Por Roberto García |
Sin embargo, quizás pudieron replicarse medidas que el gobierno de Angela Merkel impuso como norma: su órgano de asesoramiento no se limitó al equipo de epidemiólogos
que luego los medios suelen viralizar como un elenco superstar, también incluyó en un rango semejante a economistas, educadores, juristas, psicólogos, comunicadores, médicos de otras especialidades.
Para enfrentar lo que Naciones Unidos, justamente esta semana, advirtió: atención que otras pandemias, de la económica (hambrunas, falta de trabajo) a la mental, pueden dañar más en vidas
que el propio virus.
Una señal para los Fernández, al menos para Alberto, quien comienza a hablar de una cuarentena optativa y que en los cinco dias pasados lastimó su monumental crecimiento
en las encuestas por una sucesión de episodios, algunos mal explicados, otros más bien inexplicables. El último, controversial, la liberación de presos amparada en el peligro del contagio se abalanzó
sobre ciertos jueces y, por último, culminó –aparte de cacerolazos y bocinazos– en quien no creía en esas medidas y debió aclararlas con la escasa fortuna de decir que no se podía
explicar lo obvio. Tan obvio era que una mayoría del país no lo entendió. También el Presidente debió mover su equipo, hay indicios todavía de que habría más cambios
y, para algunos críticos, en ese río revuelto la vicepresidenta se empoderó de ciertas áreas de gobierno cuando ese criterio ya había sido acordado antes de iniciarse la administración.
Un típico reparto en las coaliciones de poder, recordar por ejemplo que en tiempos de Menem, un grupo (los celestes) colocaba a un ministro y otro grupo, no precisamente afín (el rojo punzó), instalaba
al segundo del funcionario. Con De la Rúa pasó lo mismo de acuerdo a las fracciones radicales que lo rodeaban, y Néstor Kirchner, en la primera etapa de su gestión, parecía que le había
pedido prestado a Duhalde la mitad de su gabinete, los mismos que más tarde confiscó.
Se despachó el Gobierno con la suspensión en el Mercosur de ciertas negociaciones con naciones asiáticas y, al mismo tiempo, AF se prodigó en un acercamiento
al Grupo de Puebla. Nítida inspiración kirchnerista. Nadie imagina discrepancias de Felipe Solá en estos ejercicios, pero estuvo ausente de algunas conversaciones. Por ejemplo, en una con Merkel y otra
con el mandatario uruguayo, Lacalle Pou. Quien sí participó de estos diálogos fue Gustavo Beliz, cada vez más cerca del jefe de Estado. Como la cuarentena alienta especulaciones febriles, más
de uno conjeturó que podía volver a Buenos Aires el embajador en Washington, Jorge Argüello: no parece lo más atinado después de haber sido designado hace pocos meses en el Norte.
Anses. Al que desplazaron fue a Vanoli de la Anses, cubierto de errores presuntos, de la responsabilidad compartida
en aquel viernes tétrico de los jubilados haciendo colas y amigos para cobrar haberes –episodio que no provocó masacres de contagiados como se hizo pavor en ese momento–, a evaluaciones equivocadas
sobre la cantidad de beneficiarios con los subsidios y hasta imputándole el olvido de conservar, como delegado del Estado en Techint, a Miguel Angel Toma, un político peronista de la Capital que no encaja con
el binomio presidencial.
Una anécdota falaz: a Toma lo reemplazarían este mes, cuando se reúna el directorio de la empresa, siempre que persista la fobia. Una función semejante le
reservaron a Vanoli, ahora ubicado en Edenor, no vaya a ser que se quede desocupado.
En su lugar de la Anses, Cristina dirimió a favor de una ex candidata a intendenta marplatense, la señora Raverta, con pasado de militante de izquierda extrema y una historia
colateral que atrapa a ciertos medios: nunca aceptó que su padre, Mario Montoto, clave en la cúpula montonera y hombre también vinculado a figuras del actual gobierno, finalmente construyera un emporio
de suministros para venderles a las organizaciones militares, las mismas que en el pasado abatieron a su madre. Rencores inolvidables. El vacío de Raverta, como ministra de Desarrolllo de la comunidad de la provincia
de Buenos Aires, completa La Cámpora un mismo hilo transmisor: le concedieron el cargo a un histórico de la organización, casi fundador, quizás el más conocedor de las organizaciones sociales.
Con Raverta en Anses y Larroque en el ministerio bonaerense, la estructura de La Cámpora se robustece en todo el país, una idea inicial de Cristina. La oposición
sospecha que cada local de este instituto servirá para propiciar candidaturas,en particular la de Máximo Kirchner con miras a la futura elección presidencial. Si la ex presidenta disponía de esta
área, hay otra en la que incide y produjo novedades: Energía. Acaba de colocar a Sergio Affronti como CEO de la compañía, recomendado por alguno de sus asesores empresarios en la materia, propiciador
de un precio sostén para la explotación petrolera (en particular, Vaca Muerta). Hombre del rubro pero sin demasiada figuración, tuvo roles importantes en Repsol, curiosamente la empresa que el Estado argentino
indemnizó para nacionalizarla. Nadie se atreve a sostener que entre el nuevo CEO y el titular de la compañía, Guillermo Nielsen, exista una particular simpatía. En rigor, casi ni se conocen, empieza
un descubrimiento mutuo. Ríspido o cálido, vaya uno a saber. Cristina ya había avanzado en la empresa con un equipo de comunicación y publicidad que le responde, pero ahora cierra mucho más
el círculo. Le viene bien: parece que logró zanjar las diferencias entre el secretario de Energía, Lanziani, y el ex gobernador Rovira de Misiones –qué codiciable todavía es Yacyretá–,
que cruzaron operaciones vergonzantes con la intervención siempre servicial de la Justicia. Parece que Ella reconfirmó a Lanziani y suavizó a Rovira, un atrevido que dispone de media docena de diputados
propios, y esa dote, hoy es considerada un tesoro.
Si había adláteres de AF que imaginaban otro curso político por imperio de las encuestas, se han equivocado: la dupla política se conserva y mantiene, parece
imprescindible para el capítulo superior que falta cumplir: la negociación de la deuda externa, un hito cargado de luces y sombras y en el que aún muchos –quizás por tratarse de lo obvio,
como diría la ministra Losardo– no saben si es mejor un buen o un mal arreglo al default. Dilemas argentinos en tiempos de pandemia.
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