Por Carlos Gabetta (*) |
Las clases acomodadas y sus dirigentes imaginaban soluciones que, en el mejor de los casos, apuntaban a salvaguardar “las libertades”, cuya base material –la relación
entre producción y distribución de bienes– había conducido al caos. En el peor, repliegues nacionalistas autoritarios, racistas. A todos amenazaba la revolución soviética, que se consolidaba
y expandía, tanto que en 1949 surgiría en China otra revolución socialista.
Y aquí estamos, en el siglo XXI, en plena pandemia, con las mismas libertades, orden y modo de distribución capitalista en mitad del mundo y con las revoluciones socialistas
devenidas capitalistas, aunque sin libertades y un orden eficaz, pero despótico, en la otra mitad. Hay consenso en que cuando esto acabe la marginación, la pobreza y las desigualdades, ya enormes, se habrán
multiplicado para todos.
¿Pero acabará esto realmente? Porque este virus no es sino una fase de la evolución de tantos otros y su incidencia en el organismo humano, en mucho provocada, justamente,
por la actividad humana. ¿Alguien puede imaginar qué clases de nuevos virus, además de sequías, inundaciones, ciclones, terremotos, incendios, se generarán en el decurso del actual cambio climático,
esencialmente acelerado, si no provocado, por la actividad humana?
Esta pandemia desnuda las limitaciones y los defectos de cualquier sistema. Al desnudo quedan las “democracias” capitalistas, cuyas libertades van quedando restringidas,
para cada vez más enormes sectores, a la de información y expresión; siempre y cuando no se pertenezca al cada vez más amplio sector que no lee ni escribe y solo puede pensar en comer, como las
bestias.
Por su parte, el autoritarismo de los ex “socialismos reales” hoy les permite luchar mejor contra el virus, pero la situación mundial pospandemia acabará por
ponerlos ante las limitaciones propias y la necesidad de conformar un mundo nuevo, o de hacer la guerra en la utópica perspectiva de imponerse en el actual.
El ascenso de nacionalismos y autoritarismos varios en todo el mundo pone esto último en perspectiva. La ilusión nacionalista de replegarse al “mercado interno”
no es más que un modo de prepararse para la guerra, ya que ningún mercado interno, ni regional, daría aire por mucho tiempo al problema capitalista actual: un exceso de oferta, derivada de la ciencia y
tecnología modernas aplicadas a la producción de bienes, ante una demanda que disminuye, derivada del modo de distribución de esos bienes. Una ojeada al aumento exponencial de las desigualdades en el mundo
basta para corroborarlo.
“Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino justicia”. Hoy, Don Quijote agregaría “necesidad” a “justicia”, vistas
las perspectivas. Solo que “cambiar el mundo” actualmente es posible, aunque siga pareciendo una quijotada. Acordar la paz supondría disponer de billones de dólares hoy destinados al armamentismo.
Esto, y acabar con el dinero y la producción “en negro” y una intervención a los paraísos fiscales aportaría lo necesario para equilibrar las economías y eliminar la pobreza.
Ideologías al margen, bastaría con aplicar los principios humanísticos, éticos y morales, socialdemócratas, que ha alcanzado la civilización.
“Dirás que soy un soñador; pero no soy el único”, nos dejaron dicho al respecto un Quijote de nuestros días, John Lennon, y su compañera
Yoko Ono, en Imagine, devenido himno universal.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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