad.
No hay recetas ni manuales de instrucción, mucho menos fórmulas que den resultados exactos. La diferencia entre una actividad difícil y otra compleja es que sobre la primera podemos aplicar normas, elementos y procedimientos científicos corroborados. Sobre las actividades complejas las
variables pueden ser infinitas, no existen fórmulas predeterminadas, ni resultados previsibles. Por ello, los procesos educativos son típicamente sistemas complejos. Entendemos qué está pasando, sabemos cuáles son las dificultades; la pregunta que queda es si sabremos cómo afrontar todo esto. Hay viajes que se emprenden solo para regresar. Así se refería Marguerite Yourcenar al derrotero de Ulises. ¿Será nuestro destino el emprender un viaje sin retorno hacia un nuevo sistema
educativo?
(*) Coordinador académico de la carrera de Ciencia Política y de Gobierno en UCES
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